viernes, 20 de agosto de 2010

Lost in la Mancha

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(II: 2008)

Juan Gómez Capuz



LOST IN LA MANCHA



Nuestros políticos, refugiados en la torre de marfil de las grandes ciudades, piensan que vivimos en un país muy abierto y tolerante, donde cualquier forma de vida alternativa o distinta a la tradicional es escrupulosamente respetada. Pero, como en otros muchos ámbitos de vida, nuestros políticos se engañan porque desconocen –no quieren conocer- la existencia de una amplia España profunda en la que no sólo las conductas alternativas (“desviadas” las llaman los aborígenes) sino incluso aficiones y formas de vida que en las grandes ciudades estarían bien vistas son objeto del escarnio y maledicencia públicas.

Es como si un visitante europeo en Estados Unidos pensara que las formas de vida de Nueva York son aplicables al resto de ese inmenso país. Porque, al igual que existe una América profunda, un Deep South, anclado en el siglo XIX, también existe todavía una España profunda . Y resulta curioso y revelador que esa España profunda también se encuentre más orientada hacia el sur que hacia el norte de nuestra piel de toro (si exceptuamos la Galicia profunda, que no tiene desperdicio). En efecto, esa España profunda abarcaría Extremadura, Castilla-La Mancha, la Región de Murcia y, por simpatía, toda la franja interior o de poniente de la provincia de Alicante, con sus tres grandes capitales de norte a sur: Villena, Elda y Orihuela. Tan sólo se salvarían algunas grandes ciudades de esa zona, como Murcia capital, donde los aportes de funcionarios y estudiantes han conseguido crear un enclave dotado de la mentalidad propia de la civilización occidental.

Esa España profunda es especialmente visible y virulenta en esa inmensa tierra de nadie formada por el extremo sureste de la Mancha, el altiplano murciano y el interior norte de la provincia de Alicante. Esa tierra de nadie que no es del todo manchega, pero tampoco es murciana ni valenciana. Esas tierras azorinianas donde las súbitas tolvaneras, los inmensos eriales y las cárdenas roquedas reflejan un paisaje eterno e inmutable, como la mentalidad de sus gentes y como las nubes que cubren desde hace siglos la tierra yerma salpicada de vides.

Cuando una persona culta, de ciudad y de litoral, acaba aterrizando en uno de aquellos pueblos que no conocen apenas tierra habitada a treinta kilómetros a la redonda, se da cuenta de que, a efectos prácticos, se encuentra en otro país. La sensación de desarraigo y destierro se acrecienta cuando va comprobando que ninguno de los valores en los que fue educado en su ciudad es compartido por las masas de aborígenes que le rodean, sean alumnos, vecinos o incluso compañeros de trabajo. Uno se siente como Ovidio cuando pasó de repente de la Roma imperial a la oscura Tomi del Mar Negro. Todas sus opciones, aficiones y elecciones son severamente juzgadas como equivocadas. En esos pueblos, ser soltero y tener más de treinta años está peor visto que ser criminal de guerra, por no decir que un hombre soltero es considerado en casi todos los aspectos un menor de edad. Parece la Palestina del siglo I. Si además te dedicas a una profesión tan pública y sometida al escrutinio general como la de profesor, los cotilleos y las murmuraciones sobre ti son interminables. Las relaciones con las aborígenes, cuando tienes ganas de intentarlo o simplemente de hacer una pequeña cala, son de mutua incomprensión: decirle a una zagala, aun cuando sea medianamente instruida, que te gusta escribir y que tienes afición por la música (algo muy habitual en mi tierra) provoca su huida inmediata, no sin que antes se le haya demudado el gesto; si alguna es capaz de aguantar semejante confesión sin huir, te reprochará que esas aficiones son “impropias de un hombre”. Por cierto, que desde entonces me he comido mucho el coco pensando cuáles son, para esta gente, las aficiones “propias de un hombre”: ¿Bricomanía? ¿Jara y sedal? Algunas llegaban a decirme que buscaban "un hombre más tradicional": ¿a quién coño buscaban? ¿a Pedro Picapiedra? ¿al Tío de la Vara? Si las mujeres de estos pueblos pensaban así, ¿cómo pensarían los hombres? No quiero ni imaginármelo, pero el lector urbano puede deducir que en aquellas tierras el rasero por el cual se mide la igualdad entre mujeres y hombres es muy distinto al que tenemos en las ciudades. No exagero cuando afirmo que conocí en aquellas tierras mujeres que eran más machistas que Torrente (bueno, y algunas también se parecían a Torrente en más cosas). Es también muy significativo que la única obra literaria que mis alumnos y alumnas comprendían a la perfección era La casa de Bernarda Alba, aunque se extrañaban de que García Lorca censurara esas costumbres ancestrales.

Por supuesto, como es habitual en esos pueblos, al día siguiente todo el mundo conoce mis extrañas aficiones y soy objeto del escarnio público por parte de todos: algunos alumnos me espetan “maestro, debería usted casarse, aunque con esas aficiones tan raras que tiene lo tendrá muy difícil”, o hacen una colecta para buscarme una mujer; personas a las que apenas conozco me sueltan por la calle lindezas del tipo “¿por qué no te casas?”, como si yo fuera Hugo Chávez.

Para complicar más el asunto, llegan a aquellos pueblos del altiplano murciano numerosos contingentes de inmigrantes procedentes del altiplano andino que comparten con los nativos muchas más cosas que las que ambos colectivos, no muy bien avenidos, son capaces de reconocer: un machismo ancestral, edades de nupcialidad y tasas de natalidad propias de una sociedad agraria preindustrial, nivel cultural ínfimo y aversión por la cultura. Así que cada vez me siento más aislado. Además, en esos pueblos la pirámide social es un pirámide invertida donde primero estos los nativos, luego los inmigrantes (que al menos son numerosos y pueden ayudarse entre ellos, porque los nativos, tan similares en el fondo a ellos, no los pueden ni ver) y finalmente, abajo del todo, los pobres funcionarios desterrados en aquel paraje inhóspito, incomprendidos y siempre señalados con el dedo acusador.

Al final acabas contando los días que te quedan de estar allí, cosa que no habías hecho ni en la mili. Deseas que te envíen a cualquier otro sitio y acabas celebrando el final del destierro, aunque el precio sea un destino en el interior de la provincia de Alicante, donde la historia se repite, aunque sin tanta dureza. Y aún hoy, estando ya muy cerca de mi ciudad, en pueblos huertanos y ribereños donde mis aficiones son bien valoradas y hasta compartidas, no dejan de venirme a la mente, como flashes de una Edad de Hierro, aquel par de años que pasé perdido, inmensamente perdido, moralmente perdido, absolutamente perdido, perdido en la Mancha.

martes, 3 de agosto de 2010

El Plan-E y las costumbres de los obreros

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(III: 2009) "Making Friends" Special Edition

Juan Gómez Capuz



EL PLAN-E Y LAS COSTUMBRES DE LOS OBREROS



Durante este verano, muchos obreros han encontrado un asidero ante la crisis y la destrucción de empleo gracias a las variopintas obras emprendidas al amparo del llamado Plan-E. Sin duda, para ellos han sido tres o cuatro meses de gran alivio, pero para muchos vecinos han sido meses de caos, ruido e intranquilidad (entendámoslo como “efectos colaterales” del Plan E).

En primer lugar, cabría juzgar la necesidad de muchas de esas obras. Era mucho dinero del que disponía alegremente el Gobierno. Y ese dinero ha ido a parar a las manos de muchos ayuntamientos de muy diverso signo, los cuales lo han gastado alegremente en proyectos faraónicos de dudosa utilidad. Por ejemplo, un tipo de obra muy común ha sido ensanchar las aceras de calles por las que apenas pasan personas, o crear un carril bici en zonas donde casi nadie va en bicicleta. Otro detalle curioso ha sido que después de ensanchar una acera, han tenido que abrirla otra vez para colocar conductos de agua o electricidad que no habían sido previstos al principio. Igualmente, se han construido polideportivos gigantes en algunos pueblos donde casi nadie practica deporte. También me comentan algunas personas que en algunas calles de barrios antiguos han colocado desagües en los bordes de las aceras, y el efecto colateral ha sido la aparición de cucarachas y ratas en lugares donde nunca antes las había habido porque no tenían “acceso directo” al pavimento.

Todo ese desbarajuste y falta de planificación ha supuesto un gran derroche de dinero pero, sobre todo, un gran derroche de ruido. Y los grandes perjudicados hemos sido quienes teníamos largas vacaciones (como los profesores) o quienes no tenían obligaciones profesionales (como los numerosos jubilados o los parados que no sólo veían no sólo cómo otros les quitaban el puesto de trabajo sino que encima no les dejaban descansar).

Porque este boom de las obras municipales nos lleva a reflexionar acerca de las atávicas costumbres de los obreros. La primera de ellas –y la más hiriente- es la costumbre de los obreros de empezar a trabajar muy temprano, hacia las ocho de la mañana (y aun un poco antes si la luz solar acompaña). Además, como mucha gente me comenta a menudo, cuando comienzan a trabajar a las ocho suelen hacer mucho ruido, sobre todo con los grandes taladros mecánicos. De ocho a nueve de la mañana los obreros hacen un ruido infernal, quizá con el propósito oculto de despertar a todos los “ociosos” (que algunos de ellos juzgarán como “capitalistas improductivos, rentistas y pequeño burgueses”) que viven en un radio de tres o cuatro manzanas. Sin duda, se trata de una costumbre antigua, como podemos ver en la letra de una canción del grupo heavy Barón Rojo (“Son como hormigas” en el elepé Volumen Brutal, 1982): “Son ya las ocho / el ruido en mi calle es infernal / levantan la acera / por cuarta vez o quinta ya / Son como hormigas / que buscan comida sin parar / La abren, la cierran / Y otra vez vuelta a empezar”. Lo más absurdo del caso es que poco después, hacia las nueve o nueve y media, cesan repentinamente su ruidosa actividad profesional y se van a almorzar, actividad lúdico-gastronómica en la que invierten casi una hora. Pero ya han despertado a todo el personal que podía estar descansando, sobre todo en estas faraónicas obras veraniegas del Plan-E. Y mucha gente se pregunta: ¿Y no sería más sencillo que los obreros comenzaran a trabajar una hora más tarde y que vinieran ya almorzados de casa? Por ello, he llegado a barruntar la hipótesis de que Plan-E no es la abreviatura de Plan España (como sostiene el Gobierno) sino de Plan Espabílate (porque han llegado los obreros a las ocho y están haciendo un ruido del carajo y no vas a poder dormir ni un minuto más).

Otro detalle que me ha llamado la atención –y me ha sumido en la más absoluta desesperación- es que los obreros del Plan-E ni siquiera dan un respiro a los sufridos vecinos durante la que debiera ser la teórica hora española de comer, de 2 a 3 de la tarde. Resulta difícil de entender, aunque se podrían plantear tres hipótesis explicativas. La primera es que han almorzado tanto que ya no tienen gana de comer, pero no me convence. La segunda es que sí van a comer pero, como los capataces quieren terminar las obras faraónicas a tiempo (algo imposible en España), sobre todo para evitar el caos circulatorio que provocan ahora que estamos en septiembre y circulan más coches y los mastodónticos autobuses escolares (otro efecto colateral), siempre hay un obrero “de guardia” con el taladro mecánico, agujereando la acera por cuarta vez o quinta ya e impidiendo comer en paz a los pobres vecinos. La tercera hipótesis es que, como entre los obreros hay personas de tantas nacionalidades y culturas, les ha resultado imposible consensuar una hora común para comer (ya que el respeto a las costumbres del país de acogida suele brillar por su ausencia, aunque –paradójicamente- eso de no llegar a ningún acuerdo sí es una costumbre muy española).

Y así pasan los días del verano en los barrios donde nos ha tocado la china del Plan-E (que son casi todos). Y septiembre amenaza con ser igual (agravado por ser el mes del Ramadán para los musulmanes, con lo cual seguro que no se van a comer hasta que se ponga el sol y asumen con entusiasmo ponerse “de guardia” con el taladro mecánico de 2 a 3). Menos mal que muchos ya tenemos que ir a trabajar y no lo notaremos tanto, pero para los jubilados y los parados continuará siendo una tortura. Y eso es todo porque ya llegan los obreros.

Historia de un autobús

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(III: 2009) "Making Friends" Special Edition

Juan Gómez Capuz



HISTORIA DE UN AUTOBÚS



Hoy les voy a hablar de algo cercano y cotidiano. La línea de autobús que suelo utilizar cuando quiero ir al centro de mi ciudad o a la zona universitaria. Aunque el guarismo que le fue asignado a dicha línea es el 10 (quizá porque su recorrido se asemejaba al que ya hacían las líneas 9 y 11, y el número 10 aún no estaba pillado), lo cierto es que se trata de un cruel ironía del destino, pues –como verán- esta línea de autobús es lo más opuesto a la perfección.

Para empezar, cabría reconsiderar con criterios racionales el trayecto que realiza dicho autobús para cruzar la ciudad de sur a norte. Y digo con “criterios racionales”, porque seguramente quien creó la línea debía de ser un friki entusiasta de los laberintos cretenses y de los jardines versallescos, pues el autobús recorre la ciudad en un interminable zigzag, aventurándose por callejuelas estrechas del centro histórico en las que queda inevitablemente atascado. El resultado es que para ir de una punta a otra de la ciudad invierte prácticamente una hora, tiempo en el cual un modesto tren de cercanías recorrería 70 kilómetros y se saldría de la provincia. Uno de los ejemplos más sangrantes, aunque ahora ha sido abandonado (porque esa era otra, cada dos meses la línea cambiaba su itinerario para confusión de los usuarios) era la odisea (creo que es lícita la analogía homérica) a través de la larga y estrecha calle Bailén. Además, el nombre de la calle era una metáfora perfecta del callejón sin salida en el que se metía el autobús: evocaba diáfanamente el avispero español en el que se metieron las invencibles tropas de Napoleón, en aquella “maldita guerra de España”, como dijo el pequeño gran corso (no el de ahora). Porque uno sabía cuándo entraba el autobús en la calle Bailén, pero nunca sabía cuándo saldría… si es que salía. Entre hoteles, hostales, hostaluchos y pensiones, bazares chinos, chinos con paquetes para los bazares, coches en doble fila y multitud de personas cruzando en rojo para poder llegar a tiempo a la estación de tren, el autobús quedaba eternamente atascado en tan larga travesía. Incluso algún pasajero llegó a comprobar empíricamente que podía bajarse del autobús poco antes de entrar en la calle Bailén, entrar en el sex-shop que está a mitad de la calle (por lo que me han contado), ver una película hasta el final (por si se casan), llegar al otro extremo de la calle y coger el mismo autobús, pero no un autobús de la misma línea, sino el mismo autobús material y concreto del que se había bajado bastantes minutos antes.

Además, también era frecuente que en su ímpetu por cruzar el tiempo récord los zigzagueantes obstáculos de la gincana que constituía su trayecto, el autobús colisionase con otros vehículos menos hábiles. Y entonces el autobusero se ponía en jarras, aparcaba y decía que no se movía hasta que el conductor del otro vehículo accediera a redactar un parte amistoso. Y así nos tenía diez o veinte minutos a todo el pasaje, virtualmente secuestrados y con los móviles sonando como si fuera el fin del mundo.

Pero no todos los aspectos llamativos y esperpénticos del autobús eran achacables al laberíntico trayecto y a las maniobras kamikazes del autobusero . La fauna que poblaba –y puebla- dicho autobús tampoco tenía desperdicio y era un reflejo fiel de la decadencia de nuestra sociedad.

Abundaban en el autobús los jóvenes estudiantes que se desplazaban a la Universidad desde el extrarradio. Como es habitual en nuestros jóvenes, solían ir con pantalones de dos tallas más anchos hechos unos harapos, con rotos y descosidos presuntamente intencionados; los pelos largos y greñudos, llenos de grasa y hormonas y a veces hasta con trenzas rastas; innumerables piercings, hasta el punto de que piensas si el líquido que beben no les saldrá por tantos orificios; el MP3 y los auriculares a toda virolla, a un volumen propio de macrodiscoteca bakaladera, pero que ellos, catatónicos y ausentes del mundo exterior, no percibían como demasiado alto ni se preocupaban porque casi se le reventasen los tímpanos al pasajero que estaba a su lado.

Las nuevas tecnologías también habían hecho su estrago en el colectivo de las amas de casa. Todas ellas iban “armadas” de un móvil de última generación y, dado que dentro del autobús había mucho ruido de fondo y poca cobertura, hablaban a gritos con “la Mari” de todo tipo de intimidades que bien podrían haber aparecido en algún reality vespertino. Y encima se ofendían cuando se daban cuenta de que todo el autobús había escuchado “en abierto” tan inconfesables perversiones.

Otro colectivo en auge eran los inmigrantes. Como el autobús conectaba dos barrios con viviendas de precio asequible (es decir, pisos antiguos sin ascensor), eran muy numerosos en el autobús. El problema de “espacio vital” que siempre aquejaba a nuestro autobús se agravaba cuando entraba la mujer ecuatoriana con un bebé en un supercochecito de niño que tenía más extras y accesorios que el bólido de Fernando Alonso (y al que a veces incluso aventajaba en velocidad y maniobrabilidad) y que por sí sólo ya ocupaba casi medio autobús, a lo que había que sumar un par de niños más de corta edad que intentaban asirse a la mano de su madre. En todo caso, como prueba palpable de la integración de los inmigrantes en nuestra sociedad, podríamos decir que los más jóvenes imitaban la moda grunge, los piercings y los MP3 a toda virolla de nuestros jóvenes, mientras que las madres eran capaces de manejar a la vez con suma habilidad el supercochecito de niño y el móvil de última generación, oye que hisiste, mami, qué bueno que viniste .

Al menos, los hijos de los inmigrantes eran un poco más educados que los nuestros. Porque cuando, sabiendo que el trayecto a Ítaca iba a ser largo y rogabas a los dioses por ello, intentabas echar una cabezadita en el asiento, empezabas a oír sonidos agudos y penetrantes, como si se hubiera colado en el autobús un afilaor con su ancestral silbato o como si estuvieras en medio de una feria. Intentabas dirigir tu mirada hacia el origen de tan asesinas ondas sonoras y veías a un niño español de tres o cuatro años que jugaba con un móvil, una guitarrita o una PSP, artefactos todos que producían tan lacerante sonido. Todo ello ante la más absoluta pasividad de sus padres (como si fueran cascos azules). Hay que ver cómo los padres de hoy consienten que sus hijos malcriados den el coñazo a todos los demás siempre y cuando a ellos los dejen tranquilos. Sólo cuando el estridente sonido se hacía insoportable y la gente empezaba a protestar, los padres se veían obligados a hacerle una tímida recomendación al niño, pero muy tímida, no sea que lo traumatizara.

Ajenos a lo que las ciencias adelantan estaban nuestros mayores, también cada vez más numerosos, que cogían el autobús simplemente para pasearse, como si fuera –y casi lo era- un autobús turístico de los guiris pero más barato, porque ellos iban de trinqui . Lo único que les preocupaba a nuestros mayores, hasta el punto de montar un pollo por ello y amenazar con llamar a los municipales, era que las personas más jóvenes no les dejaran libres los asientos. Y en esto tienen razón, porque por experiencia puedo afirmar que el 90 de los jóvenes y de los extranjeros no ceden el asiento del autobús a nuestros mayores.

Sin duda alguna, la fauna de individuos del autobús “imperfecto” era y es un fiel reflejo de nuestra “imperfecta” sociedad. Y cada día que cojo el 10, los vuelvo a encontrar.

Enredados

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(III: 2009) "Making Friends" Special Edition

Juan Gómez Capuz


ENREDADOS



Me cuenta mi amigo Harold Tannenbaum, de la University of Stanford (quien, por cierto, tiene en su casa un abeto con las hojas siempre verdes), que es posible conciliar la teoría del Big Bang y el Creacionismo. Según él, en su interesante libro Big Bang Theory and Creationism: Towards a Human Understanding (University of Stanford Press, 2007), el Big Bang fue como una tremenda explosión de gas, ergo alguien tuvo que haberse dejado dado el gas y ese alguien, contingentemente, podría haber sido Dios la noche antes de la creación del mundo. Sin embargo, su ecléctica teoría ha sido severamente criticada por fanáticos de ambos bandos, los cuales acusan a mi amigo Tannenbaum de heterodoxo e, incluso, de loco. Lo cierto es que mi amigo Harold no tiene mucha suerte con sus hipótesis. Él fue el creador de ingeniosa metáfora que comparaba los agujeros negros con canastas de baloncesto en el artículo “Are black holes good basketball players?” (Scientific American, 45, págs.108-121); sin embargo, la metáfora fue considerada políticamente incorrecta porque alguien advirtió que los negros son grandes jugadores de baloncesto y que la expresión black holes iba con segundas. Ni siquiera su argumento de que él mismo era judío y que también se sentía muy preocupado por la discriminación racial logró aplacar a sus detractores. A pesar de esos pequeños contratiempos, mi amigo Harold sigue siendo un apasionado de la ciencia y te fascina con multitud de anécdotas. Por ejemplo, me relata que en su juventud, paradójicamente a pesar de su ascendencia judía, fue uno de los discípulos predilectos de Wernher von Braun y que el padre de la carrera especial y el proyecto Apolo (y de las V2) solía contar muchos chistes sobre Hitler y los nazis para relajar el ambiente (y quizás para limpiar su reputación): se reía mucho de la absurda creencia nazi en la Tierra Hueca y comentaba que las dos únicas personas que consiguieron “poner negro” a Hitler fueron Franco y Jesse Owens (sin duda, hoy en día ese chiste también habría sido tildado de racista y políticamente incorrecto).

Las historias de Harold me demuestran que la historia de la ciencia está hecha de pequeñas anécdotas, muchas veces banales y, en ocasiones, casi surrealistas. Me contaba también todos los debates a los que asistió sobre la manzana de Newton. Habrá de saber el lector que la comunidad científica se halla dividida en varios bandos irreconciliables acerca de la anécdota de Newton con la manzana y su subsiguiente descubrimiento de la teoría de la gravedad. El bando más radical es el llamado “Non Apple Theory”, el cual niega rotundamente que a Newton le cayera una manzana en la cabeza porque el parque en el que estaba, en aquella época, carecía de manzanos. A su vez, dentro del amplio bando de los que defienden que a Newton realmente sí le cayó una manzana, nos encontramos con dos escisiones (a su vez violentamente enfrentadas entre sí): los que postulan que le cayó una manzana y luego se la comió (“Eaten Apple Theory”) y los que defienden de manera vehemente que no se la comió sino que la guardó como recuerdo o trofeo de aquella intuición genial (“Non Eaten Apple Theory” o “Apple-as-a-Trophy Theory”). Podríamos añadir que en los últimos años ha surgido una escisión de esta última teoría, constituida por autores que admiten que Newton se guardó la manzana, pero al carecer en aquella época de mecanismos eficaces de conservación de los alimentos en frío, la manzana se pudrió muy pronto (es la “Rotten Apple Theory”). El lector podrá encontrar abundante información sobre esos interesantes debates en H.Rottenmeyer & W.Appleby (eds.) Proceedings of “Newton´s Apple” Discussion for the Benefit of Gravitational Theory (Oxford, OUP, 2006). Incluso un excéntrico físico austriaco, Egon Arsloch, llegó a proponer (basándose en las observaciones sobre la aceleración del objeto que constató el propio Newton) que la fruta en cuestión no era una manzana sino una pera (la llamada “Birne Theorie”), aunque al final se demostró que Arsloch era un obseso sexual influenciado por las teorías de Freud y Wilhelm Reich, y de hecho pasó sus últimos años en un sanatorio psiquiátrico acosando a las enfermeras.

Por cierto, ahora que he mencionado los sanatorios psiquiátricos, he de confesar a mis lectores que suelo escribir mis libros en las salas de espera de los aeropuertos, mientras rememoro las conversaciones que he tenido con mis famosos amigos científicos. Lamentablemente, no puedo continuar mi tarea dentro de los aviones, porque no me permiten subir ningún lápiz o bolígrafo, aunque esa es otra historia. En todo caso, quisiera recordar la anécdota que me sucedió con un guardia de seguridad en el aeropuerto JFK de New York: en un impecable inglés, yo trataba de explicarle que la normativa de no dejar llevar en el equipaje de mano recipientes que llevaran líquidos dentro era científicamente insostenible, porque las fibras vegetales y las pieles de las que están hechas esos equipajes de mano contienen cierta cantidad de agua, y por tanto, en rigor, cualquier equipaje de mano contiene líquidos dentro, aunque no sean perceptibles por el ojo humano. Parece ser que mi explicación (“All-Water Theory”) no le debió de convencer del todo, porque me tuvo treinta y seis horas retenido en una sala oscura acusado de terrorismo químico, hasta que vino a liberarme el embajador.

Volviendo a las anécdotas de los científicos y a las grandes discusiones de la ciencia actual, también circula la leyenda de que Einstein descubrió que el espacio era curvo mientras tocaba el violín (la llamada “Violin Theory”). No se sabe exactamente si la analogía surgió a causa de la forma del arco o por la difusión de las ondas sonoras. Incluso hoy en día hay científicos que niegan que el espacio sea curvo a pesar de las claras evidencias de la teoría de la relatividad. Por ejemplo, algunos plantean la siguiente objeción: si la luz se propaga en línea recta, ¿cómo puede ser el espacio curvo? Sería una contradicción. Otros sostienen que la luz se propaga en línea recta porque nada es más rápido que la luz y la línea recta es siempre la distancia menor entre dos puntos (“Straight Light Theory”). Sin embargo, algunos científicos apoyan la intuición de Einstein argumentando que la luz viaja tan aprisa que al final se cansa y adopta una trayectoria curva (“Tired Light Theory”), pero niegan que sea porque objetos de gran masa (como las estrellas) son capaces de curvar los haces lumínicos por efecto de la gravedad, como sostenía el gran Einstein. Como ven, nos encontramos ante otro gran dilema y diversas teorías contrapuestas que el lector puede contrastar en el ameno manual de Aaron Kugelschreiber Is Space Bent or Flat?: One Hundred Theories and no Agreement, Ann Arbor, Michigan, 2003.

Y para terminar el capítulo, una última pregunta para que los lectores puedan reflexionar: si el hidrógeno y el oxígeno son gases, ¿por qué el agua, el agua que bebemos, el agua con la que nos lavamos, el agua que damos al canario, es líquida a temperatura ambiente?

El código Almería

LOS ARTÍCULOS DE “EL POBRECITO HABLADOR”
(III: 2009) “Making Friends” Special Edition

Juan Gómez Capuz



EL “CÓDIGO ALMERÍA”



Bienvenidos, amigos del misterio. Ya hemos hablado en otras ocasiones de diversos lugares de España en los que se concentran enormes energías telúricas y que se han convertido en lugares mágicos y, por qué no decirlo, inquietantes.

Sin embargo, apenas se ha hablado del protagonismo que la ciudad y la provincia de Almería han tenido en el desarrollo de acontecimientos cuyo alcance ha superado el ámbito nacional. Almería se ha convertido en un lugar de poder, en un reino enigmático cuyas similitudes con el paisaje desértico e incluso, por qué no decirlo, con el paisaje marciano le han conferido un aura de reino que no es de este mundo. Repasemos brevemente la historia.

La importancia estratégica de Almería ya se remonta a la Antigüedad clásica. En sus costas griegos y fenicios establecieron factorías; posteriormente este territorio fue ocupado por los cartagineses y finalmente fue testigo de las guerras púnicas entre los cartagineses y el naciente poder romano. Incluso algunos estudiosos piensan que las costas a las que llegó Ulises en la Odisea, al desviarse tanto de su trayecto a Ítaca y acercarse a las Columnas de Hércules, correspondían al litoral de Almería (quizá el país de los feacios), e incluso la isla de Calipso pudiera ser la isla de Alborán. Algunos investigadores también apuntan a que María Magdalena hizo escala en las costas de Almería en su trayecto hacia Marsella, pues en la antigua colonia griega de Adra el Priorato de Sión tuvo una de sus primeras bases. Recordemos también que, durante el período visigótico, el siempre enigmático Imperio Bizantino ocupó durante breves decenios las costas almerienses. Sin duda, todos estos avanzados pueblos y todos estos intrépidos viajeros fueron atraídos por el carácter mágico y el potencial telúrico que encerraba la provincia. Esto también se puso de manifiesto con la importante corriente de místicos sufíes que habitaron el territorio durante los largos siglos de dominio islámico.

Tras la decadencia durante la Edad Moderna, debida al despoblamiento tras la expulsión de los moriscos y la inseguridad de sus costas frente a la piratería berberisca, en el siglo XIX comienza a recuperarse gracias al descubrimiento de filones metalíferos, otra prueba más de las energías telúricas subyacentes.

Pero el verdadero siglo de oro de Almería y su provincia es el siglo XX. Durante esa convulsa centuria destacados artistas y políticos de relevancia internacional han estado estrechamente vinculados con este pequeño territorio del Sureste español. La genialidad de sus nativos queda confirmada por el origen almeriense de Walt Disney, que como todo el mundo sabe nació en Mojácar y fue llevado de muy niño a Estados Unidos. Las fuerzas telúricas que se daban cita en la provincia motivaron en 1937 el ataque a la capital de los barcos de Kriegsmarine de Hitler, sin duda alertado por los círculos ocultistas del Tercer Reich y por las investigaciones de Himmler y Hess, grandes conocedores de la España mágica, del sufismo (Hess nació en Egipto) y de la tradición griálica (Himmler visitó el monasterio de Montserrat en busca del Grial). Desde mediados de los años 50, el carácter mágico del paisaje almeriense atrajo el interés de los grandes estudios cinematográficos, los cuales rodaron en la provincia grandes superproducciones como Lawrence de Arabia, y que de hecho continuaron hasta entrados los años 80 con Conan el Bárbaro : eso implicó la presencia en Almería de figuras tan diversas como Peter O´Toole, Anthony Quinn o Arnold Schwarzenegger. La existencia de tan potente infraestructura propició el surgimiento de un género propio, el spaghetti-western, que dio lugar a cientos de películas entre las que destacan la trilogía de Sergio Leone, Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El Bueno, el feo y el malo, las cuales dieron a conocer a un actor norteamericano llamado Clint Eastwood. Durante esos años, se rodaron en Almería rarezas como la película antibelicista inglesa How I won the war, de Richard Lester. En ella participó John Lennon, quien pasó varios meses en Almería y se llevó de vuelta a Inglaterra tres grandes tesoros: la fantasía psicodélica Strawberry Fields Forever (sin duda inspirada en el carácter mágico del paisaje almeriense), la costumbre de imprimir las letras de las canciones en las portadas de los vinilos y, la más importante, sus inseparables gafas redondas.

Más aún. Por las mismas fechas, en 1966, la localidad almeriense de Palomares fue objeto de atención de la opinión pública mundial cuando la colisión de un bombardero norteamericano B-52 con otro aparato supuso la caída al mar de dos bombas atómicas (Por supuesto, esa fue la versión oficial. Sin embargo, los investigadores de lo paranormal consideran que el mar de la costa de Almería es un vórtice que succiona la energía que fluye del espacio hacia la Tierra, y por ello estos lugares han sido utilizados como puertas de entrada de viajeros de otros mundos, como en el Triángulo de las Bermudas y Roswell; sólo que en el caso que nos ocupa la energía no era extraterrestre sino que se hallaba concentrada en grandes dosis en el núcleo de uranio de sendas bombas atómicas). El escándalo intentó ser aplacado por el famoso baño de Manuel Fraga, pero sin duda puso de manifiesto e hizo aumentar las energías telúricas (y en este caso, silúricas) de Almería.

Supongo que el lector habrá reparado no sólo en la importancia de los personajes históricos citados sino también en su longevidad, y quién sabe si en su inmortalidad: quizá sea un efecto colateral de los poderes mágicos que emanan de Almería. No es casualidad, por tanto, que numerosas leyendas urbanas mencionen a Walt Disney, Hitler y Lennon como las personas que siguen vivas en una isla desierta. De hecho, yo no pongo en duda que los tres sigan vivos en una isla desierta; en todo caso, niego la menor y lo que pongo en duda es que se trate de una isla “desierta”. En el caso de Fraga, parece ser que su baño en Palomares le infundió las energías del mar almeriense (como a Obélix cuando cayó en la marmita) hasta el punto de darle esa longevidad rayana en la eternidad. En los casos de Clint Eastwood y Arnold Schwarzenegger, su presencia en Almería fue la antesala de una carrera llena de éxitos y de una incipiente labor política, algo que parece común a todos los famosos relacionados con Almería: fueron mitad artistas y mitad políticos.

Y, finalmente, el lector se preguntará qué relación tiene Iker Jiménez con Almería. Pues muy sencillo: Iker Jiménez es el hermano gemelo (o dídimo ) de Unai Emery, el cual fue entrenador del Almería. Ese es el eslabón final de toda la trama (o, por qué no decirlo, conspiración), a la que propongo llamar el “Código Almería”.

La sexóloga

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(II: 2008)

Juan Gómez Capuz


LA SEXÓLOGA



Hace algunos años, ya casi borrados de mi memoria, trabajé en el instituto de una pequeña ciudad fabril del valle del Vinalopó. El ayuntamiento de la localidad estaba gobernado por l´Entesa, marca electoral (aunque más bien parece una marca de helados) con la que se presentaban Izquierda Unida y otros artistas invitados en ciertos enclaves de la Comunidad Valenciana. Uno podría suponer que los abanderados de la educación pública y laica fueran más sensibles ante las carencias alarmantes que presentan los institutos de educación secundaria de la red pública. El nuestro, además, estaba muy masificado incluso antes de que se incorporaran los alumnos de primer ciclo de la ESO: en aquella época teníamos nada menos que 11 grupos de 3º de la ESO, rebajados luego a “sólo” 6 grupos de 4º de la ESO, lo cual da cuenta además del elevado índice de fracaso escolar de esta población donde los chavales esperaban cumplir la edad para dejar los estudios inacabados y ponerse a ganar dinero rápido en talleres semiclandestinos, cuyo porvenir hoy en día está más que amenazado por los talleres clandestinos (sin el semi-) de ciudadanos chinos, aunque eso es otra historia. Por cierto, que los 11 grupos de 3º de la ESO se encontraban juntos en un piso a ras de suelo, una especie de averno concentrado, y cada aula tenía un protector de cerraduras para que los alumnos que esperaban impacientemente a cumplir la edad no metiesen palillos o silicona en la rendija de la llave. Obviamente, cuando llegaron los alumnos de primer ciclo de la ESO, se les alojó en barracones prefabricados. Además, teníamos Bachillerato de Humanidades, de Ciencias y Artístico, amén de ciclos de Informática, distribuidos en aulas a medio terminar, frías y húmedas. Pues bien, aunque no fuera competencia suya (sino de una Generalitat Valenciana, del PP, para la cual la provincia de Alicante era auténtico territorio comanche ), lo cierto es que al ayuntamiento de l´Entesa le preocupaba poco nuestra masificación y hacinamiento, y casi nunca se pasaban por allí.

Ahora bien, lo que sí recuerdo nítidamente es que la única preocupación del consistorio progresista y laico era enviarnos, a principios de primavera, justo antes de Semana Santa, a una sexóloga para que adoctrinara a los chavales en las cada vez más complicadas artes de Venus. A mí me venía muy bien, pues me ahorraba preparar cuatro o cinco sesiones de tutoría para 4º de la ESO, pero me chocaba que esa fuera la máxima prioridad del ayuntamiento.

Por cierto, que las charlas que daba la sexóloga –que siempre era la misma– no tenían desperdicio, máxime si tenemos en cuenta que iban dirigidas a chicos y chicas de 15 ó 16 años. Para empezar, su mensaje era muy sencillo: decía a l@s alumn@s que podían hacer todo lo que quisieran cuando quisieran y como quisieran. Es obvio decir que su “filosofía” (sobre todo “filo”) resultaba muy popular entre l@s alumn@s. Era como una Lorena Berdún, pero en plan heavy . Además, se trataba de la típica sexóloga que sostiene que todos los hombres son unos inútiles en la cama, excepto su marido (me llamaba la atención que, en un inhabitual gesto de decoro, hablara de “mi marido” y no de “mi pareja”, como es frecuente hoy en día, de manera que al final no sabes si su pareja es un hombre, una mujer, una ameba o un protisto). Es obvio que semejante toma de principios no ayudaba mucho a unos chicos que ya de entrada se sentían bastante desorientados y acomplejados frente a sus compañeras de clase, de la misma edad biológica, pero mucho más maduras. De hecho, tras asistir como “observador” (como si fuera de la ONU) a casi todas las memorables lecciones de la sexóloga, tuve la sensación de que sus contenidos y consejos iban claramente destinados a las chicas y que los comentarios sobre los chicos, cuando los había y no se refería a su amado marido, abundaban en prefijos negativos (inexperiencia, inutilidad, etc.). Para muestra, un “botón”, nunca mejor dicho: la sexóloga dedicó toda una clase a hablar del clítoris y declinó dedicar igual sesión lectiva (es decir, la paridad) al aparato masculino arguyendo que su funcionamiento era “demasiado elemental”. Incluso cuando aleccionó a los (inútiles) chicos en la colocación del preservativo en un pene de látex intentó “tranquilizar” a la sección masculina de la clase con el (cínico) comentario de que “he traído el más pequeño que había para nadie se sienta acomplejado” (por cierto, el chaval que salió voluntario para tan magna empresa se dejó los estudios una semana más tarde). Porque, y esto es lo más fuerte, la sexóloga siempre entraba en clase llevando un pequeño maletín repleto de “juguetes sexuales”, si se me permite el eufemismo calcado del inglés (por cierto, que a mí me recordaba el maletín del verdugo, sólo que trocando el Tánathos por el Eros, como le hubiera gustado al mismísimo Freud): de allí sacaba el pene de goma talla mini (según ella), los preservativos, las cremas y otros mil artilugios entre los que se encontraban hasta bolas chinas. ¡Pero mujer, por muy progre que seas, que son menores de edad, angelicos, que esto no es una reunión tipo Tupperware para casadas insatisfechas! Por todo ello, recomiendo que en la profesión de sexólog@ haya también paridad, aunque desde que los Ozores hicieran aquella serie esté muy mal visto que un hombre sea sexólogo: lo ideal sería que acudieran a las aulas de manera conjunta un sexólogo y una sexóloga (como hacen ahora los profesores de inglés y filosofía en “Educación para la ciudadanía”), aunque sin llegar a predicar con el ejemplo, como parodiaban los Monty Python en El sentido de la vida .

Pero una brumosa mañana de principios de abril, a primera hora, la sexóloga no acudió. No creo que estuviera cumpliendo la Cuaresma. Así que yo me llevé a mis tutorandos al patio a jugar al fútbol. Y allí todos juntos, chicos y chicas (comprobé que las chicas son discretas en ataque pero magníficas defensas de contención), en asaz y franca compaña, disfrutaron de una jornada de deporte al aire libre y quizá olvidaron que durante varias semanas había venido a aleccionarl@s una sexóloga.

Duetos para la ciudadanía

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(II: 2008)

Juan Gómez Capuz


DUETOS PARA LA CIUDADANÍA



La reciente polémica entre el Gobierno Central y el Gobierno Valenciano acerca de cómo impartir la materia de “Educación para la ciudadanía” pone de manifiesto cómo la politización de los aspectos educativos, algo practicado por los gobiernos de todo signo desde hace ya bastantes años, puede producir efectos verdaderamente esperpénticos en la práctica docente.

Para empezar, no conozco bien el currículo de la materia de “Educación para la ciudadanía” y no comentaré con detalle cuestiones de fondo o contenido sobre la materia. En todo caso, sí que me da la impresión de que, al menos en sus formulaciones más radicales, laicistas y, si se me permite el término, “robesperrianas”, la materia diseñada por el Gobierno Central quizá pueda fomentar un relativismo extremo según el cual todo vale y todas las opciones (personales, culturales, sexuales) son igualmente válidas porque nos hemos liberado de la moral tradicional: podría sugerirse, por tanto, que es perfectamente válido que una mujer vaya tapada hasta los ojos y camine tres metros por detrás de su marido, porque todas las culturas son igual de válidas y guays (es cierto que la cultura occidental –y los valores que ésta conlleva- distan mucho de ser perfectos, pero se le podría conceder el dudoso honor de considerarla como “la menos mala”, como le ocurre al sistema democrático; por cierto, ¿qué opinaría sobre esto la Ministra de Igualdad, disjecta membra ?); también podría sugerirse que es perfectamente válido que un homo sapiens sapiens se lo monte con una ameba o un oso panda, incluso de su mismo sexo, aun sabiendo que nunca podrán tener descendencia, porque cada uno puede hacer de su capa un sayo y desarrollar libremente sus pulsiones. En suma, que las diferencias culturales son, como mucho, brumarias y que el Sol nos da thermidor a todos por igual. Por cierto, que el latiguillo robesperriano de “para la ciudadanía” ha terminado por infiltrarse en los nombres de todas las materias que imparten los (pobres) profesores de filosofía en institutos, como si la filosofía por sí misma (per se ) no fuera suficiente: “Filosofía y ciudadanía”, “Ética y ciudadanía”, etc.

Quizá sean estas aristas más radicales y laicas de la materia las que han provocado el rechazo frontal de los gobiernos autonómicos controlados por el PP. O quizá sea la simple estrategia de estar siempre en desacuerdo, del rechazo sistemático, empleando casi siempre la educación como arma política arrojadiza (y así nos va a los profesionales de la educación). Por ello, estos gobiernos autonómicos han urdido estrategias para aceptar sobre el papel –“por imperativo legal”, como se decía hace unos años- esta nueva materia pero intentando minimizar el efecto de unos contenidos que juzgan perniciosos. El Gobierno Valenciano, siempre innovador, se sacó de la chistera la ingeniosa idea de impartir la materia en inglés. Ante la suspensión cautelar de la normativa por parte del TSJ de la Comunidad Valenciana, y a la vista de que era imposible encontrar docentes que combinaran los conocimientos teóricos de la nueva materia con el manejo práctico y fluido de la lengua inglesa, el gobierno autonómico ha lanzado un plan B (no confundir con la opción B para objetores): la materia la impartirán dos profesores, el de filosofía -que organizará los contenidos teóricos- y el de inglés –que la verbalizará en la lengua de Shakespeare-. Como vemos, se mantiene inalterado el meollo de la cuestión, a saber, la transmisión en lengua inglesa: si tenemos en cuenta que los chavales llegan a 2º de Bachiller sin saber ni papa de inglés (y tampoco mucho más de las lenguas cooficiales, no nos engañemos), es obvio que los tiernos adolescentes de 2º de la ESO no pillarán absolutamente nada de lo que les digan en inglés y el contenido de la materia se desvanecerá en el aire. Ahora bien, la novedad del plan B radica en la dualidad: serán dos profesores los que estarán en clase, diciendo lo mismo en distintas lenguas, haciendo una especie de dueto, como los que practicaba Frank Sinatra con artistas de todo pelaje. Desde el punto de vista práctico, esto tiene sus ventajas: teniendo en cuenta cómo están los alumnos hoy en día, el hecho de que sean dos los profesores en el aula refuerza considerablemente las posibilidades de repeler cualquier tipo de agresión física o verbal. Desde el punto de vista teórico y de la eficacia en la transmisión del mensaje, cabría recordar que este tipo de dualismos o duetos tienen una tradición muy antigua: si aplicamos una conocida dicotomía aristotélica, el profesor de filosofía aportaría el logos, el saber teórico, y el de inglés la techné, el saber práctico; desde el punto de vista de la cultura medieval (en la cual viven todavía numerosos individuos, y hasta naciones enteras), el profesor de filosofía sería el trovador y el de inglés, el juglar (o el bardo, si queremos ser más precisos con la lengua de Shakespeare).

De todas maneras, el alumno de 2º de la ESO que asista como cobaya al experimento, desde su bendita inocencia (?), puede plantearse una objeción muy lógica: “si un profesor me explica en castellano algo cuyo contenido no entiendo, ¿por qué el profesor de al lado dice presumiblemente lo mismo en otra lengua que tampoco entiendo? (¿no sería mejor pasarme toda la hora jugando a la Play ?)”. La pregunta del millón, la ultima ratio en términos filosóficos, sería por tanto: ¿qué relación existe entre la materia de “Educación para la ciudadanía” y la lengua inglesa? No encontrar una conexión entre las dos variables supondría desacreditar la brillante idea que ha tenido la Generalitat Valenciana. Por ello, he dedicado todo mi empeño a esta tarea y creo haber hallado la solución: el alumno valenciano debe aprender “Educación para la ciudadanía” en inglés porque en Valencia tenemos un circuito ciudadano de Fórmula 1 (¿o se dice “urbano”?), y la lengua de la Fórmula 1 es el inglés. Podemos invertir los términos para que se aprecie mejor el carácter silogístico del razonamiento realizado por la Consellería de Educación: en Valencia tenemos un circuito ciudadano de Fórmula 1, y la lengua de la Fórmula 1 es el inglés; por tanto/ergo el alumno valenciano debe aprender “Educación para la ciudadanía” en inglés. La clave es, por tanto, la Fórmula 1. ¿Para cuándo una “Fórmula 1 para la ciudadanía” (en inglés, por supuesto)?

Así que, estimados lectores, como cantaba Miguel Ríos, aprended el inglés que es de gran porvenir, y si tu padre no lo hizo, tú sí.