martes, 3 de agosto de 2010

Enredados

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(III: 2009) "Making Friends" Special Edition

Juan Gómez Capuz


ENREDADOS



Me cuenta mi amigo Harold Tannenbaum, de la University of Stanford (quien, por cierto, tiene en su casa un abeto con las hojas siempre verdes), que es posible conciliar la teoría del Big Bang y el Creacionismo. Según él, en su interesante libro Big Bang Theory and Creationism: Towards a Human Understanding (University of Stanford Press, 2007), el Big Bang fue como una tremenda explosión de gas, ergo alguien tuvo que haberse dejado dado el gas y ese alguien, contingentemente, podría haber sido Dios la noche antes de la creación del mundo. Sin embargo, su ecléctica teoría ha sido severamente criticada por fanáticos de ambos bandos, los cuales acusan a mi amigo Tannenbaum de heterodoxo e, incluso, de loco. Lo cierto es que mi amigo Harold no tiene mucha suerte con sus hipótesis. Él fue el creador de ingeniosa metáfora que comparaba los agujeros negros con canastas de baloncesto en el artículo “Are black holes good basketball players?” (Scientific American, 45, págs.108-121); sin embargo, la metáfora fue considerada políticamente incorrecta porque alguien advirtió que los negros son grandes jugadores de baloncesto y que la expresión black holes iba con segundas. Ni siquiera su argumento de que él mismo era judío y que también se sentía muy preocupado por la discriminación racial logró aplacar a sus detractores. A pesar de esos pequeños contratiempos, mi amigo Harold sigue siendo un apasionado de la ciencia y te fascina con multitud de anécdotas. Por ejemplo, me relata que en su juventud, paradójicamente a pesar de su ascendencia judía, fue uno de los discípulos predilectos de Wernher von Braun y que el padre de la carrera especial y el proyecto Apolo (y de las V2) solía contar muchos chistes sobre Hitler y los nazis para relajar el ambiente (y quizás para limpiar su reputación): se reía mucho de la absurda creencia nazi en la Tierra Hueca y comentaba que las dos únicas personas que consiguieron “poner negro” a Hitler fueron Franco y Jesse Owens (sin duda, hoy en día ese chiste también habría sido tildado de racista y políticamente incorrecto).

Las historias de Harold me demuestran que la historia de la ciencia está hecha de pequeñas anécdotas, muchas veces banales y, en ocasiones, casi surrealistas. Me contaba también todos los debates a los que asistió sobre la manzana de Newton. Habrá de saber el lector que la comunidad científica se halla dividida en varios bandos irreconciliables acerca de la anécdota de Newton con la manzana y su subsiguiente descubrimiento de la teoría de la gravedad. El bando más radical es el llamado “Non Apple Theory”, el cual niega rotundamente que a Newton le cayera una manzana en la cabeza porque el parque en el que estaba, en aquella época, carecía de manzanos. A su vez, dentro del amplio bando de los que defienden que a Newton realmente sí le cayó una manzana, nos encontramos con dos escisiones (a su vez violentamente enfrentadas entre sí): los que postulan que le cayó una manzana y luego se la comió (“Eaten Apple Theory”) y los que defienden de manera vehemente que no se la comió sino que la guardó como recuerdo o trofeo de aquella intuición genial (“Non Eaten Apple Theory” o “Apple-as-a-Trophy Theory”). Podríamos añadir que en los últimos años ha surgido una escisión de esta última teoría, constituida por autores que admiten que Newton se guardó la manzana, pero al carecer en aquella época de mecanismos eficaces de conservación de los alimentos en frío, la manzana se pudrió muy pronto (es la “Rotten Apple Theory”). El lector podrá encontrar abundante información sobre esos interesantes debates en H.Rottenmeyer & W.Appleby (eds.) Proceedings of “Newton´s Apple” Discussion for the Benefit of Gravitational Theory (Oxford, OUP, 2006). Incluso un excéntrico físico austriaco, Egon Arsloch, llegó a proponer (basándose en las observaciones sobre la aceleración del objeto que constató el propio Newton) que la fruta en cuestión no era una manzana sino una pera (la llamada “Birne Theorie”), aunque al final se demostró que Arsloch era un obseso sexual influenciado por las teorías de Freud y Wilhelm Reich, y de hecho pasó sus últimos años en un sanatorio psiquiátrico acosando a las enfermeras.

Por cierto, ahora que he mencionado los sanatorios psiquiátricos, he de confesar a mis lectores que suelo escribir mis libros en las salas de espera de los aeropuertos, mientras rememoro las conversaciones que he tenido con mis famosos amigos científicos. Lamentablemente, no puedo continuar mi tarea dentro de los aviones, porque no me permiten subir ningún lápiz o bolígrafo, aunque esa es otra historia. En todo caso, quisiera recordar la anécdota que me sucedió con un guardia de seguridad en el aeropuerto JFK de New York: en un impecable inglés, yo trataba de explicarle que la normativa de no dejar llevar en el equipaje de mano recipientes que llevaran líquidos dentro era científicamente insostenible, porque las fibras vegetales y las pieles de las que están hechas esos equipajes de mano contienen cierta cantidad de agua, y por tanto, en rigor, cualquier equipaje de mano contiene líquidos dentro, aunque no sean perceptibles por el ojo humano. Parece ser que mi explicación (“All-Water Theory”) no le debió de convencer del todo, porque me tuvo treinta y seis horas retenido en una sala oscura acusado de terrorismo químico, hasta que vino a liberarme el embajador.

Volviendo a las anécdotas de los científicos y a las grandes discusiones de la ciencia actual, también circula la leyenda de que Einstein descubrió que el espacio era curvo mientras tocaba el violín (la llamada “Violin Theory”). No se sabe exactamente si la analogía surgió a causa de la forma del arco o por la difusión de las ondas sonoras. Incluso hoy en día hay científicos que niegan que el espacio sea curvo a pesar de las claras evidencias de la teoría de la relatividad. Por ejemplo, algunos plantean la siguiente objeción: si la luz se propaga en línea recta, ¿cómo puede ser el espacio curvo? Sería una contradicción. Otros sostienen que la luz se propaga en línea recta porque nada es más rápido que la luz y la línea recta es siempre la distancia menor entre dos puntos (“Straight Light Theory”). Sin embargo, algunos científicos apoyan la intuición de Einstein argumentando que la luz viaja tan aprisa que al final se cansa y adopta una trayectoria curva (“Tired Light Theory”), pero niegan que sea porque objetos de gran masa (como las estrellas) son capaces de curvar los haces lumínicos por efecto de la gravedad, como sostenía el gran Einstein. Como ven, nos encontramos ante otro gran dilema y diversas teorías contrapuestas que el lector puede contrastar en el ameno manual de Aaron Kugelschreiber Is Space Bent or Flat?: One Hundred Theories and no Agreement, Ann Arbor, Michigan, 2003.

Y para terminar el capítulo, una última pregunta para que los lectores puedan reflexionar: si el hidrógeno y el oxígeno son gases, ¿por qué el agua, el agua que bebemos, el agua con la que nos lavamos, el agua que damos al canario, es líquida a temperatura ambiente?

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