jueves, 8 de diciembre de 2011

Lecciones de cultura alemana para españoles que quieren emigrar

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011)


Juan Gómez Capuz


LECCIONES DE CULTURA ALEMANA PARA ESPAÑOLES QUE QUIEREN EMIGRAR

Hace unos meses la ínclita Angela Merkel hizo un llamamiento a los jóvenes licenciados españoles en paro para que fueran a trabajar a Alemania. La propuesta parece haber sido un éxito, si nos atenemos a la espectacular subida de la demanda de cursos de Alemán en las Escuelas de Idiomas y al hecho de que los estudiantes sean jóvenes licenciados en paro, en especial, ingenieros, arquitectos e informáticos.

Por eso creo que los que conocemos la cultura alemana de anteriores estancias como Erasmus o con becas predoctorales debemos hacer la labor social de explicar a los jóvenes españoles cómo son las costumbres de aquel país.

En primer lugar, está la cuestión del idioma. Quienes se hayan apuntado a los cursos de lengua alemana lo estarán sufriendo en carne propia. Hay que decirlo desde el principio: el alemán es una lengua muy difícil. Y a ello hay que añadir la proverbial torpeza de los españoles para aprender lenguas extranjeras (sobran los ejemplos). El alemán reúne en sí mismo todas las dificultades que podemos encontrar en otras lenguas europeas. Para empezar, y conviene saberlo desde el principio, tiene casos, como el latín (y muchas lenguas eslavas modernas): o sea que hay que declinarlo correctamente, como si fuera la famosa escena de la vida de Brian (los alemanes también se enfadan cuando oyen a un extranjero declinar mal su milenario idioma). Además de casos (cuatro), el alemán tiene tres géneros, masculino, femenino y neutro (como el latín, nuevamente), y la atribución de los sustantivos a estos géneros es totalmente arbitraria, o sea, que no hay más narices que aprenderlos de memoria (si los guiris se equivocan que es una gloria con nuestros dos géneros, imagínate con tres). Además, tienen tropecientas formas de hacer el plural, pues el plural en –s es una carambola de las lenguas románicas occidentales (deriva de los acusativos plurales) copiada luego por el inglés, pero el 95% de las lenguas del mundo desconoce el plural en –s . También asusta ver muchas palabras escritas con mayúscula inicial, pero aparte de cierta concesión a la Weltanschauung colosalista y megalómana del Volkgeist alemán (véase Wagner y el castillo de Neuschwanstein), la razón es bien sencilla: todos los sustantivos, sean comunes o propios, se escriben con mayúscula inicial. Pero lo peor de todo es el vocabulario: a su lado, el inglés es una lengua germánica de mentirijillas, repleta de palabras románicas y grecolatinas; todo ese vocabulario común que nos salva el culo cuando intentamos hablar inglés no existe en alemán, pues allí casi todas las palabras son de etimología germánica. Eso significa que el vocabulario te supera, te desborda, nunca sabes las suficientes palabras para iniciar una conversación o hacer una redacción medio decente (aún conservo libros leídos en alemán con los márgenes repletos de anotaciones de vocabulario, como las glosas que hacían los monjes medievales). Y lo peor de todo es que el vocabulario y el género de los sustantivos es lo primero que se olvida, si no lo practicas. El vocabulario básico coincide bastante con el inglés, pero sólo sirve de asidero al principio. Y también coincide con el inglés en otro de los puntos negros de la gramática: el alemán también tiene “phrasal verbs” compuestos por un verbo y una partícula cuyo significado global no equivale a la suma de sus componentes y que por tanto hay que aprender de memoria (además, la partícula no aparece hasta el final absoluto de la frase, con lo cual estás todo el rato en un ay). De todas formas, si alguien se siente totalmente perdido con el idioma, existe un plan B, aunque bastante mal visto por los alemanes: ellos te pueden hablar en inglés (suponiendo que algún español hable bien inglés).

Para ilustrar mejor algunos aspecto de la cultura alemana, pondremos en algunos casos el término alemán entre paréntesis (y con mayúscula inicial, pues casi siempre se trata de sustantivos), como suele ocurrir en los tediosos textos de filosofía sobre Kant, Hegel o Heidegger (vaya trío), donde cada tres palabras te encuentras con el inevitable paréntesis que encierra un larguísimo nombre en alemán.

Dejando el idioma, que ya con esa breve panorámica da bajón, podemos pasar al ámbito de las costumbres. En primer lugar, en Alemania se saluda dando la mano a los hombres… y a las mujeres. Nada de besitos en la mejilla, a no ser que se trate de una alemana (del sur) que ha pasado mucho tiempo de Erasmus en España y ya esté algo achispada. Lo de Merkel y Sarkozy es también la excepción que confirma la regla: en este punto la rígida y luterana Merkel ha claudicado, pero basta ver vídeos de hace dos o tres años en los que Angela huía despavorida de los arrumacos del Petit Nicolas. Incluso quien sea aficionado al cine alemán “alternativo” podrá comprobar cómo hombres y mujeres se saludan educadamente dándose la mano antes de pasar a mayores.

Otro aspecto de las costumbres es la vigencia de la distinción entre el tratamiento de usted (Sie) y (du). El uso de usted tiene muchísima mayor vigencia que en España, donde en los últimos treinta años hemos vivido un auténtico desmoronamiento de las más elementales normas de urbanidad y asistimos a un tuteo generalizado. En Alemania no sólo hay que hablar de usted a personas desconocidas o personas de mayor nivel jerárquico, sino que incluso compañeros de trabajo sin especial amistad se hablan entre ellos de usted . Así que cuidadín con el tuteo.

El mantenimiento de un verdadero civismo y de normas de urbanidad en Alemania se concreta en situaciones donde los españoles actuaríamos de manera anárquica e irresponsable. Allí hay menos normas que aquí, pero se cumplen todas, como si sus habitantes estuvieran imbuidos, desde la niñez, del imperativo categórico kantiano. Por ejemplo, es normal que ningún peatón cruce cuando su semáforo está en rojo, aunque no se vea ningún coche en varios kilómetros a la redonda, e incluso creo que un guardia de tráfico te podría multar por dicha infracción (resulta un poco contradictorio en una nación acostumbrada a invadir otros países, pero así es; me imagino que el ejército alemán siempre ha tenido un cuerpo de zapadores especializado en desconectar todos los semáforos de los pueblos fronterizos de Bélgica). Igualmente, en las autopistas alemanas, tan largas y monótonas como el tema Autobahn de Kraftwerk, no hay límite de velocidad, pero casi todo el mundo conduce con prudencia y hay menos accidentes que en España. También es muy estricto el reciclaje de las basuras y los demás vecinos te reñirán si no colocas la basura orgánica, los plásticos, los cristales y los cartones en sus contenedores adecuados. Por supuesto, no hay casi nunca basura ni cacas de perro esparcidas en la calle. Hay silencio a las horas en las que debe haber silencio. Todo el mundo paga su billete en el metro, autobús o tranvía. Los autobuses suelen ser muy largos y articulados con tres puertas que sirven tanto de salida como de entrada (en España eso sería un caos, pero allí funciona bien); en algunas paradas sueles ver a tres hombres fornidos y cerveceros que charlan animadamente, pero cuando llega el autobús se separan y cada uno entra por una puerta distinta… porque son los revisores y así nadie tiene escapatoria.

Las horas de comer y cenar son diferentes a los de España, como ocurre en casi todos los países civilizados de nuestro entorno (supongo que el tardío horario español será pronto prohibido por alguna directiva comunitaria). Se hace una comida ligera (Mittagessen) a las 12 del mediodía, muchas veces cerca del trabajo o en la Mensa de la universidad. En cambio, como se cena en casa temprano, hacia las 6 de la tarde, esa comida (Abendessen) es más copiosa. Obviamente, el horario de apertura de los comercios se ajusta a ese ritmo de vida y comida. Por tanto, los comercios abrirán de 9 a 12 y de 2 a 5.30. Es casi imposible encontrar un comercio abierto más allá de las 6 de la tarde y eso puede desquiciar a cualquier español. Los alemanes sólo se permiten esa locura una vez al mes, el llamado länger Dönnerstag, el último jueves de cada mes, día casi de carnaval en que los comercios abren hasta las 8.30 de la noche, hora que en Alemania es casi sinónimo de madrugada.

Hablar de las horas de comer y cenar nos lleva de cabeza (o más de boca) al tema de la comida. Los hábitos culinarios alemanes son muy diferentes de los españoles. Para empezar, cocinan con grasa animal y desconocen casi por completo el aceite de oliva. Si el españolito que llega allí tiene morriña del aceite de oliva, sólo lo podrá encontrar, a precios muy caros y de baja calidad italiana, en los ultramarinos turcos. El problema añadido es que si entender a un alemán es muy difícil,  entender a un turco hablando alemán es casi imposible. Y además con ellos no funciona el plan B, pues casi ninguno habla inglés. Así que tendrás que pedir el aceite de oliva por señas. Si al final consigues el aceite de oliva (Olivenöl), el problema siguiente es el de cocinar con él, porque provoca bastante más humo que la grasa animal y entonces tus vecinos alemanes llamarán a la policía pensando que se quema tu piso o que estás preparando un atentado suicida. Olvídate de las sardinas y boquerones porque allí sólo conocen una variedad mucho más grasienta, salada e insabora llamada arenque (Herring), que es necesario condimentar con todo tipo de salsas y perejil para que sepa a algo (por cierto, el término “sugerencia de presentación” que aparece cada vez más en las conservas y platos preparados españoles es una traducción del alemán Servierungvorschlag, ya que una vez una señora alemana demandó a la empresa porque en la lata los arenques no tenían la salsa ni el perejil que aparecían en la fotografía que ilustraba el producto; creo que es obvio decir que esa señora ganó el juicio). Los alemanes son muy adictos a la carne de cerdo, pero desconocen esa Delikatessen que es el jamón serrano y lo reemplazan por mil y un tipos de salchichas. Tienen algo a medio camino entre el jamón serrano y el de York, algo así como el lacón gallego, que sería la chuleta de Sajonia (llamada allí Kasseler Rippchen), pero poco más. Como son muy ecologistas, alternativos y multiculturales (parece que es su nueva ideología oficial), nos llevan mucha ventaja en el consumo de tofu y hamburguesas vegetales (que también actúan como socorrido alimento para los turcos en cantinas varias), así como en todo tipo de restaurantes exóticos (es una manera de reconocer que su cocina es mediocre), entre los que destacan los italianos y los japoneses (quizá por los tradicionales lazos de amistad), los chinos (pero cuidadín, que en ellos la comida es muy picante), los mejicanos (superpicantes) y los argentinos. Los restaurantes españoles sólo sirven para antiguos emigrantes nostálgicos y son tan cutres y anticuados como una película de Cine de Barrio: no vayáis.

Bueno, no quiero extenderme más. Si hace falta y me lo pedís, publicaré una segunda entrega. Espero que con estos consejos os resulte más llevadera vuestra futura vida en Alemania.

domingo, 30 de octubre de 2011

Pixelandia

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011)


Juan Gómez Capuz


PIXELANDIA

Vivimos en Pixelandia. No cabe duda. Una nueva muestra de la moral hipócrita de los tiempos que corren consiste en publicitar las imágenes y fotografías más privadas de las personas (sobre todo a través de Facebook) y a continuación pixelar algunos detalles de esas fotos. Yo pensaba que ya era bastante maldición la señal del TDT, que cada dos por tres se va pixelando y finalmente se queda la pantalla en negro con el letrerito "No hay señal" (Cuán presto se va la señal, que diría el poeta). Pues resulta que ahora pixelan las imgénes a posta.

Para empezar, curioso es también el verbo pixelar. Como otros muchos engendros informáticos, procede del acrónimo o amalgama del inglés americano (ellos lo llaman blending, como si fuera un whisky) consistente en seleccionar las sílabas iniciales del sintagma picture element, convirtiendo en x la pronunciación africada del grupo –ctu- . Esta palabra es un sustantivo, aunque en inglés puede pasar directamente a funcionar como verbo (to pixel ) sin necesidad de cambio formal alguno; en castellano, no obstante, es necesario darle las desinencias verbales de la primera conjugación, y así obtenemos pixelar, que a su vez recuerda a los numerosos verbos de origen caló o gitano que en nuestra lengua acaban en –elar (currelar, camelar, niquelar, etc). Quizá así comprendamos mejor que pixelar una imagen es casi lo mismo que camelar una imagen.

Volviendo a Pixelandia, una de las muestras de hipocresía que más me han llamado la atención en los últimos días es la costumbre de ciertos medios de comunicación (en especial, Tele 5, cadena siempre muy preocupada por la ética y el código deontológico) de pixelar el cigarrillo que está fumando una persona que sale en pantalla. Cuando aún no nos habíamos acostumbrado a la manía de pixelar las caras de los menores, práctica comprensible porque cada vez hay más pederasta informático suelto que puede aprovechar esas imágenes para colocarlas en otras situaciones, ahora viene lo del tabaco.

¡Pobres fumadores! Desde hace algunos años son objeto creciente de acoso y derribo. Cabe recordar que hace 30 años fumaba todo el mundo en los espacios públicos: el profesor en clase, los alumnos de COU y universidad, los funcionarios y hasta el médico de familia que advertía severamente a sus pacientes que “nada de tabaco, nada de alcohol y nada de sexo”. Y los que nunca hemos fumado lo padecíamos con resignación. Pero resulta que ahora los fumadores no pueden fumar en ningún sitio mínimamente cubierto. En las estaciones de tren siempre hay un guardia de seguridad exclusivamente dedicado a llamar la atención a quienes fuman en el espacio ya cubierto por techos o bóvedas; parece que con los carteristas no muestra la misma eficacia. Y por si fuera poco, desde hace escasas semanas se pixelan las imágenes de los cigarrillos por “imperativo legal” (Kant et Bildu dixerunt). Y yo me pregunto, ¿sirve realmente de algo pixelar la imagen de un cigarrillo? Porque cualquier persona con dos dedos de frente (que aún las hay) puede deducir que lo que había en la imagen original era un cigarrillo. Creo más bien que, como otras muchas prohibiciones, su efecto puede resultar contraproducente. Imágenes que pasarían inadvertidas sin pixelar atraen la atención cuando se pixela algo, porque es un índice de “lo prohibido”: la gente dirá, anda, si estaba fumando, e incluso pensará ¿y qué estaba fumando? El foco de la imagen se desplaza automáticamente hacia lo prohibido, lo pixelado, lo ocultado. Un caso muy reciente ha sido el de una foto de Messi en la cubierta de un yate: el reportero, en un exceso de celo, pixeló un pequeño objeto cilíndrico que salía de la boca del jugador pensando que era un pitillo; a partir de ahí se difundió rápidamente el bulo de que Messi fumaba. Tras examinar la foto original sin pixelar, se comprobó que se trataba de una golosina (Rajoy diría chuches) verde fosforito alargada y achatada. No es de extrañar que numerosos internautas hayan señalado el carácter hipócrita de estas ¿pixelaciones? (pixellatio imaginum). Porque, vamos a ver, resulta que en los telediarios y en internet podemos ver hasta la saciedad, en abierto y sin pixelar, las imágenes del satánico sátrapa Gadafi hecho un cristo tras ser linchado por los milicianos; podemos ver las imágenes del joven Simoncelli moribundo sobre el asfalto; podemos ver cuerpos desmembrados después de un atentado suicida; y si tiramos de videoteca, podemos volver a ver una y otra vez las imágenes del valiente Paquirri desangrándose hasta la muerte. Pero ver a una persona fumando, eso sí que no. Como diría Peñafiel, eso no puede ser, María Teresa.

Al igual que muchos internautas, pues todos tenemos mucho tiempo libre y una gran vida interior, también me he preguntado si esta pixelación de cigarrillos tendrá efectos retroactivos. Si se trata de imágenes de hace un año, ¿también habrá que pixelar el pitillo? ¿Y qué pasa con las series y películas? ¿Quizá por ser “obras de ficción” están exentas de la norma pixeladora? Sinceramente, no me imagino la colosal tarea de pixelar todos los cigarrillos que salen en las películas de cine negro (por cierto, si pixelan los cigarrillos de esas películas, ¿pixelarán también las armas y los asesinatos?). O quizá se limiten a poner un aviso del tipo “No hemos pixelado los cigarrillos por respeto a la integridad de estas obras de arte, pero que sepan todos que en aquella época remota los seres humanos desconocían los efectos nocivos del tabaco”. Es lo mismo que ha sucedido con la reciente censura de un cartel publicitario de una película en la que Julia Roberts y Tom Hanks van en una scooter sin el casco puesto, porque refleja una época en la que no era habitual ni obligatorio llevar casco. ¿Qué es más importante? ¿La verosimilitud histórica y aristotélica o el cumplimiento de una normativa actual? ¿Qué harán nuevamente con las películas antiguas? ¿Fotoshopearán cascos inexistentes en el original, como in illo tempore los censores cubrían los escotes generosos de opacas telas virtuales? ¿Por qué los legisladores judiciales y religiosos siempre ha tenido tan nulo sentido del humor y de la realidad histórica?

Tampoco sé a ciencia cierta si esta cruzada pixelatoria contra el cigarrillo es una manía específicamente española (total, como no hay asuntos más graves que resolver) o si de nuevo vamos a remolque de la legislación norteamericana (allí un vecino puede denunciar a otro si está fumando dentro de su propia casa). También podemos decir que esta hipocresía o doble moral tampoco es exclusivamente occidental: en Japón es habitual exhibir falos enormes de madera o cera en ceremonias públicas, pero en cambio se pixela sistemáticamente el miembro masculino (the real thing, como dirían los americanos) en las películas más atrevidas.

Quizá la pixelación del tabaco no sea más que el primer paso de una escalada pixelatoria (hay que ver cómo cunde en castellano esta palabra). ¿Qué será lo siguiente? Posiblemente los toros, otra de las tradiciones que más ha sufrido el acoso y derribo de lo políticamente correcto en los últimos meses. Cuando salgan imágenes de una corrida de toros, pixelarán al toro… ¿o quizá al torero? ¿o quizá al apoderado que está fumando en el burladero? ¿Llegaremos al extremo de que en una imagen se pixele todo ? Cosas veredes, amigo Sancho.

lunes, 8 de agosto de 2011

De proselitistas y apocalípticos

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011)

Juan Gómez Capuz


DE PROSELITISTAS Y APOCALÍPTICOS

En la sociedad urbana moderna, cada vez más caótica, insegura y falta de valores, están proliferando numerosos grupos proselitistas. La verdad es que nunca desaparecieron del todo, desde los Hare Krishna, Mormones y Testigos de Jehová de los 70, pero ahora constituyen toda una pléyade de movimientos diversos y además –ahí es donde quiero ir a parar– sus tácticas de proselitismo son cada vez más ubicuas y agresivas. Quizá sea un síntoma de que nos acercamos a tiempos apocalípticos (por cierto, qué mala leche poner el día del fin del mundo del calendario maya el 21 de diciembre de 2012, justo la víspera de la Lotería de Navidad y de la paga extra cada vez más menguada). Una mala leche típica de todos estos movimientos proselitistas y cuasi-apocalípticos que ahora iremos detallando.

No soy un experto en el tema y se me escapa la multiplicidad de movimientos proselitistas que existen hoy en día. Desde mi humilde condición de sufrido urbanita neurótico y pobrecito hablador, trazaría una primera gran división entre los movimientos laicos, habitualmente denominados ONG, y los movimientos de inspiración religiosa, de signo protestante y católico. Sin duda, se trata de una distinción muy laxa e imprecisa, pues sería plausible la existencia de una ONG laica de cierta inspiración religiosa, como la Fundación Vicente Ferrer, uno de los pocos movimientos que me caen bien y que, por tanto, no trataré en este artículo. Pero como primera aproximación al tema, la dicotomía laico/religioso (enfatizada por estos propios movimientos más que por los sufridos ciudadanos, lo cual prueba la ortodoxia ideológica que los anima) podría funcionar.

Los movimientos de carácter laico son los que más han crecido en los últimos veinte años, coincidiendo con el laicismo progresivo de nuestra sociedad y debido, sobre todo, al descaradísimo apoyo que les han prestado determinados partidos políticos y famosetes varios. Incluso se ha llegado a acuñar en nuestra lengua el neologismo organización no gubernamental y su incómoda sigla ONG para denominarlos (aunque en algunos casos tal denominación roza la ironía y el oxímoron). Las ONG son especialmente activas en los centros urbanos y tienen como víctimas, perdón objetivos, perdón targets, a la gente joven (entre 20 y 45 años) de cierto nivel cultural (es decir, una especie en vías de extinción). Son muy educados (a diferencia de los Indignados, a quienes algunos ingenuos consideran también una ONG) y se identifican con petos de colores que habitualmente representan a su ONG, con lo cual me recuerdan a los auxiliares de los partidos de Champions que llevan en la espalda la palabra Steward (al principio pensaba que todos se apellidaban así). Sin duda, estos proselitistas laicos han seguido un cursillo intensivo para saber cómo abordar a los ciudadanos y, sobre todo, dónde abordarlos. Porque tienen una especial habilidad para ubicarse en aceras de calles muy transitadas, en la entrada a ciertos organismos públicos donde los sufridos ciudadanos ya tenemos bastante con bregar con la burocracia autonómica (como el PROP y la Ciutat de la [in]Justícia) y, sobre todo, en la entrada a ciertos centros comerciales donde parece que estas ONG disponen de carta blanca (en otros grandes almacenes, en cambio, nunca se dejan ver). Sus principales armas son la sorpresa y el miedo (parodiando a McLuhan, "el miedo es el mensaje"). Han recibido también una completa formación “militar”, pues entre tres o cuatro con capaces de copar todos los accesos a los lugares que he mencionado, por lo cual el sufrido ciudadano apenas tiene escapatoria. Incluso dejan a uno de sus efectivos en la entrada secundaria de estos lugares, cuando perciben que hay una fuga de ciudadanos hacia esa “escondida senda”. También han recibido una completa formación retórica, aunque no tan intensa como la de sus primos los proselitistas religiosos: cuando te “cazan” y te sueltan el sermón, sus palabras favoritas son injusticia y sostenibilidad. Hay que luchar –dicen– por evitar las injusticias que se cometen en este mundo globalizado y hay que garantizar la sostenibilidad del planeta. Pero en el fondo la palabra clave es Apocalipsis: si no colaboramos con ellos (cada ONG se arroga la propiedad de la solución perfecta a los males del mundo moderno, faltaría más), nuestro mundo, tanto en el aspecto socioeconómico como medioambiental, llegará al final de sus días. Además, parece que esta palabra Apocalipsis les produce un paradójico placer, como si por el hecho de estar en la “ONG elegida” la cosa no fuera con ellos (a lo mejor les han dicho en su ONG que vendrán los extraterrestres a rescatarlos). De hecho, ahora veremos que, en el fondo, las diferencias que los separan de los proselitistas religiosos no son tan grandes como a primera vista pudiera parecer.

Los movimientos de carácter religioso se han identificado tradicionalmente con ciertas escisiones e iglesias (algunos malpensados las llaman sectas) protestantes como los Mormones y los Testigos de Jehová, a los que se sumaron en los años 70 pintorescos grupos de religiosidad oriental como los Hare Krishna. Pero en la actualidad, lo que más llama la atención es la creciente presencia de grupos católicos preconciliares, muy arropados por la propia jerarquía de la Iglesia Católica desde el monumental golpe de timón ultraconservador protagonizado por Juan Pablo II (santo súbito) tras la breve primavera que representó Juan Pablo I (morto súbito). Otro aspecto curioso es la autodenominación: a pesar de ser más católicos que el Papa y la Inquisición española, ellos prefieren la denominación de cristianos a la de católicos, al igual que los grupos fundamentalistas protestantes también prefieren la denominación de cristianos (sobre todo los born-again Christians, es decir, conversos especialmente peligrosos como G.W.Bush) a la de protestantes. Es una pena que una palabra que siempre había tenido connotaciones tan positivas se esté cargando ahora de intransigencia por ambos lados. Son muy educados y se identifican con pequeñas placas o pins que muestran su adscripción a una de estas organizaciones, como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo o el Camino Neocatecumenal (vulgarmente conocidos como Kikos, en alusión a su ínclito fundador, rasgo común a todas las órdenes religiosas). Estos proselitistas religiosos no son tan meticulosos como los laicos a la hora de buscar lugares donde abordar a los sufridos ciudadanos: suelen optar directamente por presentarse en tu casa (recurso típico de los protestantes) o por servirse de lugares y ámbitos comunes como el lugar de trabajo o el ámbito familiar (caso de los católicos), pues no les importa desarrollar su labor proselitista en estos ámbitos en los que la cortesía exigiría una cierta privacidad. Han recibido una completísima formación retórica; no sé quién les habrá dado clase, pero os puedo asegurar que es un crack, una mezcla entre Demóstenes, Cicerón y Joseph Goebbels (el hecho de que los tres autores citados sean paganos es intencionado). Muchas veces los ves en algún lugar cerrado y comunal (oficina, etc.), haciendo como que hojean un libro, pero –como diría Félix Rodríguez de la Fuente– están preparados para su letal ataque proselitista. No cabe duda de que sus principales armas son la sorpresa y el miedo (como lo siempre lo han sido en “nuestra” religión católica). Dejan caer un tema de conversación banal y cuando piensas que por una vez se han olvidado de su labor proselitista, lanzan su letal ataque y caes en la trampa. Cuando te “cazan” y te sueltan el sermón (nunca mejor dicho), lo primero que te dicen es que “Jesús es amor”. Pero poco a poco se sueltan el pelo y acabas comprobando que su palabra favorita es castigo. Y además te lo argumentan sin ambages: “Es que si no hubiera castigo, todo el mundo haría lo que quisiera y diría mientras no me pillen, yo hago lo que me da la gana”. Por supuesto, todo eso en tercera persona, porque dan por hecho que ellos nunca recibirán el castigo. Es curioso también que al hablar de castigo ya no aluden a Jesús sino a Dios, porque parece que el Padre infunde más miedo que el Hijo. Ellos dicen que quieren volver al cristianismo primitivo (¿al de verdad o al que se inventó San Pablo?), al Nuevo Testamento, pero su mensaje de “Dios es castigo” hace pensar mucho más en el Dios irascible y vengativo del Antiguo Testamento, que arrasaba ciudades sin pararse a pensar si quizá hubiera algún “justo” allí, igual que los inquisidores dominicos arrasaron las ciudades cátaras diciendo que los mataban a todos y que luego Dios sabría distinguir entre los cátaros y los católicos. En este caso, queda mucho más claro todavía que en el fondo la palabra clave de su discurso es Apocalipsis: si no nos convertimos (cada grupo religioso se arroga la propiedad de la verdad absoluta, faltaría más), nuestro mundo llegará al final de sus días y, sobre todo al severo Juicio Final (¿en la Ciutat de la Justícia también?). Además, parece que esta palabra Apocalipsis les produce un paradójico placer, como si por el hecho de estar en la “religión verdadera” la cosa no fuera con ellos, sino con los pobres paganos que no tienen más elección que la conversión o el fuego eterno (para ellos son paganos todos aquellos que no comparten su fe con la misma fuerza, aunque también tengan creencias religiosas). Cuando los oyes hablar y ves que entran en un arrebato de misticismo, llegas a pensar que en décimas de segundo se van a convertir en un nuevo Savonarola y van a exclamar “Arderéis todos en las llamas del Infierno” (recuérdese, a modo de moraleja histórica, que el primero que ardió fue Savonarola).

En fin, estos son los proselitistas con los que debemos enfrentarnos cada día. La mayoría, afortunadamente, son –parodiando a Umberto Eco– apocalípticos integrados que tan sólo pretenden “mejorar” la sociedad. Pero en ocasiones, la distancia entre el proselitista y el verdadero apocalíptico es escasa, como lo demuestran los suicidios colectivos (muchos de ellos “no voluntarios” sino ordenados por el líder supremo) de los judíos de Masada, de los cátaros, de la iglesia del reverendo Jones en la Guyana, de las sectas neotemplarias de países francófonos (y pensar que estas gentes fueron los inventores del Racionalismo), de los davidianos de Koresh y de los atentados suicidas de otras religiones monoteístas (¿por qué –como diría Mouriño– las religiones monoteístas, las que poseen un código deontológico más elaborado y una explicación metafísica más certera, son capaces de lo mejor y también de lo peor?) hasta llegar a la reciente masacre de Noruega por parte de un iluminado neonazi (porque ése sería el lado oscuro de las en principio inofensivas ONG). Y quizá todo eso sea la demostración de que el Apocalipsis no está tan lejano.

domingo, 12 de junio de 2011

Torrente y la tradición literaria española

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(V: 2010-2011)


Juan Gómez Capuz


TORRENTE Y LA TRADICIÓN LITERARIA ESPAÑOLA

Las pruebas de Selectividad celebradas esta semana en la Comunidad Valenciana nos han sorprendido a todos con un extraño artículo de opinión, publicado en El Mundo el 15 de marzo de 2011, en el que Lucía Méndez, con la excusa de reflexionar sobre la clase política española, se dedica en realidad a afear la conducta de los miles de españoles que han ido a ver Torrente 4: Crisis letal, sobre la cuestionable premisa de que todos ellos se sienten fascinados por la personalidad del personaje. También cuestiona las interpretaciones intelectuales que se hacen sobre este personaje, en términos de terapia o catarsis de sus defectos. A partir de ahí, llega a la no menos cuestionable conclusión de que nuestra sociedad está enferma y es cada vez más inculta.

Dada mi triple y esquizofrénica condición de seguidor de las películas de Torrente, persona de aceptable nivel cultural (he dado clase a futuros periodistas y sé muy bien que dejan mucho que desear) y profesor durante muchos años de comentario de textos periodísticos de opinión para alumnos de COU y 2º Bachillerato actual, me considero en condiciones de responder. También me anima a ello mi no menos esquizofrénica condición de aficionado "a la buena literatura y al mal cine, de mucho sexo y tiroteo", como confiesa también Vargas Llosa en su artículo de opinión "Y el hombre, ¿dónde estaba?". La verdad es que llevaba algún tiempo queriendo escribir sobre este tema, y la aparición de este artículo de opinión (que pretende denunciar la incultura pero que, quizá sin quererlo, ha sido pasto de los titulares más amarillistas del tipo “Torrente apatrulla las pruebas de Selectividad”) ha sido la espoleta final para hacerlo.

No pretendo intelectualizar las películas de Torrente acudiendo a citas de Wittgenstein o Freud, en parte porque el pensador más cercano a nuestro grasiento personaje sería Wilhelm Reich. Las películas de Torrente son cine comercial, de distracción, de humor bastante grosero, pero el público tiene derecho a poder disfrutar de ese cine. Ahora y siempre. No se trata de que nuestra sociedad sea ahora más inculta y enferma que antes: hace 30 o 40 años triunfaba el cine del landismo, bastante similar, por no decir peor. En los países anglosajones existe toda una trayectoria paralela, que arranca de Porky´s, John Belushi y Benny Hill y llega a nuestros días con las sagas de American Pie y Scary Movie.

Lo que sí pretendo demostrar en este artículo es que algunos elementos de las películas de Torrente proceden de determinadas corrientes que siempre han tenido gran peso en la tradición literaria española, en particular, la tradición picaresca, el modelo del antihéroe y el esperpento.

En efecto, cuando en los albores del Renacimiento, la literatura europea todavía estaba anclada en historias sentimentales y hazañas de los superhéroes de la época, llamados caballeros andantes, epígonos cada vez más chuscos de los héroes épicos medievales, la literatura española fue la primera en retratar con un sórdido realismo la sociedad del momento. El primer ejemplo lo tenemos en La Celestina, una especie de Arriba y abajo o Downton Abbey con 500 años de adelanto, con personajes que sólo se mueven por el dinero, el poder y el sexo, con un Calisto antiheroico que utiliza las convenciones del amor cortés como tapadera de sus bajos instintos. A partir de ahí surge toda la tradición picaresca. El Lazarillo de Tormes, anónimo por necesidad (aunque seguramente escrito por un culto humanista de la época), hace un repaso de todas las clases sociales y sus defectos, y observamos que muchos de ellos encajan con los que tiene José Luis Torrente, sobre todo en la primera película de la saga: hace pasar hambre a su padre, como el ciego y el clérigo de Maqueda se la hacen pasar a Lázaro; trata a golpes a su fiel escudero Rafi, como hace el ciego; presume de ser policía sin serlo, como el hidalgo presume de una riqueza que ya no tiene. Llama la atención el hecho de que Torrente, en las cuatro películas, siempre se hace acompañar de un “fiel escudero” (Rafi, Cuco, Josito y Rin Rin), rasgo picaresco que a su vez culmina en el Quijote. Y por otra parte nos encontramos con otro de los grandes temas de la tradición picaresca y de la cultura española: el contraste entre lo que se es y lo que se aparenta ser, pues ni el hidalgo es rico ni el primer Torrente es policía. O, más aún, el hecho de no querer reconocer sus propias deficiencias, rasgo omnipresente en la tradición picaresca y en el teatro popular, desde el entremés y los pasos hasta el sainete: se ve muy claro cuando en Torrente 3, nuestro personaje exclama "Este no puede ser hijo mío.. si es un gordo", lo cual recuerda al susto que se lleva el hermanastro mulato del Lazarillo cuando ve a su padre negro y dice "!Mamá, Coco!", lo cual permite al autor de la obra hacer el comentario moralizante de "¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!". Ambos rasgos también están presentes en la brillante saga neopicaresca de El capitán Alatriste de Pérez-Reverte: un capitán que en realidad no es capitán y un joven y fiel escudero Iñigo que acaba siendo el narrador de la historia.

Se suele decir que una de las mayores aportaciones de la literatura española a la literatura universal es su acendrado realismo y el modelo de antihéroe. Todos los grandes mitos de la literatura española son antihéroes, personas repletas de defectos y vicios que van dando tumbos por la vida: Celestina, Lázaro, Don Quijote y Sancho, Don Juan Tenorio, Juanito Santa Cruz, Ana Ozores, Max Estrella (y su infiel escudero don Latino), Martín Marco, Diego Alatriste y Tenorio. Ese modelo de antihéroe fue asimilado por la literatura europea y dio lugar a la novela moderna, de clara estirpe cervantina: desde el Tom Jones de Fielding hasta la pobre Emma Bovary de Flaubert, descrita como un don Quijote con faldas (Ortega dixit). A su vez, la propia tradición literaria española degradó aún más al antihéroe al transformarlo en esperpento. Porque un héroe o un superhéroe nos resulta lejano (y a veces hasta antipático, sobre todo si lleva además una indeseable carga de moralina), pero en el antihéroe, por muy chusco que sea (como Torrente), podemos reconocernos un poco a nosotros mismos, con nuestras neuras, nuestras limitaciones y nuestros vicios. No es casual que todos los personajes literarios, cinematográficos y televisivos de la modernidad sean antihéroes. Desde los protagonistas de novelas fundacionales como el Ulises de Joyce, La metamorfosis y El proceso de Kafka y El hombre sin atributos de Musil hasta las grandes novelas malditas de los 60 como La conjura de los necios de John Kennedy Toole: ¿acaso no se parecen, casi como dos gotas de agua, el “hombre gordo con bigote y gorra verde de cazador” Ignatius J. Reilly, admirador del clero medieval, la Contrarreforma y enemigo de la cultura moderna y nuestro José Luis Torrente Galván, que piensa que nuestro país se ha ido a la mierda por culpa de las minorías? ¿acaso no son ambos machistas, misóginos, groseros, pedorros, racistas y fachas? Y sin embargo, no podemos evitar ver que algo de nosotros está en ellos; como decía el doctor Jeckyll, “ése también soy yo”, y como decía Lennon en Nowhere Man, “¿no es él acaso un poco como tú y como yo?”. También son antihéroes grandes personajes cinematográficos, como los interpretados por Chaplin, Bogart, Jerry Lewis y Peter Sellers. Y los personajes televisivos de animación, como Homer Simpson, Padre de Familia y los chavalines de South Park. El humor inglés también ha cultivado con devoción el personaje del antihéroe torpe pero que conserva un mínimo de dignidad y empatía: Benny Hill, Basil Fawlty, George Roper, Reginald Perrin, la dinastía Blackadder, Mr.Bean, Ali G. Y para que se vea que no se trata de un reducto de hombres machistas y sucios, también tenemos a la torpe y entrañable Bridget Jones, que se emborracha y se cae del taxi, se cae de la bicicleta estática, se cae de la barca y mete la pata contestando por teléfono “aquí Bridget Jones, diosa del sexo con un hombre entre mis piernas… Ah, mamá, eres tú”. (Como se puede ver, soy un gran admirador del humor inglés y de la cultura británica, especialmente de Guy Fawkes).

Porque la mención al humor y a la comedia nos lleva a otro de los aspectos que considero censurable en el artículo de Lucía Méndez. Parece mentira que en una sociedad globalizada y sin valores, en la que valen todo tipo de comportamientos y formas de vida, en la que minorías injustamente marginadas durante milenios se han convertido, casi de la noche a la mañana, en superhéroes, ciertas personas todavía sigan teniendo atávicos prejuicios contra los “cómicos”. Por lo visto, Lucía Méndez aún piensa en los tradicionales “cómicos de la legua”, gente humilde que se ganaba la vida por los pueblos (personas humildes pero brillantes cómicos fueron Plauto, Terencio y Lope de Rueda, y a mucha honra). En cambio, la situación actual ha cambiado. Es difícil imaginar una profesión del mundo del espectáculo en la que se acumulen tantos “cráneos privilegiados” y personas con estudios superiores: Santiago Segura es licenciado en Bellas Artes, al igual que varios de los componentes de Muchachada Nui; cómicos ingleses como los Monty Phyton y Hugh Laurie son licenciados en Cambridge, al igual que Sacha Baron Cohen, alumno de Ian Kershaw; Rowan Atkinson tiene un máster en ingeniería electrónica; y hasta Bud Spencer es licenciado en Derecho (lex dura sed lex) y su colega Terence Hill, más dialogante, es licenciado en Filología Clásica (Carthago delenda est). Pero a pesar de todo, los cómicos y la comedia siempre han gozado de muy mala fama, desde las épocas de intolerancia religiosa hasta la corrección política de ahora (como denuncia Javier Marías en otro artículo de opinión aparecido en las PAU, “El país que perdió el humor”), pasando por su marginación en los Oscars (donde sólo ganan dramones protagonizados por judíos, gays y retrasaditos mentales). Se piensa que la comedia no aporta nada, cuando en realidad la comedia es un eficaz instrumento de crítica social, ya formulado en el adagio latino ridendo corrigit mores “riendo se corrigen las costumbres”. Desde las sátiras antibelicistas de Aristófanes y los antihéroes de Plauto (cómo se parece su miles gloriosus o “soldado fanfarrón” a nuestro Torrente, sobre todo cuando nuestro José Luis presume de haber estado en el Afrika Korps) hasta las sátiras políticas cinematográficas (en su momento fueron cuestionadas, pero películas como Ser o no ser, El Gran Dictador, Bienvenido Mister Marshall, Uno dos tres, Telefóno Rojo ¿volamos hacia Moscú?, El guateque, La vida de Brian permanecerán siempre en la memoria colectiva como valientes críticas de corrupciones, intolerancias y utopías totalitarias). Algo de ello hay también en las películas de Torrente: en Torrente 3: El protector, la escena de la obra, en la que un inmigrante magrebí con varias partes del cuerpo escayoladas se queja de la falta de medidas de seguridad como casco o andamio ante la crítica del capataz interpretado por Carlos Iglesias/Benito, representa una denuncia de los años de burbuja inmobiliaria, construcción descontrolada y abuso de los inmigrantes sin papeles mucho más cruda, eficaz (y a la vez divertida, como tiene que ser la comedia) que toda una película “tostón” de cine social español (que además casi nadie ve). Y en Torrente 4. Lethal Crisis,  la picaresca de los realquilados y los "pisos patera" en estos tiempos de crisis que vivimos aparece en un contexto esperpéntico y berlanguiano, pero en el fondo muy real: se trata de un fenómeno que los más viejos del lugar relacionan con las estrecheces de la posguerra, pero que demuestra que España, pese a esos 15 años de burbuja en los que nos creímos los reyes del mundo, sigue siendo un país tan cutre y cañí como siempre lo ha sido.

Y para que se vea que éste no es un artículo hagiográfico de Torrente o Santiago Segura, coincido plenamente con la crítica de la revista Fotogramas (mayo 2011) en el sentido de que Segura debería haber profundizado más en la vena berlanguiana de Torrente 4 (visible en el citado piso patera lleno de realquilados o en las escenas carcelarias, a medio camino entre Toma el dinero y corre de Woody Allen y la propia Todos a la cárcel de Berlanga, en la que debutó un jovencísimo Santiago Segura) en lugar de dedicarse al previsible chorreo de cameos de famosetes de medio pelo (aunque la "caída" de Belén Esteban es memorable y quién sabe si premonitoria).

Quizá lo que debamos criticar en las películas de Torrente es la falta de matices, la presencia de un personaje que no deja ningún resquicio de empatía, ternura o de humanidad. Se produce el salto indeseado del antihéroe al monstruo. Tan sólo en Torrente 2, nuestro José Luis siente la llamada del amor en el personaje de Inés Sastre y, como don Juan Tenorio, ese noble sentimiento le anima a querer ser mejor persona… hasta que es cruelmente rechazado. Pero ni siquiera de esta manera Santiago Segura ha podido evitar que muchas personas se identifiquen plenamente con un personaje tan negativo. Y eso es quizás lo que se puede detectar como señal de alarma de nuestra sociedad.

lunes, 30 de mayo de 2011

Las cagadas del mes

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(V: 2010-2011)

Juan Gómez Capuz



LAS CAGADAS DEL MES

Podría parecer el principio de un chiste malo. Se reúnen un danés, un francés y un austriaco y dicen: “Vamos a cagarla, pero bien. No con medias tintas. Que sea una cagada antológica. Que sea una cagada tan grande que destroce toda nuestra vida profesional y privada”. Y lo han conseguido. Vaya mesecito que llevamos con Lars, Dominique y Arnie.

Claro que para cagarla de esa manera, tampoco hay que ser una lumbrera. Hoy en día, sobre todo si el protagonista es un varón blanco heterosexual y famoso, para cagarla a lo grande basta con alguna de estas tres cosas: hacer pública tu admiración por Hitler; verse implicado en un caso de acoso sexual y/o hacer declaraciones homófobas; verse implicado en casos de corrupción política.

Si tenemos en cuenta que Dominique es de ascendencia judía y que Schwarzenegger tampoco puede meterse en esos fregaos justamente por lo contrario, porque es austriaco (como Adolf) y su padre participó en la II Guerra Mundial en el bando equivocado, podemos comprender que, casi por eliminación, la cagada hitleriana le correspondiera a Lars von Trier. Aunque, bien mirado, pertenecer a una de esas hipotéticas razas inferiores o Untermenschen no es óbice para hacer declaraciones pronazis o manifestar una cierta “comprensión” hacia Hitler: Bernie Ecclestone también es de ascendencia judía e hizo alguna declaración favorable a Hitler; incluso Michael Jackson declaró que Hitler no era en el fondo tan malo y que si él (Michael) hubiera vivido en la misma época lo habría podido ayudar (sic) (supongo que ahora que viven los dos en la misma isla desierta, lo podrá hacer). Pero el problema es que la cuestión de los exabruptos prohitlerianos ya venía calentita desde hacía un par de meses con las declaraciones poco éticas y muy etílicas de John Galliano (otro Untermensch en la terminología nazi) diciendo aquello de “amo a Hitler (pero esperaré hasta el matrimonio)” en ese estado de ebriedad en el que los afectos se disparan. Ahora bien, volviendo a Lars von Trier y su glotal (y global) I understand Hitler, lo que nadie esperaba es que el soporífero director danés se metiera él solito en un jardín, sin que viniera apenas a cuento, aderezado con la “four letter word” obscena que llevaba pintada con Rotring negro en los nudillos. Y además, cada vez que lo quería arreglar, lo cagaba aún más, para desesperación de la bellísima y pijísima Kirsten Dunst (para más inri, de ascendencia alemana), que veía como su cantado premio a la mejor actriz se le escapaba de las manos. Parece ser que la única conexión existente con la película Melancholia era la presencia de música de Wagner en la banda sonora, y ya sabemos aquello de Woody Allen acerca de que si escuchas música de Wagner te entran unas ganas tremendas de invadir Polonia. Lars comprendía a Hitler, pero dudo mucho de que Hitler comprendiera las películas de Lars. También parece ser que la cuestión se debía a los roces de Lars con la directora judía Susanne Bier, aunque no debemos olvidar que Lars von Trier ha sido durante varios años vecino de Steven Spielberg (máximo exponente de la agitprop sionista) en un semiadosado y que las discusiones entre ambos eran continuas, como podemos ver en Muchachada Nui . En todo caso, segunda gran cagada del mes.

Y decimos segunda porque debemos recordar que la movida de Lars von Trier surgió en un momento en el que todavía “coleaba” la primera y mayor cagada del mes de mayo: el acoso sexual de Dominique Strauss-Kahn a una empleada de un hotel de lujo en Nueva York. Según cuentan las crónicas, parecer ser que Dominique, por lo visto ya habituado a estas lides, salió del cuarto de baño completamente desnudo, como un Mihura, tratando de “empitonar” a la desprevenida empleada. La verdad es que tan esperpéntica escena me hace recordar la pelea y persecución de Borat y su amigo gordito en cueros vivos por los pasillos de un hotel de lujo (creo que también en Nueva York), de manera que incluso llegan a irrumpir en un aburrido congreso de agentes inmobiliarios. Con motivo de este episodio, han ido saliendo a la luz toda una serie de aventuras de Dominique (y hasta una actriz porno ha salido en su "defensa", diciendo que era "muy tierno"). En este caso, la cagada ha sido monumental: tendrá que dimitir de la presidencia del FMI (aunque la policía de Nueva York ya le ha abierto una cuenta “naranja”), dice adiós a una hipotética carrera presidencial francesa en competencia con Sarkozy (que a su lado parece un santito) y ya veremos cuánto tiempo pasa entre rejas y sin poder usar el jabón. Primera cagada en la línea temporal del mes y en la escala de Richter.

Cuando parecía que el mes de mayo iba a tocar a su fin, nos encontramos con la tercera cagada. La de Arnold Schwarzenegger y su larga aventura extramatrimonial con una panchita guatemalteca empleada de hogar, fruto de la cual tenemos a un chavalín de 13 años. Aunque bien mirado, eso demuestra que el austriaco y rubio Arnie no tiene prejuicios raciales, y eso es un tanto a favor en un país donde las minorías son casi intocables (al menos sobre el papel, sobre todo en el lenguaje políticamente correcto). Pero Arnold la ha cagado doblemente porque la fidelidad matrimonial es un valor supremo en la cultura norteamericana (la pobre Maria Shriver, del clan Kennedy, ha acabado probando la medicina de su familia) y porque utilizó fondos públicos para ocultar esa larga aventura  y otras más. Tercera cagada.

Y mientras, en España, José Mourinho no para de hacer declaraciones incendiarias sin sufrir el más mínimo rasguño, roza el ridículo y el delito, pero sabe quedarse hábilmente en el horizonte de sucesos que separa la pertinaz provocación del agujero negro de la cagada. Acusa a los periodistas, a los árbitros, provoca la defenestración de sus competidores dentro del club, menosprecia a los entrenadores rivales (Él ha ganado una “Chempions” que a mí me daría vergüensa de ganar… ¿Se refería a ésta ?) y se permite hablar con parábolas como si fuera un profeta o un iluminado (aún le estoy dando vueltas a aquello de Se vas con perro cazas más e se vas con gato cazas menos, pero cazas y sigo sin entenderlo. Creo que ni Lars von Trier lo entendería). Pero Mourinho nunca la caga. Aprendamos de Mourinho.

sábado, 5 de marzo de 2011

Toros, tabaco, velocidad y tocino

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(V: 2010-2011)


Juan Gómez Capuz



TOROS, TABACO, VELOCIDAD Y TOCINO


No hace falta ser Salvador Sostres o tertuliano de Intereconomía (Deo gratias no soy ninguna de esas dos “cosas”) para darse cuenta de que las recientes prohibiciones dictadas por el Gobierno central o, en su defecto, por taifas autonómicas de su misma cuerda (como el antiguo tripartito catalán) no son meras improvisaciones y ocurrencias inconexas, como denuncia el carismático Rajoy. Al contrario, todas estas prohibiciones de las corridas de toros, el consumo de tabaco o los límites de velocidad poseen una coherencia intrínseca que muchos ciudadanos no han advertido: se trata de cuestionar las señas de identidad del hombre español heterosexual. Obviamente, todas estas prohibiciones proceden del lobby ultrafeminista y filogay que antiguamente nutría a la izquierda extraparlamentaria (los sufrí de cerca en mi facultad de Filología) pero que hoy en día está a punto de hacerse con el control de un desnortado PSOE en caída libre y de cuyas siglas reniegan muchos candidatos. Da la impresión de que quienes cortan hoy el bacalao en el PSOE son gente como De la Vega, Pajín, Zerolo, Carla Antonelli y otros engendros, con la anuencia o connivencia del propio Zapatero (con esta gente, la lista electoral del PSOE en Madrid parece más el cásting de Fama a bailar que un partido político serio, al menos, lo mínimamente “serio” que puede parecer cualquier partido político español, porque en todas las casas cuecen habas). Parece que ya han llegado a primera línea de la política los que ya se “educaron” en la LOGSE, y los que nos dedicamos a la enseñanza lo notamos enseguida (la primera generación LOGSE también se hace notar en el PP, aunque menos, e incluso también en “activistas” que se dejan grabar a cara descubierta y que se muestran en las redes sociales con camisetas de la selección española). Es cierto que Zapatero ha intentando neutralizar su pernicioso efecto resucitando a mansalva viejas glorias de la época felipista, políticos de verdad y con buen nivel cultural, como Rubalcaba o Jáuregui: pero en el fondo son espectros del pasado, convidados de piedra de ese drama romántico que siempre ha sido el PSOE y, por extensión, la propia España.

En realidad mandan los jóvenes delfines, adalides del feminismo más radical (aun a costa de destrozar el lenguaje) y de la glorificación de la condición gay (aunque suelen ser muy tímidos con los gobiernos de países que condenan a la horca a los homosexuales). También es cierto que en el PP nos encontramos igualmente con la pugna entre un sector más liberal y un sector ultraconservador y ultracatólico que vuelve al jurásico discurso de decir que la masturbación provoca soledad, hastío y ceguera (afirmación manifiestamente falsa si nos atenemos al hecho de que la mayoría de los escritores han conservado la vista). Aunque ahora condene esas absurdas prohibiciones del tabaco y la velocidad, lo más probable es que, cuando el PP llegue al poder del Estado, también dictamine sus propias prohibiciones a los sufridos ciudadanos. Si nos atenemos a los experimentos con gaseosa que viene haciendo el PP en las comunidades autónomas donde gobierna con mayoría y formas absolutas, sus futuras prohiciones podrían ser: las lenguas vernáculas, la educación pública, la sanidad pública y los anticonceptivos (sobre todo ahora que Álvarez Cascos ya no es uno de los suyos). Parece que en este país de pandereta sólo valen los extremos.

Si tenemos presente la existencia de este lobby ultrafeminista, filogay y, por extensión, si me apuras, antiespañol y antioccidental, que pugna por dominar (y quizá dinamitar) el PSOE, podemos entender mucho mejor las últimas prohibiciones y darles una interpretación unificada, un marco teórico al estilo de la teoría de la relatividad. Además, observamos con preocupación que estas prohibiciones entran en el peligroso terreno de regular algunos aspectos de la vida privada de las personas (como también lo hace la ley Sinde), procedimiento típico de un estado que se acerca a lo totalitario, pues no se pueden poner puertas al campo (ni cercas al puticlub). El reciente caso del musical Hair en Barcelona encendió todas las alarmas de quienes nos preocupamos por las libertades públicas: recordemos que el caso llegó al juez por la denuncia de un heroico espectador anónimo que se "chivó" de que los actores fumaban en un recinto cerrado, anteponiendo la ley a algo que considero mucho más importante: la verosimilitud aristotélica en la representación teatral. Pero lo especialmente grave es que se está abriendo la puerta al método de la "delación anónima", base de sistemas tan perversos y amorales como la Inquisición, el régimen nazi, el régimen soviético estalinista y ciertas teocracias actuales por las cuales este lobby, paradójicamente ateo, siente gran simpatía. Y además las denuncias anónimas encontrarían un campo abonado en un país donde el deporte nacional sigue siendo la envidia.

La prohibición de las corridas de toros en Cataluña fue un primer paso. El criterio esgrimido de defender la dignidad de los animales y evitar su tortura era una mera excusa. El verdadero objetivo era acabar con uno de los buques insignia de la mentalidad española, masculina y heterosexual (y eso que el mundo “taurino” siempre ha fascinado al colectivo gay). De nada sirvieron las apasionadas defensas de la fiesta nacional por parte de históricos políticos socialistas, atónitos ante la (in)esperada deriva de su propio partido. Supongo que de nada servirá recordar que grandes intelectuales y artistas de la izquierda en la convulsa época de la guerra civil, como Miguel Hernández, Alberti y hasta Lorca, eran grandes entusiastas de la fiesta nacional.

Luego vino la cruzada contra el tabaco. Es cierto que el tabaco es un hábito que tiene consecuencias negativas para la salud, pero también consecuencias “positivas” para los ingresos del Estado en forma de impuestos. ¿Por qué se ha cebado con el tabaco, convirtiendo a sus adictos en perseguidos que deben ejercer su actividad a la intemperie, al menos a 50 metros de ciertos edificios? ¿Por qué no han seguido igual conducta con el alcohol? Quizá porque este lobby ha interpretado que “el tabaco es cosa de hombres”. Pero se trata de un axioma bastante discutible: durante mucho tiempo el tabaco también ha sido uno de los signos externos de la liberación y la emancipación femenina, pero las ultrafeministas de ahora, con escasos conocimientos de Historia, lo han olvidado y han vinculado el tabaco con los hombres. Pienso que quizá la clave se encuentre en el alcohol: no ha habido cruzada contra el alcohol porque esta sustancia, igualmente adictiva y peligrosa, es consumida a granel por mujeres de cualquier edad (desde las jovencitas que van de botellón todos los fines de semana y que no se quedan atrás en comparación con sus colegas masculinos hasta las viejecitas que parecen emular las ingestas etílicas de la fallecida Reina Madre de Inglaterra, pasando por las alienadas amas de casa cuarentonas, que lo mezclan alegremente con Prozac) y también por los mariquitas que ahogan en alcohol las penas de sus consuetudinarias y reiteradas rupturas de pareja (el ejemplo de Víctor Sandoval y Nacho Polo, retransmitido diariamente, con alarido incluido, es un buen ejemplo del estado de postración moral al que ha llegado este país), y eso que antiguamente se decía que el alcohol era cosa de hombres. Por tanto, si había que elegir entre prohibir el alcohol o el tabaco, nuestro lobby (feroz) lo ha tenido muy claro.

Y finalmente le ha tocado el turno a la velocidad, limitando a un modesto 110 el límite de nuestras grandes vías. Nadie negará que la velocidad es otra de las grandes señas de identidad de la población masculina heterosexual. Las mujeres conducen bien (a pesar de lo que digan los taxistas, núcleo duro de la mentalidad española heterosexual), pero van muy lentas (de nuevo, este lobby ultrafeminista no dice nada sobre aquellos países donde las mujeres ni siquiera pueden conducir, ni lento ni despacio). La velocidad es cosa de hombres y estoy seguro de que Berlusconi, epígono confeso de Marinetti (e inconfeso de Mussolini), jamás habría bajado el límite de velocidad en un país donde el coche es la macchina por antonomasia.

Y ahora nos preguntamos cuál será la próxima prohibición que dictaminará este lobby ultrafeminista y filogay. Aunque siempre se ha dicho que no se debe mezclar con la velocidad, yo apuesto que la próxima prohibición será el tocino. Razones no faltan: el tocino también es malo para la salud, pues eleva considerablemente el nivel de colesterol; manjares como el tocino, el jamón y chorizo también parecen más propios de la dieta masculina que de la femenina; finalmente, el tocino es un alimento que ofende a otras culturas por las cuales este lobby siente indisimulada admiración. O sea, que lo próximo será el tocino.

miércoles, 19 de enero de 2011

El tren de cercanías

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(V: 2010)


Juan Gómez Capuz



EL TREN DE CERCANÍAS

Viajar en tren ha recuperado parte de su antiguo encanto. Viajar en tren de alta velocidad, por supuesto. Hasta los famosetes entrevistados con ocasión del estreno de la línea de alta velocidad entre Madrid y Valencia reconocían que prefieren el AVE porque de esta manera se evitan las interminables horas de espera y las humillaciones (en nombre de la seguridad) que sufren en cualquier aeropuerto.

Pero viajar en tren de cercanías es otra historia. Lógicamente, no se trata de viajes largos de placer o de negocios, como los del AVE, pero sí la forma habitual de desplazarse al lugar de trabajo por parte de millones de personas en este país. Y como este servicio no da grandes dividendos a las compañías, éstas apenas realizan inversiones en su mejora y el personal tiene que contentarse con trenes anticuados, sucios y lentos.

Pero, con diferencia, lo peor de los trenes de cercanías es la fauna que habita en ellos de manera casi regular, consuetudinaria diríamos. La gente rara y los frikis que vemos en el metro o el autobús de las grandes ciudades no son nada comparados con los que uno se encuentra en el tren de cercanías. La línea de cercanías Valencia-Xàtiva es pródiga en este tipo de individuos, y curiosamente casi todos ellos suben o bajan en la estación de A. (al igual que yo, aunque en comparación con ellos yo soy casi normal). Veamos algunos ejemplos.

Uno de los más habituales, pues pienso que casi hace la vida en el tren, es el individuo al que denomino El Correcaminos (este apodo suele gustar más a la gente de mediana edad) o El del Subidón (este apodo es el preferido de los jóvenes). Se trata de un hombre de mediana edad, ya muy machacado por las razones que iremos viendo. Este señor siempre tiene aspecto de haber consumido “sustancias” (como dicen en la tele) y de haberse bebido todos los Red-Bull de un Mercadona. En consecuencia, va siempre inquieto, con una energía desbordante, con las palpitaciones más altas que un periodista en una rueda de prensa de Mourinho. En cuanto llega el tren, quiere ser el primero en entrar, y no sé para qué tanta prisa, si luego se pasa todo el viaje caminando deprisa por todos los vagones del tren, como si necesitara expulsar toda la adrenalina que su cuerpo ha generado. Incluso a veces llega a cambiar de tren a mitad de camino, porque por lo visto acaba cansado de patear el mismo tren. Además, parece que esté todo el día haciendo lo mismo, porque igual lo encuentras a las 8 de la mañana, a la 1 del mediodía o a las 7 de la tarde.

También es muy activo otro personaje al que llamo El Trekkie. Es un individuo enjuto, con aspecto de tener pocas luces, también de mediana edad, que va vestido de deportista y lleva un botellín de agua; al parecer coge el tren de cercanías para desplazarse a otro pueblo y hacer senderismo en algún paraje todavía agreste. El Trekkie también espera con impaciencia la llegada del tren y pugna por ser el primero en entrar. Desconozco si tiene noticia de la existencia de El Correcaminos, aunque vuelvo a insistir en el hecho de que ambos parecen ser oriundos de A.

La frenética actividad y el exhibicionismo de El Trekkie y El Correcaminos contrastan con la pasividad y la ocultación de la que hace gala El señor Ocupado, un señor ya mayor, vestido como antiguamente iban vestidos en los pueblos, y que siempre repite el mismo comportamiento: en cuanto el tren sale de Valencia se mete en el lavabo y no sale hasta que el tren llega a su estación de destino, que en este caso no es A. (siempre ha sido así, excepto en una ocasión en la que nos hicieron cambiar precipitadamente de convoy justo antes de la hora de salida, y como el buen hombre ya estaba metido en el lavabo no se enteró y se quedó en un convoy que quizá no iría a ninguna parte o quizá a otro destino).

Pero si nos habíamos quedado con ganas de “marcha”, El Trekkie y El Correcaminos no son los únicos capaces de animar el tren. Ahora entran en juego las personas procedentes de otros países, que también dan mucho de sí. Los más ruidosos, con diferencia, son una pareja de jóvenes rumanos a los que propongo denominar Los Pimpinela rumanos o Pepa y Avelino de los Cárpatos . Se trata de una pareja de jóvenes rumanos, hombre y mujer, no sé si payos o gitanos (a pesar de ser profesor de Secundaria, no soy capaz de precisar este detalle étnico), que se pasan todo el trayecto discutiendo a grito pelao diciéndose las mil perrerías. Y como son conscientes de que en el fragor de la discusión podrían llegar a las manos, deciden poner tierra de por medio : lo que hacen es sentarse en los extremos de un mismo vagón, separados por unos veinte metros de distancia, y comienzan la discusión interminable. Se dicen de todo, a voz en grito, por encima de las cabezas de los demás pasajeros, que no dan crédito a la situación. Me gustaría aprender rumano (al igual que Unamuno aprendió danés para leer a Kierkegaard) sólo para tener la satisfacción de poder entender lo que se dicen el uno al otro. Si aprendieran español, tened la seguridad de que esta pareja sería la estrella de los reality shows vespertinos o del flamante nuevo canal GH 24 Horas, un canal tan didáctico e informativo como al que reemplaza en la señal de TDT.

Al margen del guirigay que arman los chinos con sus conversaciones, y que debemos respetar porque hablan una milenaria lengua tonal (en román paladino, que hablan cantando), la contribución extranjera la completa El Mendigo, un magrebí ya entrado en años, con barba canosa de pobre que ejerce el noble y ya casi desusado arte de la mendicidad retórica. Al igual que El Correcaminos, vive en A. pero se pasa la vida en el tren, a todas horas, entonando una triste y lastimera historia que se inicia con la frase “Soy de tierra de Jordania…”, octosílabo perfecto que parece sacado del Romancero Viejo. Lo curioso es que esa historia en la cual tiene una hija pequeña que pasa hambre le sigue generando pingües beneficios (desde hace tres años que lo “conozco”, a él y a la historia, la hija pequeña sigue teniendo nueve meses, porque por lo visto en las lastimeras historias de los mendigos con arte, como él, las personas quedan inmovilizadas en el continuo espacio-tiempo, fenómeno digno de que lo investigue Punset).

Por supuesto que hay más gente extraña en el tren de cercanías, pero no quiero alargar en demasía el artículo. Tan sólo quisiera añadir la presencia, sobre todo en las estaciones pequeñas, de unos guardias de seguridad muy democráticos. Y lo digo sin ironía, porque estos guardias de seguridad, creyendo quizá que están en una discoteca o en un aeropuerto, miran a todos los pasajeros como si fueran delincuentes en potencia. De nada sirve que algunos vayan bien vestidos, con traje y corbata en el caso de representantes y ejecutivos, o que otros llevemos materiales didácticos que dejan bien a las claras que somos profesores (y por tanto, en la Comunidad Valenciana, somos “autoridad pública”, aunque el conseller todavía no nos ha entregado las estrellas de sheriff, da igual que sean de un todo a cien, pues estamos en crisis). Para estos eficientes guardias de seguridad todos somos sospechosos. Y cuando bajas del tren, todavía aturdido después de haber presenciado durante media hora el espectáculo de El Correcaminos, El Trekkie, El señor Ocupado, los Pimpinela rumanos y el Mendigo, no te queda más remedio que pasar a cancelar el billete “bajo la atenta mirada de Mourinho” (perdón, del segurata, en qué estaría yo pensando).