lunes, 4 de octubre de 2021

Monólogos de humor I: Los problemas de los solteros

 

 

LOS ARTÍCULOS DEL POBRECITO HABLADOR

Juan Gómez Capuz

MONÓLOGOS DE HUMOR I: LOS PROBLEMAS DE LOS SOLTEROS

Hoy en día parece que el estado civil no importa. Si marginan a alguien por alguna característica diferencial, siempre se pone por el medio alguna ONG defendiéndolo. Pero parece que a los solteros no nos defiende nadie.
Hay algunas circunstancias o eventos de la vida actual donde ser soltero es un serio inconveniente.
Uno de esos eventos, por supuesto, son las bodas. Un soltero en una boda es ya, de entrada, una provocación, parece que no es tu hábitat natural. Pero el problema más grave llega con la ubicación en las mesas del convite. Si eres simplemente amigo del novio, como me ha ocurrido con frecuencia, nadie sabe dónde colocarte, a no ser que los demás amigos del novio tengan entidad numérica suficiente para constituir mesa propia (o grupo parlamentario propio). Por ello, y quizá por el agravante de que además de soltero soy bajito y aparento menos edad de la que tengo, en muchas ocasiones han llegado a colocarme...¡en la mesa de los niños! (Pensaba que era una moda española, pero en la película Matrimonio compulsivo, el soletrón encarnado por Ben Stiller también es colocado en la mesa de los niños en una boda). Bueno, psa, no me importa, si al final te lo acabas pasando de miedo con las criaturitas. Mejor que con muchos adultos. Además, les mola que seas profesor. Yo creo que hasta ven normal que en su mesa coloquen a un profe. El asunto más delicado de esa ubicación viene cuando los camareros se empeñan en servirte también a ti el menú infantil. Tú empiezas a ver el asunto chungo e intentas negociar en plan colega con uno de los camareros:
-Ye tío, no jodas, que tengo casi 50 tacos, ponme el solomillo al roquefort con patatas, que tengo hambre, y no la chuminá esa de los cuatro nuggets de plástico con verduritas.
Pero como la Ley de Murphy persigue a los solteros en las bodas, siempre eliges al camarero más pringao y con menor poder de decisión, que te responde con una lógica inapelable:
-(Acento peruano) Usted está en la mesa de los niños y por tanto le corresponde el menú infantil. Es lo que han contratado los novios. No podemos hacer nada.
Muchas veces has tenido que elevar tus quejas a los propios novios, como si fueran el tribunal supremo de la boda, y han sido ellos los que, a modo de Deus ex machina, te han llevado el solomillo en el último momento. Claro que entonces despiertas una envidia mortal en los niños, y se acabó la magia con ellos: ahora solo eres un profe adulto que come solomillo. Pero no siempre hay final feliz, como en las peluquerías. En otros casos te tienes que conformar con el menú infantil, y tienes que mendigar por mesas ajenas para conseguir restos de solomillo. Y por supuesto, no hueles ni la tarta nupcial ni las bebidas alcohólicas. La de minimenús infantiles que me zampado yo en las bodas. Claro, que cuando llegas a casa, arrasas con todo lo que hay en la nevera, para compensar. Así empiezan los casos de bulimia.
Por cierto, otro daño colateral de ubicarte en la mesa de los niños es que cuando al final de la velada quieres entrarle a alguna soltera casadera, te mira con desprecio y te dice con retintín:
-Así que tú eras el que estaba en la mesa de los niños comiendo el menú infantil.
Y no te toma en serio y te rechaza.
Otro lugar complicado para los solteros son las salas de cine. Parece que al cine solo van parejas. Y muy enamoradas y sobonas. Hasta los matrimonios de toda la vida se convierten en parejas de novios adolescentes cuando entran en el patio de butacas, quizá porque les viene un flashback inmediato de cuando eran jóvenes y el cine, con su oscuridad, era el único lugar para dar rienda suelta a sus escarceos. De nuevo, el soltero sobresale por su imparidad.
Pero sin duda, el peor lugar para ser soltero son los pueblos de interior. Esa España tolerante que vemos en la tele solo existe en las ciudades, especialmente las grandes y de litoral. En un pueblo de interior, a un soltero no es que lo coloquen en la mesa de los niños: es que para ellos eres un niño. No importa que seas funcionario del grupo A: si eres soltero, eres un menor de edad de facto y pierdes casi todos tus derechos constitucionales. En esos pueblos existe el pleno emparejamiento y las edades de nupcialidad son propias de una sociedad agraria preindustrial. Sobre todo si se trata de un pueblo de interior de la Región de Murcia: hoy en día solo se permiten hacer bromas sobre Murcia y no voy a desaprovechar la ocasión. Un soltero urbanita y neurótico es el peor espécimen que puede aterrizar por aquellas tierras. En mi travesía del desierto por esos pueblos ha padecido un síndrome de Ulises mayor que el del propio Ulises. Y la relación con las mujeres aborígenes está condenada al fracaso: ellas no entienden que no te interesen los coches ni la caza mayor ni el lanzamiento de huesos de aceituna; tú no asimilas que ellas desprecien tus gustos musicales y literarios. A veces caes en un espejismo porque la primera semana encuentras una rara avis, una aborigen soltera y piensas: si le digo que escribo novelas y toco el piano, la tengo en el bote. Pero más que un bote es un salto en el vacío y sin red. Nada más oír eso tuerce el gesto y te contesta que no son aficiones propias de un hombre. Una (también de Murcia) llegó más lejos y me preguntó, a bocajarro y sin anestesia, si era gay. Peor que un menú infantil. Es cursioso este doble rasero: en una gran ciudad tienes que pedir perdón por ser hombre, blanco, heterosexual y con estudios superiores; en un pueblo de Murcia todo eso no basta para que te consideren un hombre de verdad. Pero, repito, son pueblos del interior de Murcia y allí hasta las leyes de la Física pierden su validez; son una singularidad del espacio-tiempo, como diría Sheldon Cooper (no me lo imagino en Murcia, aunque él procede del la Norteamérica profunda, que es más o menos lo mismo). Y lo curioso, e incluso masoquista, es que me gusta ver series y películas que tratan ese tema del síndrome de Ulises (Doctor en Alaska, Crimen en el Paraíso), quizá para relamerme las heridas del pasado, pero ese final feliz en el que el forastero acaba asimilándose, tras muchos tropiezos, a las costumbres del pueblo y se casa con una aborigen es para mí pura ficción.
Está claro. Hace falta ya mismo una ONG para solteros.