miércoles, 19 de enero de 2011

El tren de cercanías

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(V: 2010)


Juan Gómez Capuz



EL TREN DE CERCANÍAS

Viajar en tren ha recuperado parte de su antiguo encanto. Viajar en tren de alta velocidad, por supuesto. Hasta los famosetes entrevistados con ocasión del estreno de la línea de alta velocidad entre Madrid y Valencia reconocían que prefieren el AVE porque de esta manera se evitan las interminables horas de espera y las humillaciones (en nombre de la seguridad) que sufren en cualquier aeropuerto.

Pero viajar en tren de cercanías es otra historia. Lógicamente, no se trata de viajes largos de placer o de negocios, como los del AVE, pero sí la forma habitual de desplazarse al lugar de trabajo por parte de millones de personas en este país. Y como este servicio no da grandes dividendos a las compañías, éstas apenas realizan inversiones en su mejora y el personal tiene que contentarse con trenes anticuados, sucios y lentos.

Pero, con diferencia, lo peor de los trenes de cercanías es la fauna que habita en ellos de manera casi regular, consuetudinaria diríamos. La gente rara y los frikis que vemos en el metro o el autobús de las grandes ciudades no son nada comparados con los que uno se encuentra en el tren de cercanías. La línea de cercanías Valencia-Xàtiva es pródiga en este tipo de individuos, y curiosamente casi todos ellos suben o bajan en la estación de A. (al igual que yo, aunque en comparación con ellos yo soy casi normal). Veamos algunos ejemplos.

Uno de los más habituales, pues pienso que casi hace la vida en el tren, es el individuo al que denomino El Correcaminos (este apodo suele gustar más a la gente de mediana edad) o El del Subidón (este apodo es el preferido de los jóvenes). Se trata de un hombre de mediana edad, ya muy machacado por las razones que iremos viendo. Este señor siempre tiene aspecto de haber consumido “sustancias” (como dicen en la tele) y de haberse bebido todos los Red-Bull de un Mercadona. En consecuencia, va siempre inquieto, con una energía desbordante, con las palpitaciones más altas que un periodista en una rueda de prensa de Mourinho. En cuanto llega el tren, quiere ser el primero en entrar, y no sé para qué tanta prisa, si luego se pasa todo el viaje caminando deprisa por todos los vagones del tren, como si necesitara expulsar toda la adrenalina que su cuerpo ha generado. Incluso a veces llega a cambiar de tren a mitad de camino, porque por lo visto acaba cansado de patear el mismo tren. Además, parece que esté todo el día haciendo lo mismo, porque igual lo encuentras a las 8 de la mañana, a la 1 del mediodía o a las 7 de la tarde.

También es muy activo otro personaje al que llamo El Trekkie. Es un individuo enjuto, con aspecto de tener pocas luces, también de mediana edad, que va vestido de deportista y lleva un botellín de agua; al parecer coge el tren de cercanías para desplazarse a otro pueblo y hacer senderismo en algún paraje todavía agreste. El Trekkie también espera con impaciencia la llegada del tren y pugna por ser el primero en entrar. Desconozco si tiene noticia de la existencia de El Correcaminos, aunque vuelvo a insistir en el hecho de que ambos parecen ser oriundos de A.

La frenética actividad y el exhibicionismo de El Trekkie y El Correcaminos contrastan con la pasividad y la ocultación de la que hace gala El señor Ocupado, un señor ya mayor, vestido como antiguamente iban vestidos en los pueblos, y que siempre repite el mismo comportamiento: en cuanto el tren sale de Valencia se mete en el lavabo y no sale hasta que el tren llega a su estación de destino, que en este caso no es A. (siempre ha sido así, excepto en una ocasión en la que nos hicieron cambiar precipitadamente de convoy justo antes de la hora de salida, y como el buen hombre ya estaba metido en el lavabo no se enteró y se quedó en un convoy que quizá no iría a ninguna parte o quizá a otro destino).

Pero si nos habíamos quedado con ganas de “marcha”, El Trekkie y El Correcaminos no son los únicos capaces de animar el tren. Ahora entran en juego las personas procedentes de otros países, que también dan mucho de sí. Los más ruidosos, con diferencia, son una pareja de jóvenes rumanos a los que propongo denominar Los Pimpinela rumanos o Pepa y Avelino de los Cárpatos . Se trata de una pareja de jóvenes rumanos, hombre y mujer, no sé si payos o gitanos (a pesar de ser profesor de Secundaria, no soy capaz de precisar este detalle étnico), que se pasan todo el trayecto discutiendo a grito pelao diciéndose las mil perrerías. Y como son conscientes de que en el fragor de la discusión podrían llegar a las manos, deciden poner tierra de por medio : lo que hacen es sentarse en los extremos de un mismo vagón, separados por unos veinte metros de distancia, y comienzan la discusión interminable. Se dicen de todo, a voz en grito, por encima de las cabezas de los demás pasajeros, que no dan crédito a la situación. Me gustaría aprender rumano (al igual que Unamuno aprendió danés para leer a Kierkegaard) sólo para tener la satisfacción de poder entender lo que se dicen el uno al otro. Si aprendieran español, tened la seguridad de que esta pareja sería la estrella de los reality shows vespertinos o del flamante nuevo canal GH 24 Horas, un canal tan didáctico e informativo como al que reemplaza en la señal de TDT.

Al margen del guirigay que arman los chinos con sus conversaciones, y que debemos respetar porque hablan una milenaria lengua tonal (en román paladino, que hablan cantando), la contribución extranjera la completa El Mendigo, un magrebí ya entrado en años, con barba canosa de pobre que ejerce el noble y ya casi desusado arte de la mendicidad retórica. Al igual que El Correcaminos, vive en A. pero se pasa la vida en el tren, a todas horas, entonando una triste y lastimera historia que se inicia con la frase “Soy de tierra de Jordania…”, octosílabo perfecto que parece sacado del Romancero Viejo. Lo curioso es que esa historia en la cual tiene una hija pequeña que pasa hambre le sigue generando pingües beneficios (desde hace tres años que lo “conozco”, a él y a la historia, la hija pequeña sigue teniendo nueve meses, porque por lo visto en las lastimeras historias de los mendigos con arte, como él, las personas quedan inmovilizadas en el continuo espacio-tiempo, fenómeno digno de que lo investigue Punset).

Por supuesto que hay más gente extraña en el tren de cercanías, pero no quiero alargar en demasía el artículo. Tan sólo quisiera añadir la presencia, sobre todo en las estaciones pequeñas, de unos guardias de seguridad muy democráticos. Y lo digo sin ironía, porque estos guardias de seguridad, creyendo quizá que están en una discoteca o en un aeropuerto, miran a todos los pasajeros como si fueran delincuentes en potencia. De nada sirve que algunos vayan bien vestidos, con traje y corbata en el caso de representantes y ejecutivos, o que otros llevemos materiales didácticos que dejan bien a las claras que somos profesores (y por tanto, en la Comunidad Valenciana, somos “autoridad pública”, aunque el conseller todavía no nos ha entregado las estrellas de sheriff, da igual que sean de un todo a cien, pues estamos en crisis). Para estos eficientes guardias de seguridad todos somos sospechosos. Y cuando bajas del tren, todavía aturdido después de haber presenciado durante media hora el espectáculo de El Correcaminos, El Trekkie, El señor Ocupado, los Pimpinela rumanos y el Mendigo, no te queda más remedio que pasar a cancelar el billete “bajo la atenta mirada de Mourinho” (perdón, del segurata, en qué estaría yo pensando).

No hay comentarios:

Publicar un comentario