martes, 3 de agosto de 2010

La sexóloga

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(II: 2008)

Juan Gómez Capuz


LA SEXÓLOGA



Hace algunos años, ya casi borrados de mi memoria, trabajé en el instituto de una pequeña ciudad fabril del valle del Vinalopó. El ayuntamiento de la localidad estaba gobernado por l´Entesa, marca electoral (aunque más bien parece una marca de helados) con la que se presentaban Izquierda Unida y otros artistas invitados en ciertos enclaves de la Comunidad Valenciana. Uno podría suponer que los abanderados de la educación pública y laica fueran más sensibles ante las carencias alarmantes que presentan los institutos de educación secundaria de la red pública. El nuestro, además, estaba muy masificado incluso antes de que se incorporaran los alumnos de primer ciclo de la ESO: en aquella época teníamos nada menos que 11 grupos de 3º de la ESO, rebajados luego a “sólo” 6 grupos de 4º de la ESO, lo cual da cuenta además del elevado índice de fracaso escolar de esta población donde los chavales esperaban cumplir la edad para dejar los estudios inacabados y ponerse a ganar dinero rápido en talleres semiclandestinos, cuyo porvenir hoy en día está más que amenazado por los talleres clandestinos (sin el semi-) de ciudadanos chinos, aunque eso es otra historia. Por cierto, que los 11 grupos de 3º de la ESO se encontraban juntos en un piso a ras de suelo, una especie de averno concentrado, y cada aula tenía un protector de cerraduras para que los alumnos que esperaban impacientemente a cumplir la edad no metiesen palillos o silicona en la rendija de la llave. Obviamente, cuando llegaron los alumnos de primer ciclo de la ESO, se les alojó en barracones prefabricados. Además, teníamos Bachillerato de Humanidades, de Ciencias y Artístico, amén de ciclos de Informática, distribuidos en aulas a medio terminar, frías y húmedas. Pues bien, aunque no fuera competencia suya (sino de una Generalitat Valenciana, del PP, para la cual la provincia de Alicante era auténtico territorio comanche ), lo cierto es que al ayuntamiento de l´Entesa le preocupaba poco nuestra masificación y hacinamiento, y casi nunca se pasaban por allí.

Ahora bien, lo que sí recuerdo nítidamente es que la única preocupación del consistorio progresista y laico era enviarnos, a principios de primavera, justo antes de Semana Santa, a una sexóloga para que adoctrinara a los chavales en las cada vez más complicadas artes de Venus. A mí me venía muy bien, pues me ahorraba preparar cuatro o cinco sesiones de tutoría para 4º de la ESO, pero me chocaba que esa fuera la máxima prioridad del ayuntamiento.

Por cierto, que las charlas que daba la sexóloga –que siempre era la misma– no tenían desperdicio, máxime si tenemos en cuenta que iban dirigidas a chicos y chicas de 15 ó 16 años. Para empezar, su mensaje era muy sencillo: decía a l@s alumn@s que podían hacer todo lo que quisieran cuando quisieran y como quisieran. Es obvio decir que su “filosofía” (sobre todo “filo”) resultaba muy popular entre l@s alumn@s. Era como una Lorena Berdún, pero en plan heavy . Además, se trataba de la típica sexóloga que sostiene que todos los hombres son unos inútiles en la cama, excepto su marido (me llamaba la atención que, en un inhabitual gesto de decoro, hablara de “mi marido” y no de “mi pareja”, como es frecuente hoy en día, de manera que al final no sabes si su pareja es un hombre, una mujer, una ameba o un protisto). Es obvio que semejante toma de principios no ayudaba mucho a unos chicos que ya de entrada se sentían bastante desorientados y acomplejados frente a sus compañeras de clase, de la misma edad biológica, pero mucho más maduras. De hecho, tras asistir como “observador” (como si fuera de la ONU) a casi todas las memorables lecciones de la sexóloga, tuve la sensación de que sus contenidos y consejos iban claramente destinados a las chicas y que los comentarios sobre los chicos, cuando los había y no se refería a su amado marido, abundaban en prefijos negativos (inexperiencia, inutilidad, etc.). Para muestra, un “botón”, nunca mejor dicho: la sexóloga dedicó toda una clase a hablar del clítoris y declinó dedicar igual sesión lectiva (es decir, la paridad) al aparato masculino arguyendo que su funcionamiento era “demasiado elemental”. Incluso cuando aleccionó a los (inútiles) chicos en la colocación del preservativo en un pene de látex intentó “tranquilizar” a la sección masculina de la clase con el (cínico) comentario de que “he traído el más pequeño que había para nadie se sienta acomplejado” (por cierto, el chaval que salió voluntario para tan magna empresa se dejó los estudios una semana más tarde). Porque, y esto es lo más fuerte, la sexóloga siempre entraba en clase llevando un pequeño maletín repleto de “juguetes sexuales”, si se me permite el eufemismo calcado del inglés (por cierto, que a mí me recordaba el maletín del verdugo, sólo que trocando el Tánathos por el Eros, como le hubiera gustado al mismísimo Freud): de allí sacaba el pene de goma talla mini (según ella), los preservativos, las cremas y otros mil artilugios entre los que se encontraban hasta bolas chinas. ¡Pero mujer, por muy progre que seas, que son menores de edad, angelicos, que esto no es una reunión tipo Tupperware para casadas insatisfechas! Por todo ello, recomiendo que en la profesión de sexólog@ haya también paridad, aunque desde que los Ozores hicieran aquella serie esté muy mal visto que un hombre sea sexólogo: lo ideal sería que acudieran a las aulas de manera conjunta un sexólogo y una sexóloga (como hacen ahora los profesores de inglés y filosofía en “Educación para la ciudadanía”), aunque sin llegar a predicar con el ejemplo, como parodiaban los Monty Python en El sentido de la vida .

Pero una brumosa mañana de principios de abril, a primera hora, la sexóloga no acudió. No creo que estuviera cumpliendo la Cuaresma. Así que yo me llevé a mis tutorandos al patio a jugar al fútbol. Y allí todos juntos, chicos y chicas (comprobé que las chicas son discretas en ataque pero magníficas defensas de contención), en asaz y franca compaña, disfrutaron de una jornada de deporte al aire libre y quizá olvidaron que durante varias semanas había venido a aleccionarl@s una sexóloga.

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