martes, 3 de agosto de 2010

El nieto de Peter Sellers o el niño hindú

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(I: 2007-2008)

Juan Gómez Capuz


EL NIETO DE PETER SELLERS
O EL NIÑO HINDÚ



Hoy ha aparecido en mi clase un alumno nuevo. Y digo aparecido, como en los programas de misterio, porque llevamos ya tres semanas de curso y súbitamente ha surgido de la nada. Hasta ayer lunes nadie le conocía, no existía y hoy, de repente, flas, ha aparecido sentado en el aula para asombro de todos. Me mira, y más con gestos que con palabras, me trata de explicar que a él le han asignado esta clase. Un poco confuso todavía, me voy haciendo a la idea de este último fichaje y le pregunto cómo se llama. El chaval tarda bastantes segundos, casi un minuto, en decodificar mi mensaje en castellano y responde de corrido, como si tuviera que tomar carrerilla para pronunciarlo: Shambhalabhalanyán Krishnabhramaphrutri. ¡Madre mía! Le pido un par de veces más que me diga su nombre y en cada intento trato de transcribirlo fonéticamente con una fidelidad y una precisión dignas de un profesor Higgins, pero ni aun así consigo acertar. Además, el chaval, que más o menos parece ser de origen indostánico (no soy un experto en etnicidad, pero mi profesión pronto me obligará a ello) pronuncia su nombre con unas consonantes retroflexas tan marcadas que temo por su salud física: su lengua se curva repetidas veces hacia la parte interior de su boca y da la impresión de estar poseído, de pronunciar las palabras como si fuera la niña del Exorcista. Yo pienso para mí, cada vez más alarmado: ten cuidado con la lengua, chaval, que como te la rompas tus padres me empapelan; porque han de saber los que no trabajan de profesores (o educadores, pero odio esa palabra) que si a un alumno le sucede el más mínimo percance en un recinto escolar, les cae el pelo a todos los profesores que se encontraran a menos de veinte metros a la redonda.

Aparte de todo el show, que ya lo es, ni que decir tiene que entre los demás alumnos el cachondeo es general; cualquier incidente que sirva para no dar clase les viene como anillo al dedo, y este promete ser un diamante en bruto, como los diamantes indios que luce en su corona la Reina de Inglaterra. Por cierto, que en el aspecto físico el chaval tampoco tiene desperdicio. Va vestido con pantalones bombachos, camisa de pijama y una especie de turbante blanco que le llega casi hasta el techo. Tiene el rostro cetrino y aceitunado; los ojos negrísimos, muy abiertos y vivarachos; el pelo negro y compacto, como untado con laca. Me recuerda a los personajes que dibujaba Ivà en Makinavaja, a Eduardo Zaplana o, más aún, al hindú patoso que interpretó magistralmente Peter Sellers en El guateque ; quizá este chaval sea el nieto de aquellos extras indostánicos de las superproducciones de los años sesenta; como un nieto de Peter Sellers. Así que, por si acaso, intentaré no dejar nunca a su alcance un detonador, una trompeta o un pollo.

Los ojos negros y vivarachos del muchacho miran a su alrededor con incredulidad, asombro y cansancio. Para mí que está recién aterrizado . Y aunque parezca mentira, no estoy empleando ninguna figura retórica: lo primero que hacen los inmigrantes que llegan a Barajas, El Prat o Manises es matricular a sus hijos en un centro público, aunque ya haya transcurrido casi la mitad del curso. La escolarización es sagrada; sus efectos colaterales, al parecer, no importan. Pero míralo al pobre chaval, si todavía tiene jet lag . El pobrecico mira asombrado a su alrededor creyendo que ha sido abducido o que ha sufrido un repentino viaje en el espacio y en el tiempo, y además no ha tenido ocasión ni de cambiarse de ropa... Da pena.

Y el caso de este chaval, aunque llamativo, no es único. Cada curso aparecen dos o tres Shambhalabhalanyanes por clase, y la ratio de veinticinco alumnos por aula en Primaria se dispara a treinta o más, y la de Secundaria, de treinta a treinta y cinco por lo menos. Una verdadera monstruosidad. Aunque me lo saquen del aula una vez por semana para la educación compensatoria, ¿qué hago las otras dos horas? ¿cómo le explico el Poema de Mío Cid si él sólo conoce el Majahbharatha y no tiene ni idea de la historia de Occidente? ¿cómo le explico los determinantes, si a lo mejor en su lengua materna no existen o se colocan en el interior de las palabras? Además, todavía no sé (y creo que nunca llegaré a saber) si es hinduista, musulmán, budista o sij, de manera que, para evitar movidas, broncas, fatwas y fuegos fatuos, renunciaré a hacer mención en clase a vacas, cerdos y al sobrepeso de Buda. Entre eso y las cortapisas del lenguaje políticamente correcto, mi libertad de cátedra bien puede ir directamente a la papelera de reciclaje.

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Y que conste que no lo digo por Shambhalabhalanyán en concreto, que es un chaval muy majo y al que estoy empezando a tomarle cariño. Han pasado ya algunas semanas y cada vez que le digo algo, me mira con sus ojillos vivarachos e inquietos y, aunque aún no lo entienda todo, esboza una amplia sonrisa, como Peter Sellers en El guateque (sigo pensando que debe de ser nieto suyo). Además, se está integrando con bastante rapidez y está aprendiendo castellano a una velocidad de crucero que ya quisieran para sí los alumnos españoles que intentan en vano aprender otra lengua. Todo en él es calma, o mejor dicho, karma . Da gusto tenerlo en clase. No es como otros, bien sean adolescentes españoles malcriados por sus padres, bien sean adolescentes procedentes de culturas más violentas, machistas y patriarcales que la nuestra (que ya es decir), todos los cuales parece que te perdonen la vida a cada paso. Y con todo eso, la noble tarea del enseñante (esa palabra sí me gusta) se está convirtiendo en una nave a la deriva en las procelosas aguas de esta compleja sociedad.

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