domingo, 1 de septiembre de 2019

Recuerdos de los años 70. I: Madelmanes y Geypermanes

RECUERDOS DE LOS AÑOS 70. I: MADELMANES Y GEYPERMANES

Juan Gómez Capuz

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR" 2019

A diferencia de nuestros hermanos o primos mayores, que primero se estrenaron con los Madelmanes y luego descubrieron los Geypermanes, los que nacimos a finales de los años 60 descubrimos ambos muñecos articulados a la vez. 

Posiblemente disfrutamos antes de los Madelmanes porque los heredamos y porque eran más baratos. Eran unos muñecos de unos 17 centímetros, articulados pero de manos rígidas, sin pies sino con un muñón que encajaba en el calzado. Se solían vender juntos el maniquí con su atuendo, pero al desnudarlos (es lo primero que hacíamos) observamos que iban pudorosamente tapados con una camiseta imperio blanca y unos gayumbos blancos del landismo marcando paquete: todo un caballero español. Se deterioraban con rapidez. Era frecuente el aflojamiento de articulaciones, como si todos padecieran “de fábrica” alguna enfermedad degenerativa (yo creo que fueron uno de los primeros experimentos de la hoy habitual “obsolescencia programada”: éramos tantos los niños del Baby Boom que fabricar muñecos con fecha de caducidad representaba todo un chollo). Nosotros intentábamos remediar esos problemas articulatorios con métodos caseros, a medio camino entre la Pretecnología aplicada, la “Medicina Fantástica” del Doctor Rosado y los futuros programas de Bricomanía. Solíamos rellenar sus articulaciones con arena o con aquella masilla tóxica de polvo de tiza y pegamento que tan buenos resultados nos daba al construir figuras de chapa y alisar las superficies. Si se producía un daño más grave, la rotura de articulaciones, se solucionaba uniéndolas con tiras de esparadrapo, pero la rigidez articulatoria que tenía de por sí el muñeco se acentuaba y acababa andando como un zombi con almorranas. También solían padecer la amputación de pulgares, como si los hubiera secuestrado alguna banda mafiosa y enviaran una “prueba de vida” a sus familiares o superiores: nuestros modestos “pegamentos universales” de Imedio y Supergen no podían arreglarlo, pues los pulgares se volvían a soltar enseguida. Lo que más grima daba era el hundimiento de los globos oculares, que convertía su anodina y clónica cara en muertos vivientes de las películas de terror del Cine Ribalta: lo intentábamos solucionar rellenando el hueco con cera caliente y, una vez enfriada, pintando el iris con un Rotring 0,4; el problema es que era muy difícil pintarlo centrado y la mayoría volvían a tener ojos pero se quedaban bizcos, lo cual también daba miedo. Si tenemos en cuenta que hay mucha gente que experimenta un temor atávico a los muñecos por si cobran vida, imagínate tener nueve años y dormir rodeado de Madelmanes bizcos con artrosis y que andaban como zombis con almorranas. Con el tiempo se modernizaron, de manera que perdieron la camiseta y estaban a pecho descubierto y los ojos estaban pintados y eran más resistentes, pero su degeneración articulatoria siguió siendo notoria. 

Los Madelmanes se diversificaron en multitud de series: soldados, exploradores, buzos y hombres rana, montañeros, pilotos, astronautas y, en una época posterior, indios, vaqueros, tramperos y piratas. Incluso en ese período posterior llegaron a crear una Madelmana pirata, con cinturita de avispa y bonitos pechos torneados, pero no recuerdo haberla comprado, porque de lo contrario nunca la habría olvidado (es curioso, pero en los foros de Internet el femenino de Madelman es siempre el analógico Madelmana, siguiendo el paradigma capitán/capitana, orangután/orangutana, y nunca el pseudoinglés *Madelwoman, quizá porque cuando le pusimos nombre en aquella época aún no sabíamos ni papa de inglés). También crearon muchos accesorios, como el mortero, el bazooka, el trineo para exploradores árticos y la canoa para exploradores de la serie vaquera. El problema es que nuestro grupo de frikis obsesionados con la Segunda Guerra Mundial echaba en falta mayor precisión y realismo en la serie bélica: había diversos modelos militares como el soldado, el oficial, el soldado de montaña, el soldado antitanque con lanzallamas, el comandante de tanques, el enfermero, el piloto, pero ninguno de ellos pertenecía a ningún ejército concreto. No podíamos reconstruir las batallitas de los sobres sorpresa. Además, todos los Madelmanes militares llevaban un casco enorme en relación con su diminuta cabeza, poco realista, de manera que hoy en día nos parecerían niños soldado. Solo algunos compañeros especialmente brutos consiguieron un plus de realismo haciendo funcionar “de verdad” el lanzallamas: se ponían junto al soldado antitanque que lo manejaba y manipulaban una jeringuilla con alcohol y un mechero, y aquello sí conseguía ser un lanzallamas en miniatura, chamuscando al Madelman rival y de paso parte de su habitación. Y las demás series no nos interesaban demasiado, a no ser que tuviéramos un peculiar instinto sádico, de prueba y error, como algunos compañeros que “sometían” a los Madelmanes a diversas “pruebas de iniciación”: enterraban a los soldados del 7º de Caballería en la arena dejando su cabeza untada con miel cerca de un hormiguero (como hacían los indios en las películas del Oeste); a los piratas les clavaban un alfiler calentado con un mechero y luego los ahogaban en la bañera tras hacerlos caminar por una pasarela; a los infantes de marina les ponían paracaídas de paracaidistas enanos de quiosco y sin comprobar antes si el paracaídas podía compensar el peso del muñeco, los lanzaban desde un quinto piso, pero el peso del Madelman era tan grande que vencía la resistencia del diminuto paracaídas y se precipitaba al suelo con la aceleración normal, de manera que el muñeco acababa hecho trizas (era como el chiste de Gila, donde el soldado paracaidista solo servía para una vez porque lo lanzaban sin paracaídas); metían al espeleólogo en las cañerías e incluso en el alcantarillado; metían al esquimal junto a los cubitos de hielo del congelador (su madre, y sobre todo su abuela, se llevaban un buen susto); y como “traca final” colocaban sobre el astronauta bichos como libélulas (con las alas arrancadas), caracoles o arañas como si quisieran emular la película Alien (y al final “salvaban” a la Humanidad poniendo un petardo de los gordos que hacía explotar al Madelman y a sus huéspedes “invasores”.

Nosotros, en cambio, teníamos intereses mucho más sanos: queríamos muñecos militares que reprodujeran con detalle los uniformes y armas de los ejércitos de la Segunda Guerra Mundial. Por ello, inmediatamente quedamos fascinados con los Geypermanes. Eran bastante más grandes, de unos 30 centímetros de altura, aunque más inestables de pie, con manos flexibles de goma que podían agarrar las armas y con cabello y barba hiperrrealista en una cabeza de goma. El problema es que en un clima cálido como el nuestro, la goma tenía una obsolescencia inmediata y si los dejabas al sol, el pelo se quedaba roñoso como si tuviera tiña y las manos deformadas como tuvieran lepra. Por eso era perentorio guardarlos en cajas de zapatos durante el día, como si fueran vampiros. No llevaban ropa interior y cuando los desnudamos (cosa que hicimos enseguida, al igual que con los Madelmanes) vimos, al más puro estilo Siniestro Total, que no tenían pilila. La verdad es que ese detalle provocó una cierta “justicia poética”, porque los maniquíes negros de soldado yanqui y casco azul de la ONU tampoco tenían pilila y así no nos traumatizamos antes de tiempo (aún pasarían 35 años hasta que viéramos al negro del Whatsapp). El otro gran inconveniente es que eran mucho más caros que los Madelmanes, y nuestra colección de Geypermanes iba a paso de tortuga. Afortunadamente, se vendían por separado maniquíes desnudos sin pilila y uniformes militares (los únicos que nos interesaban), de manera que aun teniendo solo ocho o diez muñecos, podías vestirlos de mil maneras y organizar batallitas con los ocho o diez que también tenían nuestros amigos.

Lo que más nos atrajo de los Geypermanes es que la serie de “Soldados del Mundo” era la más numerosa y que muchos de ellos correspondían a modelos reales de diversos países enfrentados en la Segunda Guerra Mundial. Nuestro grupo de frikis, obviamente, quedó prendado de los modelos de soldado y ofcial nazis, y de hecho son los que más admiración siguen despertando en los foros de Internet, y se venden a precio de oro en E-Bay (hasta el progre de Palmiro Capón, que iba al Colegio Nuevo, quedó fascinado por los Geypermanes nazis). Esos modestos muñecos se convirtieron en una de las principales “magdalenas de Proust” de nuestra infancia. La mayoría perdimos esos dos muñecos en mudanzas o los dimos a primos más pequeños, y es algo que siempre hemos lamentado (aunque si los hubiéramos conservado hasta ahora, no sé como tendrían la cara y las manos los pobres muñecos; quizá es mejor recordarlos jóvenes y lozanos, como pasa con las estrellas de rock y del cine). El soldado y el oficial nazis tuvieron éxito por la incorrección política y el extremado realismo: el casco, un poco grande, gris y con el escudo a franjas oblicuas roja, blanca y negra; el uniforme en color feldgrau de campaña; los correajes y ese detalle travieso y revisionista de la minúscula esvástica en la hebilla del cinturón; la no menos traviesa cruz de hierro que se prendía a la ropa con dos diminutas puntas afiladas (con las que me pinché más de una vez); la magnífica réplica del subfusil MP40 con culata hueca abatible y de la pistola Luger P08; las dos granadas de mango Stielhandgranaten 24; la gorra de plato con anteojos de sol verdes y las botas de caña alta y los pantalones bombachos del oficial. Todo parecía perfecto, aunque nuestro grupo de frikis encontró alguna pequeña inconsistencia, como el hecho de que los soldados de verdad no llevaban la pistola Luger sino tan solo la MP40, ya que la pistola estaba reservada a los oficiales. Otro detalle erróneo es que a veces incluían en el equipamiento alemán un bazooka norteamericano, cuando lo más apropiado hubiera sido un Panzerfaust o al menos un Panzerschreck (que curiosamente fabricó la marca alemana Adidas).

También tenía gran rigor historiográfico el soldado ruso, con su gorro de piel con orejeras y la ametralladora ligera con bípode Degtyaryov DP con cargador de tambor en la parte superior (volví a echar de menos el subfusil Bereshka en sus complementos) y con las granadas de mango RDG 33, parecidas a las alemanas pero con el mango más corto.

 Ahora bien, la mayoría de los modelos militares eran anglosajones. Estaba el soldado norteamericano (tanto con maniquí blanco o con maniquí negro), pero parecía más propio de guerras posteriores como Vietnam ya que portaba el uniforme mimetizado y el fusil de asalto M16 con asa y cañón ligeramente cónico, y no el subfusil Thomson. En cierta manera, el soldado norteamericano era la base de varios modelos, como el policía militar con su casco y correaje blancos (nos recordaba a Calimero, como luego comprobamos en la mili, donde los llamábamos así) y el médico militar. El que también tenía buen rigor histórico era el soldado británico de la Segunda Guerra Mundial, con su típico casco de plato de sopa, el subfusil Sten y una aparatosa máscara antigás. También había varios soldados de comandos, siempre con barba y con gorro (como Pérez de Tudela y de la Quadra Salcedo), y que por ciertos detalles como el subfusil Sten parecían corresponder a los comandos británicos que realizaron atrevidas incursiones sobre la Francia y Noruega ocupadas por los nazis. También había un soldado australiano con su típico sombrero de ala ancha doblado por un lado y que portaba un lanzallamas (que tampoco funcionaba a no ser que lo implementáramos con una jeringuilla llena de alcohol y un mechero).

Había tambien otros soldados casi de fantasía, “de nenas”, como el granadero de la guardia británico con su chaqueta roja y su altísimo gorro negro (dentro del cual guardaba el bocata), el cadete de West Point y el policía montada del Canadá. Estos tres servían más bien para tenerlos en una estantería como adorno que para jugar con ellos. No hubiera quedado bien chamuscarlos con nuestro lanzallamas casero, meterlos en las cañerías o lanzarlos desde un quinto piso.

El otro aspecto destacable de los Geypermanes era la multitud de complementos, incluyendo vehículos. Si tenemos en cuenta que los Geypermanes eran realmente grandes, alguno de estos complementos era casi gigantesco. Yo pude conseguir un todoterreno, pero de color beige arena típico del Afrika Korps: allí podían ir hasta cinco Geypermanes. El bazooka era realmente grande y llevaba unos balines que, disparados al tensar el muelle que tenía dentro, daban unos zambombazos que podían hacer hasta daño a un adulto. Había incluso tanquetas con cuatro ruedas y un armamento ligero de 37 o 20 mm, que se parecían bastante al vehículo de reconocimiento alemán SdKf 222, con sus cuatro ruedas de camión y la de recambio al medio. Pero la joya de la corona era la moto BMW R75 con sidecar artillado donde cabían dos Geypermanes nazis, diseñada tanto en color verde oliva como en el beige arenoso del Afrika Korps. También había una balsa neumática para los comandos británicos. El problema de todos esos complementos es que eran infinitamente más caros que los muñecos y solo juntando el arsenal de varios amiguetes podías simular un combate en condiciones. El problema de juntar juguetes de varios niños es que siempre te desaparecían piezas propias y al final preferías jugar tú solo (sobre todo en mi caso, ya que era hijo único).

Es una lástima que los muñecos y complementos de aquellos maravillosos años los hayamos perdido con el tiempo. Hoy en día son carísimos los que se revenden en Internet y E-Bay (30 euros por unidad o incluso 80 en el caso del soldado nazi) y aunque hace siete años Geyper quiso sacar una serie especial para nostálgicos y coleccionistas, el stock fue tan escaso (300 Geypermanes del soldado nazi para toda España, más frikis y revisionistas/nostálgicos del extranjero) que no sirvió de nada. Me imagino que muchos los compraron para luego revenderlos a precio aún más caro. En cambio, hace unos años, con la ayuda de la editorial de coleccionables Altaya, volvieron a sacar la colección completa de Madelmanes a precios irrisorios (que se rebajó a dos euros por unidad o por complemento en librerías de saldos). Aunque no me fascinaban tanto como los Geypermanes, no quise tropezar por segunda vez en la misma piedra y me los compré todos (excepto el de la Madelmana pirata, que no se reeditó o que se agotó muy pronto y se convirtió por tanto en mi ideal inalcanzable, vago fantasma de niebla y luz).

P.S.Este artículo está extraído de mi novela Días de colegio (Almería, Letrame, 2018), a la venta en formato físico o e-book en diversas plataformas de venta online. En este libro se hace, a lo largo de sus casi 500 páginas, un completo repaso de la música, los juguetes, la educación, los alimentos, los transportes y todos los aspectos que marcaron nuestra infancia y adolescencia en el periodo 1975-1985. He comenzado esta sección con los Madelmanes y los Geypermanes, con especial atención a estos últimos y sus modelos de soldados de la Segunda Guerra Mundial, justo cuando se cumplen 80 años del inico de aquella contienda.

sábado, 24 de agosto de 2019

"Modus verticalis sive modus horizontalis": Dos ejes opuestos en las canciones de pop-rock desde Los Beatles hasta hoy en día

"MODUS VERTICALIS SIVE MODUS HORIZONTALIS": DOS EJES OPUESTOS EN LAS CANCIONES DE POP-ROCK DESDE LOS BEATLES HASTA HOY EN DÍA.

Juan Gómez Capuz

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR" (2019)

En mi aprendizaje de las canciones de los Beatles, veía al principio los numerosos temas de Lennon y McCartney como un todo monolítico y brillante. Solo en años posteriores comencé a poder desentrañar “quién puso más” en cada canción, y casi me convertí en un obseso del tema, ayudado por la ingente bibliografía al respecto. Mi primera revelación de que en las canciones del tándem Lennon & McCartney uno de ellos había compuesto la mayor parte de cada canción y que firmaban conjuntamente, en un pacto de caballeros, como en una sociedad o un bufete de abogados (ellos querían seguir el modelo de otras parejas de compositores, como Rodgers & Hammerstein o Goffin & King) fue la “indiscreción” de la versión en casete del elepé Revolver en EMI-Odeón al indicar quién había cantado cada canción (por eso se atribuía “Yellow Submarine” a Ringo), aunque también se podía interpretar como quién había compuesto cada canción. Fue para mí un primer indicio, una revelación, abrir la puerta a una nueva habitación. Empezaba a barruntar la hipótesis de que las canciones de Paul, como “Good Day Sunshine”, “Here, There and Everywhere”, eran más saltarinas, más alegres, de mayor amplitud tonal, más verticales en suma, mientras que las de John, como “She Said, She Said”, “Tomorrow Never Knows”, “I´m Only Sleeping” y “Norwegian Wood”, eran más melancólicas, más atormentadas, más letánicas, de menor amplitud tonal, más monocordes, más horizontales en resumidas cuentas. No siempre era así, pues las brillantes “For No One” y “Eleanor Rigby” de Paul se acercan al estilo horizontal y letánico de John, y de hecho este reivindicó su papel como co-autor en el segundo de los temas citados. A la inversa, “In My Life” es más vertical de lo habitual en Lennon, y por eso McCartney reclamó su parte del pastel.

Esa primera intuición quedó refrendada por la atenta escucha de los elepés posteriores, donde los estilos compositivos de John y Paul divergían casi como galaxias de un universo en expansión. Por aquella época, los pocos libritos sobre los Beatles que leía entonces me aportaban más confusión que otra cosa, como el de Juan Antonio Cillero en la serie “Los Juglares” de la editorial Júcar, en el que afirmaba sin pudor que “Lady Madonna” era una canción de Lennon criticando las familias numerosas de estilo católico y defendiendo el uso de la píldora, cuando en realidad es una canción de McCartney ensalzando el esfuerzo de una madre soltera de familia numerosa para sacar adelante a sus hijos, ya que vio una foto parecida en el National Geographic. Pero poco a poco conseguí ir atando cabos. Los elepés posteriores refrendaban la intuición inicial: las canciones de Paul eran saltarinas y verticales, quizá un poco superficiales y tontas, pero atractivas a la primera escucha, como “Hello Goodbye”, “Ob la di Ob la da”, “Lady Madonna”, “Back in the U.S.S.R.”. Las de Lennon eran más oscuras, monótonas, de escasa amplitud tonal, y se hicieron especialmente letánicas tras el retiro hindú del 68, como “I´m So Tired”, “Good Night”, “Cry Baby Cry”, siendo “Dear Prudence” y “Across the Universe” las más paradigmáticas, aunque ya había precedentes mucho más antiguos, como “Girl” en imitación de la balada letánica al estilo alemán o incluso “Lucy in the Sky with Diamonds”, donde el primer verso se canta sobre una única nota, Mi. Con el tiempo, esa divergencia compositiva se convertiría en uno de los tópicos más habituales de los estudios beatleianos, y quedaría refrendada en el magno análisis de Ian MacDonald en Revolución en la mente. Para MacDonald, las melodías de Lennon se mueven hacia ariba o abajo lo menos posible, y sus armonías constan de notas repetidas, cercanas a las cadencias del habla natural y reflejando su personalidad más sedentaria e irónica; en cambio, las melodías de McCartney constan de notas que oscilan en amplios intervalos, en ocasiones superiores a la octava, melodías que pueden existir más allá de la armonía y que reflejan su carácter extrovertido, optimista y enérgico. Neutralidad absoluta. Hoy en día se ha convertido en algo tan tradicional y tópico en el análisis de las canciones de los Beatles, que debería tener su propia formulación latina, como les hubiera gustado a Palestrina, Bach o Telemann: modus verticalis sive modus horizontalis

Lo curioso es que Ian MacDonald, como hemos anticipado, enfoca esta divergencia con una clarísima apuesta a favor de la verticalidad maccartniana y en contra de la horizontalidad lennoniana: habla de “Nowhere Man” como el agotador peso de esta fúnebre canción, califica a “Girl” de lánguida, dice que “Lucy in the Sky with Diamonds” gira perezosamente en remolinos melódicos, y finalmente califica a “Across the Universe” como su canción más deforme, de apatía melódica y que consiste en una serie de ciclos a modo de trance y a “Dear Prudence” la tacha de  secuencia circular de cuatro acordes y quejumbrosa melodía, que compara con una canción de cuna y un clímax catártico, algo que también aplica a “Cry Baby Cry”. En cambio, apuesta por la participación de McCartney en parte de “In my Life” al remarcar la “verticalidad angular” de parte del tema. La contraposición de ambos estilos aparece explícita al contrastar las dos canciones del mejor single de la historia: afirma que “Penny Lane” es alegremente vertical en tono y armonía allí donde “Strawberry Fields” era perezosamente horizontal.

Al principio, yo quedé más impresionado por la verticalidad mccartniana, siempre presta para agradar en una escucha primeriza y casual. Canciones como “Here, There and Everywhere” o “Penny Lane”, tan verticales y cantarinas, me cautivaron desde un principio. Pero todos tenemos nuestro lado oscuro y poco a poco me empezaron a resultar interesantes esas melodías letánicas que no avanzaban hacia ningún lado, ese discreto encanto de lo horizontal. Hubo canciones de John que al principio no me gustaron nada, como “Girl”, esa imitación de la balada letánica y arrastrada alemana, esa versión pop de Kurt Weill y el cabaret, pero poco a poco empezaron a conquistar mi ya formada identidad musical, convirtiéndome en un Annakin del pop sesentero, en un paladín del modo horizontal. Quizá yo mismo hacía las mismas tentativas horizontales al piano y a la guitarra, no solo por gusto sino también por limitación técnica, y quizá hubo algo de eso en el propio John, que era un creador pero no un virtuoso con los instrumentos (sus baladas para piano como “Because” o “Love” son casi estudios horizontales programados para un estudiante primerizo, aunque curiosamente la primera se aproxima a Beethoven y la segunda a Chopin). También llegué a apreciar canciones de Paul que se acercaban al modus horizontalis, quizá en sus escasos momentos de bajón, como “For no one” y “Eleanor Rigby”. 

Lo más curioso es que el lado oscuro del modo horizontal ha tenido muchos continuadores, sobre todo entre estrellas del rock atormentadas y visionarias y entre cantautores intimistas y tímidos. Hay alguna canción horizontal de Dylan como el "Subterranean Homesick Blues" (y por eso Lennon le imitó en “Hey, You´ve Got to Hide Your Love Away”), pero el cantautor que hizo suyo ese estilo, quizá porque era más poeta que músico, porque sus canciones eran casi recitados, fue el sublime Leonard Cohen, el alter ego del Polero. Todas las canciones de Cohen son eternamente horizontales, como si las cantara vestido de etiqueta recostado en un diván del Tamarit releyendo a Lorca: “Suzanne”, “Everybody knows”, “Coming Back to You”, “If It Be Your Will”. El estilo letánico y horizontal también llegó a otros cantautores norteamericanos, como Paul Simon, Don McLean o Dan Fogelberg. Ciertos baladistas de limitados recursos vocales apostaron fuerte por las canciones horizontales, ya que se ajustaban como un guante a su cascada y cansada voz, y al igual que Lennon convirtieron su limitación técnica en una jugada ganadora: como dice el refrán, “hicieron de la necesidad virtud”. El vocalista que más lejos llegó fue Rod Stewart, quien supo escoger brillantes canciones horizonatles que le dieron merecida fama, como “Tom Traubert Blues (Waltzing Mathilda)” y una canción que siempre ha estado entre mis favoritas, ya convertido de pleno en 1985 al lado oscuro de la horizontalidad musical, “Sailing”, versión de un éxito del grupo folk escocés The Sutherland Brothers: la versión de Stewart es exquisita, pero convendría escuchar la versión original, todavía más horizontal y letánica, con un bajo continuo de armonio que acentúa su carácter de singalong marinero. Y ahí entra otro detalle importante: las canciones horizontales tienen una paradójica potencialidad como himnos, como canciones que pueden cantar juntas muchas personas, (en inglés, singalong), aunque siempre asociemos los himnos a la verticalidad musical (y así son las canciones de Queen, por ejemplo).

En épocas posteriores hemos asistido a continuos revivals de la canción horizontal, a enésimas versiones de un género que debemos atribuir a Lennon y Cohen. Incluso la música italiana, siempre tan vertical y operística, he hecho interesantes incursiones en el terreno horizontal, en canciones casi habladas, como el “Yo caminaré” de Fausto Leali, “Mia” de Toto Cutugno o “El jardín prohibido” de Sandro Giaccobe, como si quisieran sustituir el aria por el recitativo y a Verdi por Monteverdi. También la música francesa ha tenido tedencia a lo horizontal, y de hecho la “Michelle” de McCartney es más horizontal que la mayoría de sus canciones: temas como “La quiero a morir” de Francis Cabrel reflejan esa tendencia, y no olvidemos que la horizontalísima “My Way” de Frank Sinatra es una versión de la francesa “Comme d´habitude”, tuneada por Paul Anka (a su vez Bowie la recreó en su inigualable “Life on Mars?”). En el propio pop anglosajón hay que esperar hasta los años 80 para encontrar una nueva oleada horizontal. La parte del león se la lleva U2, pues las canciones gloriosas de su primera época son extremadamente horizontales y letánicas, a veces calificadas denigratoriamente como “misas cantadas” (ciertos estilos de música sacra, como el canto gregoriano, constituyen el extremo de la horizontalidad musical): “I Haven´t Found What I Looking For”, “When the Streets Have No Name” y “With o Without You”. Algunos grupos de New Wawe y Techno Pop también le cogen gusto a la horizontalidad, como los Depeche Mode más maduros de “Policy of Truth” y en algunas canciones intimistas de Everything But The Girl como “Apron Strings”.

Y en nuestros tiempos asistimos a fuerte revivalismo de la horizontalidad entre los nuevos cantautores, como Ed Sheeran, Paolo Nutini o Daniel Powter, a lo que se suman algunas canciones de James Blunt. Pero lo más sorprendente de estos últimos años ha sido encontrar a una inesperara troupe de continuadores de un estilo horizontal que instintivamente asociamos a lo masculino: las cantautoras femeninas. Una primera señal de atención ya vino cuando en un concierto de homenaje a John Lennon, Alanis Morrisette eligió como canción la hiperhorizontal “Dear Prudence”. Alanis ha contribuido al estilo horizontal con algunas canciones como “All I really want” e “Ironic”, pero la aportación más destacable, ya en época muy reciente, es la de Dido, KT Tunstall, Christina Perri,  Birdy, Lenka, A Fine Frenzy y el soul letánico de Alicia Keys.

Y en cuanto al pop-rock más estándar, hay que citar al Britpop y su veneración por la música de Lennon, cuyas canciones horizantales parecen haber envejecido algo mejor que algunos delirios verticales de McCartney y consiguen tener más gancho para los jóvenes. Es el caso de Oasis y canciones letánicas, de estilo singalong, como “Whatever”, “Wonderwall” y “Don´t Look Back in Anger” y sobre todo de Radiohead, con un atormentado Thom Yorke que parece ser la versión 3.0 de Lennon, componiendo odas horizontales (con permiso de Neruda), hipnóticas y letánicas, cual si fuera el maullido de un gato moribundo, como “Karma Police” (con copia incluida del “Sexy Sadie” lennoniano), “Paranoid Android”, “Let Down” y sobre todo la sublime “Creep”. Hoy en día, esa moda horizontal posterior al Britpop continúa con ciertos grupos que saben combinar el modo horizontal con el vertical (como hizo en su tiempo Bowie), como es el caso de Muse y Keane.

Con todo lo dicho, podríamos concluir que el modus horizontalis ha ganado muchas batallas y se ha consolidado como el lado oscuro de la composición musical.

P.S.Este artículo está extraído de mi novela Días de colegio (Almería, Letrame, 2018), a la venta en formato físico o e-book en diversas plataformas de venta online. En este libro se hace, a lo largo de sus casi 500 páginas, un completo repaso de todos los estilos musicales del periodo 1975-1985 así como sus precedentes.