martes, 31 de agosto de 2010

Malentendidos

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(III: 2009) "Making Friends" Special Edition



Juan Gómez capuz



MALENTENDIDOS

En estos nuestros días, la sociedad de la información ha alcanzado cotas inigualables, impensables, inenarrables, tan sólo hace diez años. Y todo hace preveer que esta evolución siga con idéntico ritmo vertiginoso. Pero también es cierto que últimamente hemos asistido a un proceso de degeneración de los procesos comunicativos, no sólo desde el punto de vista ético, sino también desde la perspectiva más aséptica de la teoría de la información: no hay mensaje, por pulcro y perfecto que sea el medio (prensa, radio, televisión, internet), que no venga cargado de ruidos e interferencias que dificultan e incluso vuelven del revés su correcta interpretación: son los malentendidos, malas interpretaciones, interpretaciones maliciosas o tendenciosas y otros tantos términos que se utilizan para ocultar que lo dicho no es lo comunicado y que el medio no es el mensaje.

Porque a veces uno tiene la inquietante sensación de que más de la mitad de lo que aparece en un periódico se dedica a conjeturas sobre lo que realmente quiso decir Fulanito, de cuáles eran sus intenciones ocultas o de la carga nuclear que albergaban sus palabras, aunque se tratara de una simple oración simple más o menos bien construida y generalmente sacada de contexto; como si el lenguaje fuera tan arbitrario como pensaba Humpty-Dumpty y como si, finalmente concluía el ovoide semiólogo, lo importante no es lo que significan las palabras sino quién manda aquí. Manda huevos.

Y todo ello, repito, resulta extraño en nuestros días, pues cualquier conocedor de los rudimentos de la teoría de la información sabrá que cuando más perfecto es el sistema comunicativo, menor cantidad de ruidos e interferencias debe haber. O al menos, buenas cantidades de dinero han invertido durante medio siglo las compañías de telecomunicaciones para que así sea. Es decir, que el perfeccionamiento de los sistemas comunicativos y la disminución del ruido y la interferencia deberían mantener una relación directamente proporcional. Y sin embargo ambas variables divergen de tal manera que tienden hacia una relación inversamente proporcional. Ahora bien, como la teoría de la información es una ciencia exacta (a diferencia de nuestras queridas y menospreciadas humanidades), si esto no cuadra es porque falla algo. Y en consecuencia se impone una única hipótesis rectificadora: que los ruidos e interferencias no sean tales, sino una manera sutil y maquiavélica de disimular mensajes poco recomendables; en suma, una forma ultramoderna y cibernética del viejo refrán de tirar la piedra y esconder la mano, aunque la piedra y la mano sólo sean virtuales, o como mucho verbales, pues algo hemos evolucionado respecto del homo antecessor que salía en 2001 y respecto de nuestros tatarabuelos de las pinturas negras de Goya.

Los clásicos, hoy en día también menospreciados, ya dijeron que es humano errar, y del acervo popular también extraemos la idea de que también es humano tropezar dos veces en la misma piedra. Aunque en esos casos se supone la buena intención (como el valor), por parte del ser humano. Pero nuestro inigualable refranero pone el dedo sobre la llaga, cuando en una síntesis perfecta de culteranismo y conceptismo, afirma que el ser humano -y quizá mayormente el español- se sirve con frecuencia de la prevaricación y donde dije digo, digo Diego, e incluso Santiago, Jaime, Yago y Jacobo . Sí, ya sé que también es humano desdecirse e incluso que rectificar es de sabios, pero aquí entra con facilidad la mala intención. Y parece ser que lo que enturbia el correcto proceso comunicativo de muchos mensajes recientes emitidos por políticos no es un fallo cibernético sino una voluntad de sembrar cizaña, maledicencia, mala intención y mala fe, que después el emisor transforma hábilmente en una confusión sin importancia, a la vez que en un gesto de victimismo atribuye la magnificación del error a la saña con que lo persiguen sus enemigos y detractores. Y aquí ya no queda el recurso a Shannon y Weaver, ni siquiera a MacLuhan, sino directamente a Maquiavelo como facedor de entuertos y a Voltaire como desfacedor de ellos.

Que cuando dije hilo y aguja para la mujer y látigo para el varón, el fin justifica los medios, un monarca, un imperio y una espada, la religión es el opio del pueblo, el trabajo os hará libres, delenda est monarchia, el que no está conmigo está contra mí, Dios ha muerto, somos una unidad de destino en lo universal, más vale morir de pie que vivir de rodillas, del rey abajo ninguno, tan sólo quería glosar algunos pensamientos célebres y exhibir un poco de culturilla, para que no se piensen que soy como esos famosillos semianalfabetos que salen en la tele en los programas de marujeo, que yo tengo mi carrera de Derecho, que me costó diez años sacarla porque me estudiaba los temarios por partida doble.

Que cuando dije la mujer con la pata quebrada y en casa, otra guerra es lo que haría falta, quien con niños se acuesta mojado se levanta, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, con su pan se lo coman, ojo por ojo diente por diente, quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, tan sólo quería mostrar la sapiencia popular que encierra nuestro refranero así como su innegable vigencia actual; y que esas cosas también las dijeron Celestina, Lázaro de Tormes y Sancho Panza y nadie les ha recriminado nada sino que, al contrario, los ponen como ejemplo para nuestros hijos.

Que cuando di vítores a Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Fidel Castro, Pinochet o Gadaffi, no tenía la más mínima intención de suscribir el testamento político de estos grandes estadistas, ni de aprobar sus métodos de regulación de la población, ni de simpatizar con sus ideologías ligeramente alejadas del centro político. Tan sólo quería épater le bourgeois, mostrar una brizna de inconformismo hacia el sistema, coquetear con las filosofías del underground y con las masas trabajadoras que disfrutan del deporte rey; y que eso también lo hicieron muchos escritores y estrellas del Rock, y bien que los citan en los libros de Historia y los jóvenes los llevan en sus camisetas.

Que todo eso lo dije por hacer una gracia, aunque haya caído en desgracia, porque pensaba que la política era muy aburrida y que hacía falta un poquito de sal y pimienta.

Que hice públicos pensamientos privados, y reconozco que eso no está bien en un personaje público; que metí la pata por pensamiento, obra y omisión, que ha sido mi culpa, mi culpa y mi gran culpa, que he sido infiel a los estrictos mandamientos del lenguaje políticamente correcto y que pido sinceramente disculpas a quien hubiere podido ofender.

Que soy humano, soy imperfecto, que de vez en cuando se me va la olla (como a los mejores cocineros), se me cruzan los cables (como a los mejores electricistas) y se me va la bola (como a los mejores futbolistas).

Que los de tal periódico y los de tal emisora me tienen manía, van a por mí, me la tienen jurá, soy objeto de acoso y derribo, soy carne de cañón, miran con lupa todo lo que yo digo, me espían, pinchan mis teléfonos (e incluso un monigote con mi foto, como si fuera un vudú ), que todo lo que digo me lo malinterpretan, malentienden, malversan y maltratan, que me siento como en el show de Truman, que a los políticos nos hacen como en Luz de Gas y en Gran Hermano (y que no se dan cuenta de que el Gran Hermano somos nosotros), que no hay derecho, que esto es una injusticia y que me quiero ir con mi mamá.

Y devolviendo la pelota al otro tejado, es justo advertir que, cuando los periodistas recogen con fruición estas declaraciones innaturales y perversas que llenan sus diarios, telediarios y ciberdiarios, deberían recordar que existe libertad de opinión y pensamiento, y que no es justo medir con distinta vara a los seres marginales (a los que siempre se les permite todo) y a los políticos y los profesores (que siempre salimos mal parados), y que no echen más leña al fuego, que la cosa está que arde, ni más gasolina, que está muy cara. Y sobre todo, que no es lo mismo lo dicho que lo comunicado. O en palabras de Voltaire, con dos siglos de adelanto sobre Grice y Ducrot, que cuando un diplomático dice quiere decir quizá, que cuando dice quizá quiere decir no y que cuando dice no deja de ser un diplomático (aunque en comparación con los casos mencionados, el ejemplo del diplomático sea casi ejemplar en lo ético y en lo pragmático). Porque no estaría nada mal que los periodistas y los columnistas (incluyendo a los quintacolumnistas) se leyesen algún manualito de Pragmática, aunque también hay otras prioridades y antes deberían leerse sendos manualitos de Ortografía y Gramática. Y sólo entonces podrán lanzarse a la compleja de tarea de interpretar lo que han querido decir los demás. Porque de lo contrario, los árboles no nos dejarán ver el bosque, y los ruidos e interferencias impedirán entender correctamente los mensajes, aunque ya no haya apenas ni árboles ni bosques y los mensajes puedan transmitirse en un sólo segundo al mundo entero.

 
(Publicado originariamente en la revista Agua, 36, Cartagena, octubre 2001)

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