sábado, 5 de marzo de 2011

Toros, tabaco, velocidad y tocino

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(V: 2010-2011)


Juan Gómez Capuz



TOROS, TABACO, VELOCIDAD Y TOCINO


No hace falta ser Salvador Sostres o tertuliano de Intereconomía (Deo gratias no soy ninguna de esas dos “cosas”) para darse cuenta de que las recientes prohibiciones dictadas por el Gobierno central o, en su defecto, por taifas autonómicas de su misma cuerda (como el antiguo tripartito catalán) no son meras improvisaciones y ocurrencias inconexas, como denuncia el carismático Rajoy. Al contrario, todas estas prohibiciones de las corridas de toros, el consumo de tabaco o los límites de velocidad poseen una coherencia intrínseca que muchos ciudadanos no han advertido: se trata de cuestionar las señas de identidad del hombre español heterosexual. Obviamente, todas estas prohibiciones proceden del lobby ultrafeminista y filogay que antiguamente nutría a la izquierda extraparlamentaria (los sufrí de cerca en mi facultad de Filología) pero que hoy en día está a punto de hacerse con el control de un desnortado PSOE en caída libre y de cuyas siglas reniegan muchos candidatos. Da la impresión de que quienes cortan hoy el bacalao en el PSOE son gente como De la Vega, Pajín, Zerolo, Carla Antonelli y otros engendros, con la anuencia o connivencia del propio Zapatero (con esta gente, la lista electoral del PSOE en Madrid parece más el cásting de Fama a bailar que un partido político serio, al menos, lo mínimamente “serio” que puede parecer cualquier partido político español, porque en todas las casas cuecen habas). Parece que ya han llegado a primera línea de la política los que ya se “educaron” en la LOGSE, y los que nos dedicamos a la enseñanza lo notamos enseguida (la primera generación LOGSE también se hace notar en el PP, aunque menos, e incluso también en “activistas” que se dejan grabar a cara descubierta y que se muestran en las redes sociales con camisetas de la selección española). Es cierto que Zapatero ha intentando neutralizar su pernicioso efecto resucitando a mansalva viejas glorias de la época felipista, políticos de verdad y con buen nivel cultural, como Rubalcaba o Jáuregui: pero en el fondo son espectros del pasado, convidados de piedra de ese drama romántico que siempre ha sido el PSOE y, por extensión, la propia España.

En realidad mandan los jóvenes delfines, adalides del feminismo más radical (aun a costa de destrozar el lenguaje) y de la glorificación de la condición gay (aunque suelen ser muy tímidos con los gobiernos de países que condenan a la horca a los homosexuales). También es cierto que en el PP nos encontramos igualmente con la pugna entre un sector más liberal y un sector ultraconservador y ultracatólico que vuelve al jurásico discurso de decir que la masturbación provoca soledad, hastío y ceguera (afirmación manifiestamente falsa si nos atenemos al hecho de que la mayoría de los escritores han conservado la vista). Aunque ahora condene esas absurdas prohibiciones del tabaco y la velocidad, lo más probable es que, cuando el PP llegue al poder del Estado, también dictamine sus propias prohibiciones a los sufridos ciudadanos. Si nos atenemos a los experimentos con gaseosa que viene haciendo el PP en las comunidades autónomas donde gobierna con mayoría y formas absolutas, sus futuras prohiciones podrían ser: las lenguas vernáculas, la educación pública, la sanidad pública y los anticonceptivos (sobre todo ahora que Álvarez Cascos ya no es uno de los suyos). Parece que en este país de pandereta sólo valen los extremos.

Si tenemos presente la existencia de este lobby ultrafeminista, filogay y, por extensión, si me apuras, antiespañol y antioccidental, que pugna por dominar (y quizá dinamitar) el PSOE, podemos entender mucho mejor las últimas prohibiciones y darles una interpretación unificada, un marco teórico al estilo de la teoría de la relatividad. Además, observamos con preocupación que estas prohibiciones entran en el peligroso terreno de regular algunos aspectos de la vida privada de las personas (como también lo hace la ley Sinde), procedimiento típico de un estado que se acerca a lo totalitario, pues no se pueden poner puertas al campo (ni cercas al puticlub). El reciente caso del musical Hair en Barcelona encendió todas las alarmas de quienes nos preocupamos por las libertades públicas: recordemos que el caso llegó al juez por la denuncia de un heroico espectador anónimo que se "chivó" de que los actores fumaban en un recinto cerrado, anteponiendo la ley a algo que considero mucho más importante: la verosimilitud aristotélica en la representación teatral. Pero lo especialmente grave es que se está abriendo la puerta al método de la "delación anónima", base de sistemas tan perversos y amorales como la Inquisición, el régimen nazi, el régimen soviético estalinista y ciertas teocracias actuales por las cuales este lobby, paradójicamente ateo, siente gran simpatía. Y además las denuncias anónimas encontrarían un campo abonado en un país donde el deporte nacional sigue siendo la envidia.

La prohibición de las corridas de toros en Cataluña fue un primer paso. El criterio esgrimido de defender la dignidad de los animales y evitar su tortura era una mera excusa. El verdadero objetivo era acabar con uno de los buques insignia de la mentalidad española, masculina y heterosexual (y eso que el mundo “taurino” siempre ha fascinado al colectivo gay). De nada sirvieron las apasionadas defensas de la fiesta nacional por parte de históricos políticos socialistas, atónitos ante la (in)esperada deriva de su propio partido. Supongo que de nada servirá recordar que grandes intelectuales y artistas de la izquierda en la convulsa época de la guerra civil, como Miguel Hernández, Alberti y hasta Lorca, eran grandes entusiastas de la fiesta nacional.

Luego vino la cruzada contra el tabaco. Es cierto que el tabaco es un hábito que tiene consecuencias negativas para la salud, pero también consecuencias “positivas” para los ingresos del Estado en forma de impuestos. ¿Por qué se ha cebado con el tabaco, convirtiendo a sus adictos en perseguidos que deben ejercer su actividad a la intemperie, al menos a 50 metros de ciertos edificios? ¿Por qué no han seguido igual conducta con el alcohol? Quizá porque este lobby ha interpretado que “el tabaco es cosa de hombres”. Pero se trata de un axioma bastante discutible: durante mucho tiempo el tabaco también ha sido uno de los signos externos de la liberación y la emancipación femenina, pero las ultrafeministas de ahora, con escasos conocimientos de Historia, lo han olvidado y han vinculado el tabaco con los hombres. Pienso que quizá la clave se encuentre en el alcohol: no ha habido cruzada contra el alcohol porque esta sustancia, igualmente adictiva y peligrosa, es consumida a granel por mujeres de cualquier edad (desde las jovencitas que van de botellón todos los fines de semana y que no se quedan atrás en comparación con sus colegas masculinos hasta las viejecitas que parecen emular las ingestas etílicas de la fallecida Reina Madre de Inglaterra, pasando por las alienadas amas de casa cuarentonas, que lo mezclan alegremente con Prozac) y también por los mariquitas que ahogan en alcohol las penas de sus consuetudinarias y reiteradas rupturas de pareja (el ejemplo de Víctor Sandoval y Nacho Polo, retransmitido diariamente, con alarido incluido, es un buen ejemplo del estado de postración moral al que ha llegado este país), y eso que antiguamente se decía que el alcohol era cosa de hombres. Por tanto, si había que elegir entre prohibir el alcohol o el tabaco, nuestro lobby (feroz) lo ha tenido muy claro.

Y finalmente le ha tocado el turno a la velocidad, limitando a un modesto 110 el límite de nuestras grandes vías. Nadie negará que la velocidad es otra de las grandes señas de identidad de la población masculina heterosexual. Las mujeres conducen bien (a pesar de lo que digan los taxistas, núcleo duro de la mentalidad española heterosexual), pero van muy lentas (de nuevo, este lobby ultrafeminista no dice nada sobre aquellos países donde las mujeres ni siquiera pueden conducir, ni lento ni despacio). La velocidad es cosa de hombres y estoy seguro de que Berlusconi, epígono confeso de Marinetti (e inconfeso de Mussolini), jamás habría bajado el límite de velocidad en un país donde el coche es la macchina por antonomasia.

Y ahora nos preguntamos cuál será la próxima prohibición que dictaminará este lobby ultrafeminista y filogay. Aunque siempre se ha dicho que no se debe mezclar con la velocidad, yo apuesto que la próxima prohibición será el tocino. Razones no faltan: el tocino también es malo para la salud, pues eleva considerablemente el nivel de colesterol; manjares como el tocino, el jamón y chorizo también parecen más propios de la dieta masculina que de la femenina; finalmente, el tocino es un alimento que ofende a otras culturas por las cuales este lobby siente indisimulada admiración. O sea, que lo próximo será el tocino.

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