lunes, 8 de agosto de 2011

De proselitistas y apocalípticos

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011)

Juan Gómez Capuz


DE PROSELITISTAS Y APOCALÍPTICOS

En la sociedad urbana moderna, cada vez más caótica, insegura y falta de valores, están proliferando numerosos grupos proselitistas. La verdad es que nunca desaparecieron del todo, desde los Hare Krishna, Mormones y Testigos de Jehová de los 70, pero ahora constituyen toda una pléyade de movimientos diversos y además –ahí es donde quiero ir a parar– sus tácticas de proselitismo son cada vez más ubicuas y agresivas. Quizá sea un síntoma de que nos acercamos a tiempos apocalípticos (por cierto, qué mala leche poner el día del fin del mundo del calendario maya el 21 de diciembre de 2012, justo la víspera de la Lotería de Navidad y de la paga extra cada vez más menguada). Una mala leche típica de todos estos movimientos proselitistas y cuasi-apocalípticos que ahora iremos detallando.

No soy un experto en el tema y se me escapa la multiplicidad de movimientos proselitistas que existen hoy en día. Desde mi humilde condición de sufrido urbanita neurótico y pobrecito hablador, trazaría una primera gran división entre los movimientos laicos, habitualmente denominados ONG, y los movimientos de inspiración religiosa, de signo protestante y católico. Sin duda, se trata de una distinción muy laxa e imprecisa, pues sería plausible la existencia de una ONG laica de cierta inspiración religiosa, como la Fundación Vicente Ferrer, uno de los pocos movimientos que me caen bien y que, por tanto, no trataré en este artículo. Pero como primera aproximación al tema, la dicotomía laico/religioso (enfatizada por estos propios movimientos más que por los sufridos ciudadanos, lo cual prueba la ortodoxia ideológica que los anima) podría funcionar.

Los movimientos de carácter laico son los que más han crecido en los últimos veinte años, coincidiendo con el laicismo progresivo de nuestra sociedad y debido, sobre todo, al descaradísimo apoyo que les han prestado determinados partidos políticos y famosetes varios. Incluso se ha llegado a acuñar en nuestra lengua el neologismo organización no gubernamental y su incómoda sigla ONG para denominarlos (aunque en algunos casos tal denominación roza la ironía y el oxímoron). Las ONG son especialmente activas en los centros urbanos y tienen como víctimas, perdón objetivos, perdón targets, a la gente joven (entre 20 y 45 años) de cierto nivel cultural (es decir, una especie en vías de extinción). Son muy educados (a diferencia de los Indignados, a quienes algunos ingenuos consideran también una ONG) y se identifican con petos de colores que habitualmente representan a su ONG, con lo cual me recuerdan a los auxiliares de los partidos de Champions que llevan en la espalda la palabra Steward (al principio pensaba que todos se apellidaban así). Sin duda, estos proselitistas laicos han seguido un cursillo intensivo para saber cómo abordar a los ciudadanos y, sobre todo, dónde abordarlos. Porque tienen una especial habilidad para ubicarse en aceras de calles muy transitadas, en la entrada a ciertos organismos públicos donde los sufridos ciudadanos ya tenemos bastante con bregar con la burocracia autonómica (como el PROP y la Ciutat de la [in]Justícia) y, sobre todo, en la entrada a ciertos centros comerciales donde parece que estas ONG disponen de carta blanca (en otros grandes almacenes, en cambio, nunca se dejan ver). Sus principales armas son la sorpresa y el miedo (parodiando a McLuhan, "el miedo es el mensaje"). Han recibido también una completa formación “militar”, pues entre tres o cuatro con capaces de copar todos los accesos a los lugares que he mencionado, por lo cual el sufrido ciudadano apenas tiene escapatoria. Incluso dejan a uno de sus efectivos en la entrada secundaria de estos lugares, cuando perciben que hay una fuga de ciudadanos hacia esa “escondida senda”. También han recibido una completa formación retórica, aunque no tan intensa como la de sus primos los proselitistas religiosos: cuando te “cazan” y te sueltan el sermón, sus palabras favoritas son injusticia y sostenibilidad. Hay que luchar –dicen– por evitar las injusticias que se cometen en este mundo globalizado y hay que garantizar la sostenibilidad del planeta. Pero en el fondo la palabra clave es Apocalipsis: si no colaboramos con ellos (cada ONG se arroga la propiedad de la solución perfecta a los males del mundo moderno, faltaría más), nuestro mundo, tanto en el aspecto socioeconómico como medioambiental, llegará al final de sus días. Además, parece que esta palabra Apocalipsis les produce un paradójico placer, como si por el hecho de estar en la “ONG elegida” la cosa no fuera con ellos (a lo mejor les han dicho en su ONG que vendrán los extraterrestres a rescatarlos). De hecho, ahora veremos que, en el fondo, las diferencias que los separan de los proselitistas religiosos no son tan grandes como a primera vista pudiera parecer.

Los movimientos de carácter religioso se han identificado tradicionalmente con ciertas escisiones e iglesias (algunos malpensados las llaman sectas) protestantes como los Mormones y los Testigos de Jehová, a los que se sumaron en los años 70 pintorescos grupos de religiosidad oriental como los Hare Krishna. Pero en la actualidad, lo que más llama la atención es la creciente presencia de grupos católicos preconciliares, muy arropados por la propia jerarquía de la Iglesia Católica desde el monumental golpe de timón ultraconservador protagonizado por Juan Pablo II (santo súbito) tras la breve primavera que representó Juan Pablo I (morto súbito). Otro aspecto curioso es la autodenominación: a pesar de ser más católicos que el Papa y la Inquisición española, ellos prefieren la denominación de cristianos a la de católicos, al igual que los grupos fundamentalistas protestantes también prefieren la denominación de cristianos (sobre todo los born-again Christians, es decir, conversos especialmente peligrosos como G.W.Bush) a la de protestantes. Es una pena que una palabra que siempre había tenido connotaciones tan positivas se esté cargando ahora de intransigencia por ambos lados. Son muy educados y se identifican con pequeñas placas o pins que muestran su adscripción a una de estas organizaciones, como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo o el Camino Neocatecumenal (vulgarmente conocidos como Kikos, en alusión a su ínclito fundador, rasgo común a todas las órdenes religiosas). Estos proselitistas religiosos no son tan meticulosos como los laicos a la hora de buscar lugares donde abordar a los sufridos ciudadanos: suelen optar directamente por presentarse en tu casa (recurso típico de los protestantes) o por servirse de lugares y ámbitos comunes como el lugar de trabajo o el ámbito familiar (caso de los católicos), pues no les importa desarrollar su labor proselitista en estos ámbitos en los que la cortesía exigiría una cierta privacidad. Han recibido una completísima formación retórica; no sé quién les habrá dado clase, pero os puedo asegurar que es un crack, una mezcla entre Demóstenes, Cicerón y Joseph Goebbels (el hecho de que los tres autores citados sean paganos es intencionado). Muchas veces los ves en algún lugar cerrado y comunal (oficina, etc.), haciendo como que hojean un libro, pero –como diría Félix Rodríguez de la Fuente– están preparados para su letal ataque proselitista. No cabe duda de que sus principales armas son la sorpresa y el miedo (como lo siempre lo han sido en “nuestra” religión católica). Dejan caer un tema de conversación banal y cuando piensas que por una vez se han olvidado de su labor proselitista, lanzan su letal ataque y caes en la trampa. Cuando te “cazan” y te sueltan el sermón (nunca mejor dicho), lo primero que te dicen es que “Jesús es amor”. Pero poco a poco se sueltan el pelo y acabas comprobando que su palabra favorita es castigo. Y además te lo argumentan sin ambages: “Es que si no hubiera castigo, todo el mundo haría lo que quisiera y diría mientras no me pillen, yo hago lo que me da la gana”. Por supuesto, todo eso en tercera persona, porque dan por hecho que ellos nunca recibirán el castigo. Es curioso también que al hablar de castigo ya no aluden a Jesús sino a Dios, porque parece que el Padre infunde más miedo que el Hijo. Ellos dicen que quieren volver al cristianismo primitivo (¿al de verdad o al que se inventó San Pablo?), al Nuevo Testamento, pero su mensaje de “Dios es castigo” hace pensar mucho más en el Dios irascible y vengativo del Antiguo Testamento, que arrasaba ciudades sin pararse a pensar si quizá hubiera algún “justo” allí, igual que los inquisidores dominicos arrasaron las ciudades cátaras diciendo que los mataban a todos y que luego Dios sabría distinguir entre los cátaros y los católicos. En este caso, queda mucho más claro todavía que en el fondo la palabra clave de su discurso es Apocalipsis: si no nos convertimos (cada grupo religioso se arroga la propiedad de la verdad absoluta, faltaría más), nuestro mundo llegará al final de sus días y, sobre todo al severo Juicio Final (¿en la Ciutat de la Justícia también?). Además, parece que esta palabra Apocalipsis les produce un paradójico placer, como si por el hecho de estar en la “religión verdadera” la cosa no fuera con ellos, sino con los pobres paganos que no tienen más elección que la conversión o el fuego eterno (para ellos son paganos todos aquellos que no comparten su fe con la misma fuerza, aunque también tengan creencias religiosas). Cuando los oyes hablar y ves que entran en un arrebato de misticismo, llegas a pensar que en décimas de segundo se van a convertir en un nuevo Savonarola y van a exclamar “Arderéis todos en las llamas del Infierno” (recuérdese, a modo de moraleja histórica, que el primero que ardió fue Savonarola).

En fin, estos son los proselitistas con los que debemos enfrentarnos cada día. La mayoría, afortunadamente, son –parodiando a Umberto Eco– apocalípticos integrados que tan sólo pretenden “mejorar” la sociedad. Pero en ocasiones, la distancia entre el proselitista y el verdadero apocalíptico es escasa, como lo demuestran los suicidios colectivos (muchos de ellos “no voluntarios” sino ordenados por el líder supremo) de los judíos de Masada, de los cátaros, de la iglesia del reverendo Jones en la Guyana, de las sectas neotemplarias de países francófonos (y pensar que estas gentes fueron los inventores del Racionalismo), de los davidianos de Koresh y de los atentados suicidas de otras religiones monoteístas (¿por qué –como diría Mouriño– las religiones monoteístas, las que poseen un código deontológico más elaborado y una explicación metafísica más certera, son capaces de lo mejor y también de lo peor?) hasta llegar a la reciente masacre de Noruega por parte de un iluminado neonazi (porque ése sería el lado oscuro de las en principio inofensivas ONG). Y quizá todo eso sea la demostración de que el Apocalipsis no está tan lejano.