martes, 3 de agosto de 2010

Cosas que no me gustan de la FNAC (observaciones de un cliente curioso e impertinente)

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(II: 2008)

Juan Gómez Capuz


COSAS QUE NO ME GUSTAN DE LA FNAC
(observaciones de un cliente curioso e impertinente)



En primer lugar, deseo dejar claro que soy comprador habitual –a veces, incluso, compulsivo- en la FNAC de mi ciudad (a orillas del Mediterráneo) y además, desde hace unos pocos meses, tras vencer mi marxismo radical, también soy socio de la misma entidad (cuando hablo de marxismo radical me refiero al de Groucho, en el sentido de que me cuesta mucho pertenecer a un club o entidad que acepte a alguien como yo de socio). Por tanto, los comentarios que haré en este artículo son simples sugerencias de un consumidor que lleva frecuentando ese local desde hace más de diez años.

Para empezar, y quizá ese sea el meollo del asunto, hay que tener en cuenta que la FNAC de mi ciudad está situada en un lugar muy céntrico, pero ocupa un espacio relativamente pequeño que no se ha ampliado ni en un metro cuadrado desde los casi once años que lleva en funcionamiento, mientras que los locales de la misma marca en ciudades sensiblemente más pequeñas son bastante más amplios e incluso en esas ciudades se ha llegado a abrir un segundo local comercial. Esta falta de espacio vital obliga a los responsables de la FNAC de mi ciudad a redistribuir continuamente los contenidos y secciones del local, lo cual provoca periódicas confusiones incluso en los clientes más asiduos. Además, tengo la sensación de que en los últimos meses se ha concedido un espacio demasiado grande a secciones que, personalmente, considero minoritarias, cuando no abiertamente frikis .

En primer lugar, aunque se trata de un local muy céntrico, lo cierto es que a veces cuesta acceder a él, aunque éste sea un problema, si no menor, al menos ajeno a los responsables de la FNAC de mi ciudad. Porque resulta que en buena parte de la amplia entrada principal están constantemente apostados activistas y proselitistas de los más variados grupos, grupúsculos, sectas y onegés varias, los cuales te acosan para que firmes manifiestos que defienden causas, quizá justas, pero claramente inverosímiles. Parece que se hayan leído la Divina Comedia y constituyen lo que podríamos llamar “el cinturón de asteroides de los proselitistas de las causas imposibles”, barrera que es preciso atravesar casi todos los días para poder acceder a la FNAC (aunque últimamente han decaído bastante: parece que se nota la crisis hasta en estos estratos). Para que el lector se haga una idea, uno de los más llamativos es el grupo “Salvemos los dinosaurios” (“Salvem els dinosaures” en el romance autóctono): pretenden recaudar fondos para que un poderoso satélite artificial construido por ellos orbite en torno al planeta Tierra y lo haga retroceder 65 millones de años, y así poder dar a los dinosaurios una segunda oportunidad para salvarse y llegar a evolucionar hasta un tipo de vida inteligente.

Una vez superado el cinturón de asteroides y ya dentro de la FNAC, también podríamos dejar de lado el hecho de que toda la planta baja se haya convertido en una macrotienda de imagen y sonido, informática y telefonía móvil, respetando de milagro la diminuta cafetería y el cuartucho (tipo minisala de cine) donde los artistas presentan sus libros o discos ante tres o cuatro amiguetes y/o parientes. Lo que sí echo en falta es el espacio dedicado a quiosco, donde antes podías encontrar, sobre todo a partir de las ocho de la noche o en festivos, las revistas o coleccionables que no habías podido localizar en otros sitios.

Pero la ceremonia de la confusión viene en el piso de arriba, dedicado a libros, cine/deuvedés y música/cedés. Además, la irrefrenable tendencia clasificatoria y taxonomista de ascendencia francesa que muestra la FNAC produce, sobre todo en nuestro país, verdaderos esperpentos; lo quieren clasificar todo tanto que al final las clasificaciones los superan: he comprobado que ciertos novelistas tienen obras en tres secciones distintas de la librería, porque en un caso una novela se ha catalogado en la sección de “literatura española e hispanoamericana”, otra en la de “libros de bolsillo” y otra en la de “novedades”. Y además creo que a la entrada no hay “directorio” que te indique las secciones, porque ni Teseo se pudo aclarar.

La sección de cine es la que ha permanecido más estable a lo largo de los años y poco tengo que decir sobre ella. Eso sí, sigo sin entender muy bien la etiqueta progre de “cine de autor”, que ocupa una sección amplia, porque todas las películas tienen un autor, sea guionista o director o ambas cosas (o un negro que no sale en los créditos): supongo que será una concesión a los frikis que aún leen Cahiers du Cinéma y que por lo visto disfrutan de lo lindo con los truños de Theo Angelopoulos, Derek Jarman o Isabel Coixet. Y como en el caso anterior, las películas de un mismo director de culto pueden estar en esa sección o en otra, distante, que reúne los packs de deuvedés de directores o actores (me suele pasar con las de mi admirado Woody Allen). Pero en general la sección de cine es amplia y variada y también aplaudo –quizá porque es una tendencia un tanto friki que sí me va- el abundante surtido de packs de series de televisión, tanto actuales como antiguas (parece que la nostalgia y el poder adquisitivo de los que frisamos la cuarentena se nota en el amplio abanico de series de nuestra juventud -aunque algunas fueran, en el fondo, infumables- como V, Los Ángeles de Charlie, Starsky y Hutch o Vacaciones en el Mar ), aunque mi frikismo se orienta sobre todo hacia la series cómicas inglesas (Monty Python´s Flying Circus, Hotel Fawlty, La Víbora Negra, Ley y Desorde, Caída y Auge de Reginald Perrin ), también ampliamente representadas.

En el caso de la sección de librería tampoco tengo mucho que decir, exceptuando el comentario anterior de que deberían unificar un poco mejor todas las obras de un mismo autor: creo que en una disciplina como la literatura, el criterio taxonómico principal debe ser el nombre del autor y no otros factores aleatorios como la lengua en la que está el libro, la novedad del libro o el formato.

Ahora bien, el terreno donde verdaderamente me vuelvo tarumba cada vez que llevo más de una semana sin pasarme por la FNAC es el dedicado a la música y los cedés. Para empezar, hay que indicar que en este caso el espacio vital sí ha variado, pero en una dimensión negativa: hoy en día ocupa la mitad del espacio que tenía hasta hace un par de años, quizá porque la gente se lo baja casi todo de Internet (pero yo, en cambio, soy un fetichista de los cedés –y de otras cosas- y me gusta tener los originales, siempre que el precio y las ofertas lo permitan). El espacio que ha dejado sobrante la sección de música lo han asumido en seguida los frikis que compran muñecos de artistas de rock y sables láser que valen un pastón (y que no se pueden bajar de Internet) y una amplia sección de libros ilustrados y seudojuguetes para nuestros supermimados infantes de hoy en día. Además, la redistribución de las diversas secciones de música es constante, casi mensual, y poco a poco van ganando terreno estilos en mi opinión minoritarios. Para hacerse una idea, el espacio que hoy ocupan las secciones de pop-rock nacional, pop-rock anglosajón y músicas del mundo era el que, hasta hace dos años, ocupaba sólo la sección de pop-rock anglosajón. Para complicarlo más, la tendencia taxonomista francesa de la FNAC se esfuerza por establecer distinciones ulteriores dentro de cada grupo: los cantautores y los cantantes melódicos ocupan secciones próximas pero independientes de la de pop-rock nacional, lo cual obliga a hilar muy fino si vas justo de tiempo y quieres buscar al autor adecuado en la sección adecuada. En la de pop-rock anglosajón, también ocupan secciones próximas pero independientes las de música electrónica y hip/hop (y antiguamente se empeñaron en crear de la “pop-rock alternativo” donde incluían a grupos clásicos del Britpop de los noventa como Blur y Oasis que para mí no tenían nada de alternativo sino que eran la continuación natural del pop-rock clásico de toda la vida, de Beatles y Stones), mientras que las secciones de hard-rock y soul/funk han crecido tanto en los últimos meses que ocupan ya una posición más alejada, en la cual sus frikis respectivos se pueden sentir protegidos de la ubicuidad de la música pop-rock mainstream . Mi querida sección de música clásica cada vez es más menguante: ocupa una pequeña sección, con clasificaciones arbitrarias (los autores barrocos conocidos como Bach, Händel, Telemann y Vivaldi están en la sección principal de autores, mientras que los autores barrocos de segunda y tercera fila están en la sección de “música antigua”) y además hace poco desmantelaron la sección de lo que pretenciosamente llaman “cofres” (es decir, simples estuches de cartón con cuatro, cinco o seis cedés), como si viviéramos dentro de una novela de Robert Louis Stevenson. Lo más surrealista es que el poco espacio que dejaron libre los “cofres” lo ocupa ahora una nueva sección llamada “oldies/crooners”, en la que paradójicamente se incluye todo el rock norteamericano de los cincuenta (Elvis incluido, bastante alejado por tanto de la sección de “pop-rock anglosajón”) y toda la tropa de cantantes melódicos de diverso pelaje del año del catapún (Tony Benett, Dean Martin, Matt Monro… hasta Bing Crosby) para deleite, supongo, de algunos frikis y sobre todo de los jubilados, aunque por la FNAC de mi ciudad veo muy pocos, quizá porque les parece un local demasiado moderno. Esa sección a su vez enlaza, casi a modo de suite, con la de jazz, cada vez más amplia y, a mi entender, demasiado extensa y sobrevalorada, aunque encaja bastante mejor con el perfil del comprador habitual y además queda muy progre. Pero lo que más me puede, y con eso acabo, es esa mariconada de sección de “músicas del mundo”, también cada vez más amplia, y que ahora aparece colocada, como los jueves, en medio de la de pop-rock (y a su vez subdividida en continentes): llámenme racista, reaccionario, eurocéntrico o lo que quieran, pero yo no me gasto 18 euros en un cedé de música de chinos (que además lo resuelven todo con solo cinco notas); para eso voy a un restaurante chino, pido el menú del día y mientras me lo como, grabo en una cinta o en el móvil la música de ambiente que ponen allí.

En todo caso, quiero insistir en que la redistribución de las diversas secciones de música es tan frecuente que he llegado a barruntar la hipótesis de que el encargado de esas tareas tiene una vida conyugal desastrosa y prefiere hacer horas extras cambiando constantemente de sitio los cedés antes que ir a su casa y discutir con su mujer.

Así que, si están de visita por mi ciudad, viendo la Copa del América o la Fórmula 1 o demás espectáculos mediáticos que monta el partido en el poder, y desean hacer algunas compras en la FNAC local, les doy dos consejos: olvídense de cualquier criterio lógico y tómense su tiempo.

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