domingo, 24 de septiembre de 2017

Protaurinos, animalistas y animaladas (A despropósito de la Semana Taurina de Algemesí)

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"

Juan Gómez Capuz

PROTAURINOS, ANIMALISTAS Y ANIMALADAS (A DESPROPÓSITO DE LA SEMANA TAURINA DE ALGEMESÍ).

Ayer se inició la Semana Taurina de Algemesí 2017. Unas fiestas locales que en los últimos años se han visto alteradas, como en otros lugares, por la dura pugna, por duelo a muerte en OK Corral, entre protaurinos y animalistas. Todo ello agravado por la presencia nada imparcial de reporteros de La Sexta que se dedicaban a echar más leña al fuego. Es habitual la llegada masiva de animalistas para protestar antes los festejos taurinos, pero parece que este año las cosas estarán más tranquilas. De hecho, según me comentan algunos nativos, los animalistas tenían previsto un plan B para no ser detectados antes de hora. Consistía en alquilar el crucero italiano que lleva el dibujo gigante de Piolín y desembarcar en Cullera bajo la “inofensiva” apariencia de turistas madrileños, para luego adentrarse al abrigo de la noche a través del Mareny, como si fueran el Vietcong. Pero el Ministerio del Interior se les ha adelantado y ha alquilado del crucero de Piolín para alojar a los heroicos polícias y guardiaciviles que van a Barcelona (funcionará como una curiosa mezcla de Caballo de Troya y Submarino Amarillo). La espinosa cuestión catalana también parece haber robado protagonismo a la Semana Taurina por otra vía: muchos de los animalistas antisistema que iban a liarla a Algemesí se han quedado en sus localidades de origen ante lo que se avecina del 1-O.

Esta lucha a muerte parece quedar siempre en tablas, porque Algemesí es un pueblo dividido al 50% entre cerriles protaurinos y ceporros animalistas. Y no se trata de una cuestión aislada. En el fondo, Algemesí es un pueblo que arrastra desde hace tiempo fuertes contradicciones internas, y quizá algún día tendrán que hacérselo mirar. Por ejemplo, destacan por ser una localidad muy nacionalista, en la línea pancatalanista, pero a la vez tienen un abierto ramalazo taurino y gitanero que en cualquier otro lugar de España se entendería como una clara deriva españolista. Cuando ves circular a 100 por hora a un coche por las estrechas calles del pueblo, enseguida percibes que llevan la música a toda virolla y siempre con canciones de Camarón, Camela, Lluís Llach o Pep Gimeno "Botifarra". Ya puestos, yo preferiría a El Fary y a Serrat. De la misma manera, presumen de ser una localidad de signo izquierdista y laico, pero a la vez dejan que aniden en el pueblo peligrosos fundamentalismos de signo católico e islámico. Además, tienen una extraña relación de amor-odio con Valencia capital: los más pudientes tienen un pisito en Valencia, pero siempre hablan mal de la capital. De hecho, muchas mujeres casaderas llegan a preferir como pareja a un morito del Raval antes que a un forastero de la capital que hable en castellano, aunque cuando oyes conversar a esas extrañas parejas, te das cuenta de que también hablan en castellano.

Cuando trabajaba allí, los nativos me urgían a que me decantara por un bando o por otro en el eterno debate taurinos versus animalistas. Con exquisita diplomacia, yo me declaraba siempre neutral. Pero ahora quiero salir del armario y hacer visible mi nuevo statu quo ante la cuestión: me declaro beligerante contra los dos bandos. Y siempre lo he sido. No siento la más mínima empatía o simpatía por ninguno de ellos. Es como si tuviera que decidir entre nacionales y republicanos, entre nazis y soviéticos o entre árabes e israelíes: para mí es un combate entre malos y malos.

Nunca me ha hecho gracia la fiesta taurina. Más allá de las cuestiones éticas sobre el sufrimiento del animal. Siempre he identificado los toros con la mentalidad cerrada de los pueblos de interior y con la ostentación de lujo de la derecha cinegética tan bien retratada por Berlanga, aunque todo lo que se expone en este artículo, relativo a los dos bandos, daría para una espléndida película alla maniera de Berlanga. Cuando pienso en los toros, veo una derecha rancia y casposa, de banderas gigantes del aguilucho, toreros que parecen Millán Astray y locutores mediáticos como Bertín Osborne, Carlos Herrera y Antonio Burgos, que parecen una de las múltiples encarnaciones del Eje del Mal.

 Pero es que los animalistas también me han caído gordos siempre. No me refiero a los amantes de los animales, a los que recogen desvalidos cachorros de perros y gatos abandonados en las cunetas y los contenedores y los crían pacientemente a biberón en espera de que alguien los adopte y les dé una vida digna. En los últimos meses he visitado muchas páginas de este tipo, con el errático propósito de adoptar, y me ha conmovido el esfuerzo de estas personas. Cuando expreso mi fobia por los animalistas, me refiero a los que han secuestrado esos ideales y los han puesto al servicio de una ideología antissitema que pretende tomar los cielos por asalto. Muchos naturalistas profesionales como Álex Lachhein han rastreado los orígenes de este animalismo politizado, derivado en última instancia de Antonio Gramsci y la Escuela de Frankfurt con el propósito de cambiar de cuajo los referentes y las raíces culturales de la Europa Occidental. Es la última vuelta de tuerka al zoón politikón de Aristóteles. Es lo que se denomina marxismo cultural, que es peor aún que el económico, porque supone poner en lo alto de la pirámide social a todas las minorías y, en el caso caso extremo de esta tendencia, a los propios animales, como si quisieran llevar a la práctica Rebelión en la granja de Orwell. El ecopacifismo de los 70 fue la versión 1.0, mientras que el animalismo actual es la versión 2.0, muy diferente en las formas, porque uno de los aspectos que más me espantan de esta nueva ideología antisistema es que no hay ni rastro de pacifismo, sino que se conducen con una violencia inusitada contra toreros e incluso contra niños enfermos que no piensan como ellos. Prueba palmaria de que su verdadero interés no es defender a los animales sino alcanzar el poder como sea.

Pero hay otros detalles del nuevo “animalismo político” que también me parecen contradictorios. Mediante una metodología inductiva, a fuerza de leer noticias sobre sus actuaciones, he llegado a la conclusión de que los animalistas sienten una indisimulada simpatía (y yo diría incluso empatía) por los animales depredadores y agresivos, los que son estrictamente carnívoros (mientras que los animalistas suelen ser veganos, otra flagrante contradicción). Quizá porque los propósitos políticos de los animalistas son también agresivos. En el caso del hervíboro toro de lidia, está claro que ahí hay otros condicionantes, de signo antiespañolista y antitradicionalista. Pero si rastreamos la andanzas de los animalistas españoles, está claro que su animal totémico es el lobo. El lobo es para ellos el bueno de la película y del cuento, y los estragos que pueda hacer sobre los rebaños de los ganaderos o no importan o son una mera posverdad. Pero no estaría de más recordar que el lobo era también un animal totémico para los nazis, y en especial para Adolf Hitler, quien se hacía llamar en la intimidad Wolffie, que bautizó su cuartel de campaña como Wolfsschanze, “guarida del lobo” y que siempre mostró un especial afecto hacia Blondie, no la cantante sino su hembra de pastor alemán, es decir, un perro lobo. Hitler también era animalista y vegano, y promulgó las primeras leyes que protegían a los aninales, pero eso no le eximía de ser un monstruo genocida, porque lo cortés no quita lo valiente.  Trataba mejor a los animales que a las personas, y parece que muchos animalistas actuales funcionan de la misma manera.

Hace un par de meses, se difundió la noticia de que los “cuidadores” de un zoológico chino habían alimentado a un par de tigres con un burro vivo, que no pudo zafarse del acoso mortal de los grandes felinos. Además, lo grabaron en vídeo. Muchos amantes de los animales se espantaron de las imágenes, pero los grupos animalistas oficiales no dijeron ni pío. Primero, porque no era cuestión de afearles la conducta a los chinos, aunque ellos son más de Corea del Norte. Y en segundo lugar, porque no sentían empatía por el herbívoro, al que sin duda consideran antirrevolucionario por aparecer en Platero y yo y por ser medio de locomoción de los turistas (otra de sus nuevas fobias) en muchos lugares de Andalucía. Si los verdugos del burro hubieran sido seres humanos, no habrían cesado sus movilizaciones hasta ahora. Para los animalistas, como si se hicieran reales las profecías de Rebelión en la Granja, unos animales son más iguales que otros.

En fin, espero que mis ex-compañeros, ex-alumnos y supongo que, a partir de ahora, ex-amigos de Algemesí, disfruten con tranquilidad de sus fiestas patronales.

P.D. En la eterna lucha entre el canario Piolín y el gato Silvestre, los animalistas tomarán partido sin dudar por el gato, porque es el depredador y el agresivo, como ellos. Así que cuando Piolín diga "me paresió ver un lindo animalista", es que está en serio peligro. Ayudémosle.

viernes, 7 de abril de 2017

Los xenófobos que no amaban a sus paisanas (las contradicciones internas de los líderes ultranacionalistas) Versión actualizada: incluye a Puigdemont

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"

Juan Gómez Capuz

LOS XENÓFOBOS QUE NO AMABAN A SUS PAISANAS (las contradicciones internas de los líderes ultranacionalistas)
Versión actualizada: incluye a Puigdemont

En los últimos meses he leído con interés datos sobre la curiosa vida privada de los líderes ultranacionalistas, xenófobos, iluminados y mesiánicos que están surguiendo en estos tiempos de confusión, crisis y posverdad. Aparte del hecho de que se trata de personajes extraños, con fuertes carencias intelectuales y afectivas, de seres anodinos que explotan como supernovas en un firmamento político mediocre y desorientado, hay otro dato, un denominador común que me ha llamado la atención: muchos de ellos, que han hecho de la xenofobia su bandera y quieren echar a todos los de fuera, están casados con mujeres extranjeras. Ya sé que no soy la persona más adecuada para afear la conducta a estos magnos próceres, pues la única novia que tuve, aunque había hecho todos sus estudios en mi ciudad, tenía padre vasco y madre alemana (era como si me hubiera anticipado en 20 años a los guiones de la películas Ocho apellidos vascos y Perdiendo el Norte). En todo caso, si alguien piensa que exagero, ahí están los datos. Donald Trump ha estado casado tres veces, y dos de ellas han sido con mujeres de Europa del Este, la checa Ivana y la eslovena Melania. El eurófobo inglés Nigel Farage, conseguidor del Brexit y enemigo declarado de una Unión Europea dominada por Alemania y la Merkel, resulta que está casado con una alemana. Y, por último, el presuntuoso y radical holandés Geert Wilderts, defensor de una xenofobia en la que siempre hay un punto de nostalgia nazi y antisemitismo, nos sorprende porque está casado con una judía húngara. Aunque también podemos apuntar un curioso caso en tierras hispánicas: el del hipercatalán Carles Puigdemont, casado con una actriz/presentadora rumana adicta a la magia, aunque no es el único, pues la mujer de Artur Mas, aunque nacida en Cataluña, también tiene ascendencia centroeuropea.

Personalmente, pienso que la vida privada de estos tres líderes no es muy consecuente con sus ideas. Se trata de personas que obligan a los demás a comulgar con ruedas de molino y luego ellos se lo saltan todo a la torera. Es como si, por poner un ejemplo imaginario y exagerado, un partido político destacara por llevar a cabo un ateísmo declarado y militante, enemigo de cualquier símbolo religioso como si fueran la niña del Exorcista, y luego resultara que bajo mano tuviera contactos secretos con un régimen teocrático. La contradicción más absoluta. O, simplemente, como dicen ellos, una mera posverdad.

Pero si hacemos un recorrido histórico más amplio, nos daremos cuenta de que los líderes ultranacionalistas y los salvapatrias no han sido nunca un ejemplo de coherencia ideológica. Antes hemos mencionado los que están casados con mujeres extranjeras. Pero es que grandes líderes nacionalistas tenían una incoherencia aún más íntima: ellos mismos eran extranjeros, o bien provenían de territorios periféricos o irredentos. Solemos asociar a Alejandro Magno con la culminación de la civilización griega clásica (aunque también fue la puerta de su decadencia), pero Alejandro era de Macedonia, un reino semibárbaro que formaba parte de los márgenes de la cultura griega. Identificamos a Napoleón con la grandeur de Francia, pero Napoleón era de Córcega, su lengua materna era un dialecto toscano y sólo aprendió francés en la escuela. Todo artículo conspiranoico que se precie no puede omitir la figura de Adolf Hitler, que nació en un pueblo austriaco fronterizo con Alemania, que fue admitido de chiripa para alistarse en el ejército de Baviera y que no consiguió la plena ciudadanía alemana hasta 1932, en vísperas de su asalto al poder. Su rival Stalin no era ruso, sino georgiano. Y por último conviene no olvidar que Franco, depositario de las eternas esencias de la nación castellana y del madridismo (su continuador más fiel hoy en día sería Javier Tebas) no era sino un gallego indeciso que afirmaba no meterse en política.

La mención a Hitler  y al tercer Reich también nos permite aducir un ejemplo más antiguo de xenófobos que no amaban a sus paisanas. El gran Joseph Goebbels estaba casado con la fanática Magda, de la que seguramente conocía su secreto más íntimo: una ascendencia judía que sólo se ha podido demostrar en tiempos muy recientes. Pero el ligón Goebbels, a fuerza de frecuentar el Deutsche Star System de la época, se encaprichó de la actriz checa Lída Baarová. A tal punto llegaron a calentársele los casos, que planeó liarse la manta a la cabeza e irse con ella de embajador a Japón, abandonando la primera línea de la política. Pero como se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, Adolf descubrió el percal, lo llamó al orden y expulsó a la Baarová como persona non grata. De la misma manera, el colaboracionista noruego Vikdun Quisling, arquetipo del traidor a su patria, fiel entusiasta de la lucha a muerte contra el enemigo soviético, estaba casado con una mujer rusa.

Sin abandonar el nazismo, podemos encontrar otra variante de los xenófobos que no amaban a sus paisanas. Los que amaban a sus paisanos. Está claro que en los tiempos que corren, no se trata de afearle a nadie la conducta por tener inclinaciones homosexuales, a no ser que vayas montado en un autobús naranja  o vivas en Chechenia, pero si se trata de políticos iluminados xenófobos y además homófobos (suele ir junto en el menú), nos encontramos de nuevo con una incoherencia o contradicción flagrante. En el caso del Tercer Reich, tenemos el ejemplo patente aunque fugaz de Ernst Röhm, descabezado tras la Noche de los Cuchillos Largos, aunque hubo murmuraciones semejantes sobre otros muchos líderes nazis. Entre los xenófobos modernos, se documentan dos casos con final trágico: el holandés Pym Fortuyn, antecesor de Wilderts, que murió asesinado y que al menos tuvo la valentía de asumir su relativa contradicción; y el del ultra austriaco Jörg Haider que falleció en un extraño accidente de coche tras salir de un club de ambiente donde al parecer lo estaban chantajeando por su doble vida. Pero en mi opinión, el ejemplo más ominoso, por el inmenso poder que tuvo durante mucho tiempo, fue el de John Edgar Hoover, siempre tan implacable con los pecadillos privados de los que él veía como enemigos del modo de vida americano, pero que llevó siempre una doble vida de buen americano cristiano de clase media y su largo romance con su segundo al mando del FBI.

Las incoherencias y contradicciones de los xenófobos, iluminados, dictadores, terroristas y salvapatrias (son muy borrosos los límites entre esas cinco categorías) se extienden también al terreno de sus gustos literarios y musicales. Si no fuera porque estos personajes han dejado tras de sí innumerables víctimas mortales, sus extraños y bizarros gustos artísticos serían lo que más pudiera avergonzar su memoria a los ojos de la Historia. Nuevamente nos podemos servir de Hitler, quien en sus características personales se revelaba como un auténtico friki, como un supervillano de cine de serie B, una especie de Doctor No o Doctor Maligno, porque no encaja con el perfil de un dictador genocida el hecho de que fuera pintor, melómano, animalista y vegano, amén de millonario por haber escrito un best-seller. En los últimos años también se ha conocido la historia de sus discos de música clásica, capturados del búnker por un oficial de la inteligencia rusa, Lew Besymenski, y conservados en su dacha de las afueras de Moscú. Estaba muy anciano y enfermo el militar cuando su hija descubrió los discos en un desván. Algunos de esos discos no entraban en absoluto en el guión de los gustos musicales que debería haber tenido el Führer (y por extensión todos sus súbditos), ya que había varios de clásicos rusos, en especial la obra completa de Chaikovski (Adolf también tenía su puntito tierno), interpretados además por artistas judíos como Huberman o Schnabel (y otros que acabaron en los campos de exterminio). Claro que su amada Eva Braun aún tenía gustos más desviados, pues era una fanática del jazz y llegó a fotografiarse disfrazada de hombre negro en homenaje a la película El cantor de Jazz de Al Jonson (un artista que en realidad no era negro, sino judío lituano). El ejemplo del dictador que se complace en leer los libros que están prohibidos para sus sufridos ciudadanos tiene su muestra más megalómana en el albanés Enver Hoxha. El tirano tenía en su palacio de corrientes  de aire de Tirana una monumental biblioteca con todos los libros que estaban prohibidos en su país. Un auténtico despropósito, que casi parecía sacado de un cuento de Borges. Y qué decir de las cintas de casete de Julio Iglesias que Sadam Husein guardaba en sus innumerables zulos: ¿también se consideraba un truhán y un señor? O la extraña biblioteca digitalizada en un pen-drive que llevaba de cueva en cueva Bin Laden y en la que se incluía, para sorpresa de todos, un tratado sobre la coexistencia pacífica de judíos, moros y cristianos en la España medieval o, más raro aún, varios libros de un intelectual judío norteamericano de izquierdas, Noam Chomsky, quien de la noche a la mañana acabó convertido en el curioso autor de cabecera del iluminado saudí. Incluso el severo papa Juan Pablo II también tenía alguna debilidad y nunca ocultó su admiración por la actriz Patsy Kensit, que aunque católica declarada, ha llevado una agitada vida sentimental casándose con varias estrellas de rock (Jim Kerr, Liam Gallagher) y apareciendo muy ligera de ropa en las pocas películas que ha hecho.

Todo eso nos demuestra que estos líderes que montan un sistema ideológico estricto y ortodoxo, antes de obligar a los sufridos ciudadanos a comulgar con ruedas de molino, deberían revisar su vida privada y sus gustos personales y, en suma, hacérselo mirar. Porque está claro que no predican con el ejemplo.