domingo, 9 de febrero de 2020

El zasca en la palabra (2). Nuevas palabras para viejísimos conceptos: lucha o guerra cultural, podemitas y voxistas.

EL ZASCA EN LA PALABRA (2). NUEVAS PALABRAS PARA VIEJÍSIMOS CONCEPTOS POLÍTICOS: LUCHA O GUERRA CULTURAL, PODEMITAS Y VOXISTAS.

Juan Gómez Capuz

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR" 2020

En los tiempos actuales de confusión y posmodernidad ha resurgido con fuerza un concepto ya antiguo, el de lucha o guerra cultural. Para quien no lo sepa, el término es una traducción del compuesto alemán Kulturkampf, utilizado para designar la lucha cultural de Bismark y el Segundo Reich contra el Papado, el Zentrum católico y otros sectores opuestos al boyante imperio unificador de los alemanes y vencedor de los franceses. A mí me gusta más la traducción “lucha cultural”, pues es más fiel al original alemán: aunque a veces las apariencias engañan y la palabra Kampf, con su pedigrí germánico y belicoso y su asociación con un bestseller de entreguerras, resulta ser una adaptación de la palabra latina campus, que ya en tiempos de Julio César designaba una batalla campal. Pero hoy en día parece imponerse la traducción “guerra cultural”, quizá porque es la más próxima al término que ha triunfado en inglés, cultural war, o quizá porque el tema se ha salido de madre y hemos subido un peldaño más en la escala de Def Com 2 (me refiero al código estadounidense, no al grupo musical que hace apología del terrorismo): la lucha cultural se ha convertido en una guerra sin cuartel.

Aunque el concepto de lucha cultural procede de la derecha, como hemos visto, durante mucho tiempo ha sido la izquierda, sobre todo la izquierda más radical, la que ha sacado más rédito electoral, siguiendo los postulados de un discípulo aventajado de Bismarck: Antonio Gramsci, quien ya propuso en los años 20 que el aspecto central de la lucha política es el liderazgo cultural o de las ideas, concebido (como era típico de la época) como una guerra de trincheras en la que se van ganando batallas que al final consolidan la hegemonía de un bando. Desde la derecha se ha etiquetado esta postura de “marxismo cultural”, originario de la Escuela de Fráncfort, el cual pretende destruir los valores tradicionales de la sociedad occidental y reemplazarlos por el multiculturalismo y diversas ideologías alternativas como la de género, el ecologismo, el animalismo y muchas cosas más. En cierto modo, la izquierda, después de ver cómo los postulados socialdemócratas y keynesianos eran asumidos en parte por el centro-derecha (hasta la reacción thatcheriana) y cómo la utopía comunista se desmoronaba en un castillo de naipes, apostó fuerte por esos valores alternativos como una forma de rellenar un vacío ideológico. En especial, destaca el énfasis otorgado al colectivo gay, frente a la tradicional homofobia estalinista, que aún se deja ver en ciertos regímenes. Es curioso cómo Podemos abrazó causas del todo ajenas a la izquierda radical tradicional y cómo consiguió arrastrar a ciertos sectores del PSOE a esa renovada lucha cultural. De repente, surgió la sigla LGTBI+ que no ha cesado de incorporar elementos, lo cual no deja de ser una paradoja: cuánta heterogeneidad puede haber en un colectivo dominado por los homosexuales varones y blancos (que son los reyes del mambo de este colectivo, como si se tratara de una novela de George Orwell). La T alude a los transexuales, que ya existían desde que Stan quiso convertirse en Loreta en La vida de Brian (es curioso, pero el nombre Loret(t)a parece estar vinculado a la transexualidad, pues también lo vemos en la canción Get Back de The Beatles). La B es de bisexuales (siempre marginados por todos) y a partir de ahí me pierdo, y eso que soy soltero (algo que no gusta ni pizca a los guerreros culturales de la derecha, a los cuales les llegará pronto su turno): yo pensaba que la I era de “indeciso”, pero resulta que se refiere a los “intersexuales”, y el signo “+” ni flores, quizá sea que por ser todo eso les dan un positivo, que se pueden añadir más colectivos o que son átomos cargados (cationes). Al final, parece la sigla de un modelo de coche alemán o de un complejo vitamínico. Del mismo modo, se potenció la ideología ecologista y animalista, así como el feminismo y la defensa de las minorías. 

Pero éramos pocos y parió la burra. Resulta que la derecha, después de décadas insistiendo más en la gestión y dejando de la lado la lucha cultural (quizá porque la daban por perdida ante la izquierda), ha surgido en tromba con la defensa de los viejos valores ultramontanos de toda la vida. La verdad es que el fenómeno no es nuevo, pues en Estados Unidos ya hubo varios fogonazos de guerra cultural en el siglo XX, sobre todo con el apoyo logístico del fundamentalismo protestante (el mismo que asoma ahora mismo en Brasil). Pero ha sido ahora cuando ha llegado a la vieja Europa. Primero, quizá, a los países del Este, que al igual que en el periodo de entreguerras cayeron en un efecto dominó bajo la égida de regímenes autoritarios, ahora han sucumbido ante esa nueva derecha autoritaria, anti-todo y con fundamento ideológico, como ocurre en Hungría y Polonia sobre todo. En el caso de Europea Occidental se han confundido dos fenómenos: una primera oleada de ultraderecha clásica, como el Frente Nacional francés y AfD, y una segunda oleada de derecha autoritaria tradicionalista, cuyo referente más cercano es Vox y los partidos de Hungría y Polonia. Veo una clara diferencia entre ambos modelos de derecha radical y cuando, como friki entusiasta de la Segunda Guerra Mundial, me preguntan cuál es el líder político de aquella contienda a quien más admiran los de Vox, respondo que en absoluto sería Hitler (a quien despreciarían por neopagano y de vida privada ambigua), sino más bien Pétain (y hasta cierto punto Salazar): una derecha tradicional, autoritaria, corporativista y paternalista, que considera a todos los ciudadanos (y especialmente a las minorías) como auténticos menores de edad, por lo cual se cree con el derecho de aplicar a todos una especie de “pin parental” que sustituya a los derechos y libertades democráticos.

Este ambiente de guerra cultural se refleja también en el vocabulario político, en especial a la hora de crear derivados referidos a los nuevos partidos populistas de los extremos. 

En el caso de Podemos, triunfó desde el principio, sobre todo en ambientes adversos y con connotaciones peyorativas, el extraño derivado podemita. En un breve pero esclarecedor artículo, Álex Grijelmo (recomiendo vivamente los artículos de Grijelmo y de Lola Pons sobre cuestiones lingüísticas) se extraña de que se haya preferido el sufijo -ita al más habitual -ista, pues de hecho nadie dice *podemista. Observa el maestro de periodistas que el sufijo -ita connota una relación más bien religiosa entre la idea o la persona y sus seguidores, además de tener per se un cierto valor peyorativo, como ocurrió con la palabra jesuita, que luego fue adoptada con orgullo por la propia orden. También es significativo que -ita sea un antiguo sufijo de origen francés que se aplica a muchos pueblos de Oriente Medio y que goza de una sólida tradición bíblica, aunque siempre con un toque sectario y hasta cierto punto herético: ismaelita, maronita, chiíta, alauita y, en el contexto de la Reforma protestante, husita. Hoy en día muchas de esas palabras han cambiado al sufijo árabe , conocido ya en castellano medieval y coincidente con el inglés, pero las viejas formas galicadas en -ita siguen teniendo el encanto de lo lingüísticamente vintage. Quizá influya en podemita cierta alusión envenenada a la actitud tan benevolente que este partido tiene hacia la cultura islámica. Y además este uso cuasi-religioso de los sufijos no es nuevo: para crear un derivado del partido inventado UCD, puesto que el castellano no se maneja bien creando derivados de siglas, se recuperó un antiguo sufijo bíblico y funcionó durante algún tiempo el derivado ucedeo, por analogía con los saduceos de la época de Jesús (y también por las constantes pugnas sectarias y cainitas entre las diversas familias de la coalición, que recordaban a las de los judíos en La vida de Brian). Y el exitoso ejemplo de podemita generó otros similares de efímera fama como sevillita, aplicado al ex ministro Zoido y por extensión a los “rancios” que defienden todas las tradiciones de Sevilla, en especial toros y procesiones (tal como constató el sevillita Antonio Burgos en un artículo titulado “El sevillita” y publicado en ABC, cómo no). También ha gozado de cierto uso el derivado aznarita, quizá por la devoción que la caverna profesa al líder mesiánico que resucitó a la derecha española y provocó el ciclón de las Azores (a mí me había gustado más aznarí, tan precido a nazarí).

En el caso de Vox ha triunfado el derivado esperable, voxista, con el sufijo -ista habitual para partidos e ideologías políticas. Pero este término tiene dos trampas. El primer problema de voxista es que, habida cuenta de la atávica confusión de b/v en castellano, en su forma oral alguien lo asimile con el boxeo, en la forma *boxista, como si los dirigentes de Vox fueran pertrechados con guantes de boxeo para enfrentarse a los numerosos enemigos de la patria (aunque de todos es sabido que Ortega Smith prefiere disparar un fusil de asalto en diversas posturas, como si fuera un kamasutra militar). Y lo más grave, este derivado hará pensar a frikis como yo en el Partido Rexista de Léon Degrelle en la Bélgica inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial: ambos casos se apoyaban en una palabra latina (Rex y Vox) y ambos partidos defendían una sociedad autoritaria y corporativista, más cercana a Pétain y Salazar, aunque la imparable deriva de años posteriores llevara a Degrelle a enrolarse locamente en las SS, demasiado neopaganas para estos aprendices de monaguillo.

P.D. En las últimas semanas también se ha difundido el curioso término lazi, cruce de lazo y nazi y que alude a los ultranacionalistas catalanes supremacistas. Aunque los que estudiamos bien la Historia en los años 70 y 80, también pensamos con cierta mala idea en el pueblo íbero de los lacetanos, que ocupaba una zona de la Cataluña central y profunda (Bages, Osona) donde este especimen es especialmente abundante hoy en día.