jueves, 5 de julio de 2012

Las minas del Rey Salomón (Reflexiones sobre el papel de España en el mundo)

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011-2012)


Juan Gómez Capuz


LAS MINAS DEL REY SALOMÓN (REFLEXIONES SOBRE EL PAPEL DE ESPAÑA EN EL MUNDO)

Vivimos tiempos de confusión. Tiempos pre-apocalípticos. Y en España, país donde la tragedia siempre se degrada en esperpento, esto se nota todavía aún más. Además de la crisis, el escándalo de Bankia, la prima de riesgo, nos encontramos con la noticia de que el Códice Calixtino de la catedral de Santiago fue robado por un electricista y sus parientes: parece un remake de una película de Berlanga o de alguna de los 70 titulada “El electricista, su mujer y el Códice vuelve a aparecer”.

Pero en toda la Europa meridional suceden cosas parecidas. Pensemos en Grecia, ese país que siempre ha estado en ruinas, como decía Gila. Durante varios meses he albergado la vaga ilusión de que Evangelos Venizelos, ministro de Economía cuando el primer rescate y ahora líder del PASOK, era en realidad Terry Gilliam, y que todo lo que estaba sucediendo en Grecia era el guión de un falso documental surrealista de Gilliam, continuando la tradición de los Monty Phyton y al estilo de los que ahora hace Sacha Baron Cohen o aquél en el que Joaquín Phoenix salía más sonao que un boxeador. Pero no. Desgraciadamente, no era una película de Terry Gilliam sino la cruda realidad.

Volviendo a España a y sus dirigentes, también sería ingrediente de esperpento y película berlanguiana la primera gira de Rajoy por el mundo. Tal como estaba el panorama por España, con la prima de riesgo por las nubes y con los mineros en pie de guerra, el buen hombre decidió poner tierra de por medio, igual que hicieron casi todos sus predecesores. Empalmó la Cumbre Hispanoamericana en Los Cabos con la Cumbre Río+20 de Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro. El problema es que allí ya se hallaba fuera del radio de acción de nuestro idioma español y a merced de gentes extrañas que hablaban otras lenguas. Por ello, cuando un negrito con pinta de no estar muy por la labor (y al que podríamos haberle dicho, como Emilio Aragón, “menos samba e mais trabalhar”), lo presentó en inglés como “primer ministro de las Islas Salomón”, Rajoy no lo entendió y respondió “muchas gracias” en castellano drecho. Incluso da la impresión, cuando conoció el desliz del negrito, que le había hecho gracia ese exótico Anschluss austral (que no austríaco).

Ahora bien, yo pienso que no se trató de una confusión casual ni mucho menos aislada, sino que es el síntoma de algo que está sufriendo España y que debemos reconocer: en el Hemisferio Sur no nos quieren. Y lo de las Islas Salomón no es el primer caso ni el más grave. Están todavía recientes los agravios de las nacionalizaciones de Repsol YPF en Argentina y de Red Eléctrica en Bolivia. Y también podríamos recordar que en el año 2000, cuando la final de Copa Davis de tenis entre Australia y España, un señor con pinta de trompetista borracho interpretó el Himno de Riego en lugar de el Himno Nacional, con el objeto de minarnos la moral y que perdiéramos. Y perdimos. Pero lo más triste fue la cara de pena y confusión de Carlos Moyá y los demás durante aquel bochornoso espectáculo. No nos quieren en el Hemisferio Sur.

Y todavía queda aceptar la parte más dura: en el Hemisferio Norte nunca nos han querido. Qué decir de la temprana Leyenda negra, que siempre nos ha acompañado (hasta los Monty Phyton y The Spanish Inquisition), a pesar de que quemamos muchísimas menos brujas que ellos (y nunca tuvimos ningún "Juanito Gorrión, pirata español", quizá porque los españoles sólo sabemos ser piratas en nuestro propio país). Qué decir del proverbio holandés que anima a los niños a dormirse pronto porque de lo contrario vendrá el duque de Alba para llevárselos (si hubiera dicho “la duquesa de Alba”, se entendería mejor).

Pero habría que hacer algo de autocrítica y pensar cómo son los países que durante algún tiempo formaron parte de ese glorioso Imperio Español donde nunca se ponía el sol (quizá porque nunca salía, hablando en sentido figurado). Parece que durante el periodo de pertenencia a nuestro Imperio se fueron contaminando de la desidia, corrupción, marrullería y desmedido orgullo de nuestra forma de ser, del Volkgeist español que diría la Merkel. Incluso aquellos países que se libraron pronto de nuestro yugo y que hoy en día pasan por ser naciones modernas y avanzadas, aún tienen en su interior ese virus que les inoculamos. Por ejemplo, Holanda, país donde la gente va en bicicleta, las prostitutas se exhiben en escaparates y la marihuana se consume tranquilamente en coffee-shops. Y qué decir de la vecina Bélgica, un Estado más fallido que la propia España, incapaz de formar Gobierno en más de un año (aunque ahora tienen un presenidente de gobierno que se parece a Salvatore Adamo), con dos comunidades lingüísticas y nacionales (valores y flamencos) que hablan entre sí en inglés para no tener que dar su lengua a torcer, un país donde pegas una patada a un seto de bocage y salen cien pederastas, un país donde el plato nacional son los mejillones con patatas fritas. Nápoles y Sicilia, tierra del chanchullo, la mafia y el dolce far niente, tan atrasada respecto del resto de Italia que a su lado Andalucía casi parece Alemania. Tampoco olvidemos que Portugal, país de las toallas, el bacalao (bacalao con nata es su plato nacional) y la ausencia de depilación estuvo casi un siglo unido a la Corona Española, de lo cual se explica el desmedido orgullo (véase Cristiano Ronaldo) de un país tan chiquitito. También tenemos Guinea Ecuatorial, pequeño terrón de azúcar del gran pastel africano gobernado por dictadores a escala sobrehumana. Y toda Hispanoamérica, continente que ha tenido la especial habilidad de adoptar lo peor de las culturas precolombinas y lo peor de la cultura española, destacando la vagancia, los chanchullos y el machismo. Y nos queda Filipinas, un país donde tienen cara de chino, nombre español y hablan en inglés, a pesar de lo cual predomina el componente español y por ello son uno de los países más vagos y pobres del Sudeste asiático.

Ese es el verdadero papel de España en el mundo, y nuestros políticos, siempre tan reacios a aprender idiomas y a conocer la diversidad de las demás naciones, lo siguen demostrando en público.





sábado, 28 de abril de 2012

Summerhill, Primal Scream y la LOGSE en el tren (El tren de cercanías, Episodio 2)

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011-2012)



Juan Gómez Capuz



SUMMERHILL, PRIMAL SCREAM Y LA LOGSE EN EL TREN
(EL TREN DE CERCANÍAS, EPISODIO 2)

Decía Elvira Lindo en un artículo de opinión aparecido recientemente en las PAU de la Comunidad Valenciana que a las personas de su generación, a las que hoy rondan los 50 años, se les educó como si la vida fuera un valle de lágrimas, como si todo costara mucho más esfuerzo que lo que realmente cuesta. En cambio, esa misma generación educó a sus hijos, a los que hoy tienen entre 10 y 30 años, como si la vida fuera un parque de atracciones, donde todo era lúdico y de color de rosa, donde cada niño era mimado y sobreprotegido por sus padres, los cuales le hacían creer además que él era mejor que todos sus compañeros, a la par que fomentaban su aislamiento y enclaustramiento dotándolo de todos los gadgets tecnológicos que iban surgiendo. Frente a esos dos modelos antitéticos, Elvira Lindo proponía una educación que situara al niño o adolescente en su verdadero marco social y le permitiera interactuar con gente de su edad.

El tren de cercanías de la línea Valencia-Xátiva, que ya nos permitió hacer un retrato coral de la desorientada sociedad actual en un artículo anterior (titulado “El tren de cercanías” y al que podemos denominar a posteriori “Episodio 1”), nos vuelve a ofrecer un ejemplo muy claro de este modo actual de educar. Se trata de un padre de unos treinta años, con una indumentaria cuando menos curiosa: lleva el pelo largo recogido en una coleta, algunas trenzas rastas, los brazos repletos de tatuajes, lleva camisetas de manga corta (incluso en invierno) con eslóganes reivindicativos o propaganda de grupos punk-rock antisistema. Este padre siempre va acompañado de un niño rubio de dos años y medio, al que habla sistemáticamente (en eso no es “antisistema”) en la lengua vernácula y al que le deja hacer todo lo que él niño quiera, como veremos seguidamente. También resulta llamativo el hecho de que todos los días hace un trayecto de al menos 40 kilómetros para llevar a su hijo al colegio: coincido con ellos en el tren de las 7.53 y el otro día, que salí un poco antes para poder llegar a la presentación de mi novela El año de la esquizofrenia, volví a coincidir con ellos en el tren que llega a valencia a las 18 horas. Aquello ya fue sobredosis, aunque la presentación de mi libro no se vio afectada y salió muy bien, quizá porque la esquizofrenia ya la llevaba de casa.

¿Por qué este padre y este hijo hacen casi 100 kilómetros al día? Habida cuenta de sus apariencias, podemos sospechar que el padre lleva a su hijo a una escuela que cumpla con su peculiar modelo de la educación, aunque ello le obligue a hacer tan largos desplazamientos y madrugar tanto. El hecho de que vaya siempre el padre con el hijo también nos permitiría inferir que la madre, cansada de un experimento educativo tan radical, se haya separado y los haya dejado abandonados a su suerte.

Porque, como hemos apuntado, el padre consiente, e incluso alienta, todas las travesuras y salidas de tono de tan tierno infante, con cara de angelito pero que lleva camino de convertirse en todo un diablillo. No pone objeción a que el pequeño corretee a lo largo del vagón ni a que moleste a otros viajeros. Parece que las prohibiciones y los avisos no entran en su paradigma educativo. A mí en seguida me recordó al modelo educativo disparatado de Summerhill, ideado por A.S.Neill. Un modelo donde las aulas son opcionales y los alumnos pueden escoger las que desean frecuentar y las que no desean, como si la educación fuera el menú de un restaurante. Basado en las ideas pseudoanárquicas y falsamente progresistas de Rousseau, Wilhelm Reich, Piaget y Vigotsky, Summerhill también defiende la ausencia de exámenes y calificaciones, la abolición de reprimendas y sermones, la importancia dada al juego y a las actividades creativas, mientras que los libros pasan a un segundo lugar en la educación, y finalmente, como traca final, la idea piagetiana de que el egoísmo infantil es una etapa más del desarrollo del niño, puesto el niño (y por extensión el alumno) siempre tiene razón. Como ven, todo ello parece estar en la base del modelo pedagógico que aplica este padre y del colegio lejano al que lleva a su hijo, posiblemente un Summerhill de La Ribera (igual hasta se llama Coll d´Estiu).

Me imagino que algún profesor que lea este artículo habrá atado cabos y habrá recordado que muchos de los principios de Summerhill estaban también en los aspectos más radicales de la LOGSE, desde la veneración a Piaget y Vigotsky (cómo los sufrimos quienes tuvimos que aprendernos los 14 temas de legislación logsaica) hasta el anatema de los libros y la educación de contenidos, dinamitada a favor de los subjetivos criterios de procedimientos y actitudes, que al final no acababan sirviendo para casi nada.

Pero es que resulta que el otro día que volví un poco antes por la tarde, asistí a una variante más radical todavía del experimento educativo que lleva a cabo este padre. Porque   se dedicaba a animar a su hijo a que gritara todo lo que quisiera (y todo lo alto que quisiera) mientras jugaba con unos animalitos de juguete, sin importar en absoluto la incomodidad que podía producir en los restantes viajeros del vagón. Aquí pienso que este padre había superado los cauces del modelo Summerhill y de la LOGSE y se había precipitado en la teoría del Grito Primario del doctor Arthur Janov. En opinión de tan singular doctor, lanzar gritos espeluznantes, llamados primarios o primales por estar referidos a experiencias reprimidas en las etapas iniciales de la vida, conduce a la solución de la neurosis (a esos gritos yo los llamaría más bien primates, pues parecen propios de monos aulladores). Como podemos sospechar esta teoría está basada en los principios psicoanalíticos de Freud y Reich. Cobró gran popularidad a finales de los años 60, cuando se la relacionó con los aullidos de Janis Joplin y, de manera explícita, con los alaridos pseudoorgásmicos de Yoko Ono mientras Lennon andaba medio dormido (y eso que había dicho que "el sueño había terminado") y amuermado por sustancias varias. Hoy en día se le relaciona más con el grupo indie Primal Scream, que ha tomado el nombre de la denominación inglesa del fenómeno.

Así que la próxima vez que coja el tren de cercanías, intentaré sentarme lejos del padre alternativo y su hijo cada vez más asilvestrado, aunque por muy lejos que esté, seguro que oiré su grito primario.

lunes, 27 de febrero de 2012

Torrente y los policías de verdad (apatrullando la ciudad)


LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011-2012)


Juan Gómez Capuz


TORRENTE Y LOS POLICÍAS DE VERDAD (APATRULLANDO LA CIUDAD)

En primer lugar, deseo agradecer a los internautas el éxito que está teniendo este blog, que ya supera las 2.500 visitas, 900 de ellas desde el extranjero, lo cual me está llevando a plantear hacer una versión en inglés de alguno de los artículos de temática más universal (los de crítica musical, en especial). También es una muestra de que la cultura seria y la prosa satírica, mezcladas en artículos que quizá sean muy largos para la inmediatez de nuestros tiempos y la prisa de los internautas, todavía tienen un hueco en ese gran universo que es internet, para desesperación –supongo– de Enrique González-Macho (quien parece una versión cañí de Francis Ford Coppola… y el Yeti), convertido ahora en el relevo del Establishment o Lobby anti-internauta que hay en este país, paradójicamente, entre las filas más “progres”. Viene esta alusión a cuento de que mi primera intención era hablar sobre el cine español, aprovechando la sosa gala de los Goya, en un artículo titulado “El cine español y la Academia de los sobrevalorados”. Pero la actualidad manda y los sucesos que han acaecido esta semana que acaba en mi ciudad, Valencia, entre policías y estudiantes, reclaman mi atención. Ya que soy un bloguero muy visitado, debo hacer honor a mi “nombre de guerra” (eso implica que tengo “enemigos”, como veremos a continuación) de “El pobrecito hablador” y realizar de manera valiente la labor que en esta sociedad tan compleja y a la vez apática hubiera llevado a cabo el gran Mariano José de Larra.

En efecto, en Valencia, lugar donde últimamente pasan cosas muy interesantes, hemos vivido una semana de auténtica lucha campal, aunque poco a poco las cosas se han ido desinflando, quizá porque la “mano negra” política que había tras los dos bandos ha comprendido que las cosas se le habían ido de las manos.

Las reclamaciones de los estudiantes del IES Luis Vives, instituto de secundaria decano de la ciudad, eran legítimas: no había calefacción, en un tramo final de invierno mucho más frío de lo que esperábamos, entre otras razones porque la Conselleria d´Educació está pagando “ahora” a los institutos las partidas de presupuesto correspondientes a… ¡septiembre-diciembre de 2011!; por ello no es de extrañar que en muchos institutos no se disponga de liquidez para pagar los recibos de agua, luz y electricidad y que tengan que ser muchas veces las AMPAS de los centros quienes adelantes ese dinero. A ello hay que añadir toda una serie de medidas que tienen por objeto degradar la calidad de los servicios públicos en la Comunidad Valenciana, sobre todo en los ámbitos de la sanidad y la educación (y no digamos nada en el de la cooperación internacional, donde ha vuelto a saltar otro escándalo de “toma el dinero y corre”).

En consecuencia, los estudiantes del IES Luis Vives decidieron esta semana elevar el tono de sus protestas, manifestándose a la puerta del centro y cortando el tráfico en la zona más céntrica de la ciudad, un punto neurálgico que une la Estación del Norte con la Plaza del Ayuntamiento. Hasta ahí todo normal, pero parece que los sindicatos de estudiantes (los sufrí de cerca en mi Facultad de Filología en los 80) se dedicaron a caldear el ambiente más de lo normal y a convertir la protesta cívica en un nuevo mayo del 68. Primer error.

Pero más grave fue el segundo error, que procedió del bando contrario. Ante la potencial amenaza de alteración del orden público, el jefe de la Policía Nacional en la Comunidad Valenciana, Antonio Moreno, dispuesto a reverdecer viejos laureles de España 2000 y Levantina de Seguridad, aleccionó a sus hombres como si se tratara de un ejército en pie de guerra con tácticas de guardias de seguridad de discoteca.

El resultado es que el pasado lunes 20 de febrero a mediodía los dos bandos parecían preparados para una lucha campal, una especie de “guerra total” como la de soviéticos y nazis en el frente del Este. Muchos locutores radiofónicos han hablado de lo que no vieron y de lo que les contaron “los suyos” (como de costumbre), pero cuando yo llegué del trabajo a las cuatro y cuarto de la tarde a la Estación del Norte pude contemplar un auténtico escenario antes de la batalla. Ya se percibía mucha violencia verbal por parte de los dos bandos, y en cualquier momento podía saltar la chispa. Curiosamente, suelo coger el autobús para casa a cinco metros del extremo del Luis Vives y tenía que pasar por delante de todo el cotarro. Así que opté por desviarme por la calle Xátiva pegado a la acera opuesta al instituto. Pero aún estaba cerca de primera línea de fuego. El despliegue policial era enorme y desproporcionado: en cada esquina había tres o cuatro policías nacionales con la panoplia completa de antidisturbios (cascos con protector del rostro, chalecos antibalas, subfusiles para lanzar pelotas de goma). Y eso que a dicha hora las calles estaban desiertas: parecían las Stormtroopers del Imperio en el yermo planeta Tattooine. Pero siempre los tenías a centímetros. Every breath you take, every move you make, every bond you break, every step you take, I´ll be watching you. Yo intentaba pasar con la mayor tranquilidad posible junto a ellos, pues sabía que me encontraba en serio peligro: si se hubiera sabido que era profesor, sin duda me hubieran atacado los dos bandos con todos sus efectivos. Para reforzar el dispositivo, en San Agustín había muchos policías locales que, al parecer, pasaban por allí, como Aute, para “controlar” el tráfico: eran los sargentos pimientas de Lovely Rita.

No pude contar cuántos policías nacionales había, y tampoco nos lo ha querido decir el gran Antonio Moreno, pues en la rueda de prensa posterior afirmó que “no quería dar esos datos a sus enemigos”. La frase no pudo ser más desafortunada. Desde el punto de vista comunicativo, era la típica bravata al estilo de Alfonso Rus. A mí me recordaba a las bravuconadas habituales de Julio César en La guerra de las Galias mezcladas con un sketch de Gila (¿Es el enemigo? Que se ponga) y todo ello pasado por un espejo deformante de Valle Inclán. Desde el punto de vista jurídico, casi equivalía a una declaración de guerra, y en ese caso nos podríamos plantear la posibilidad de impartir a los alumnos una “optativa instrumental” (nunca mejor dicho) de “Tácticas de guerrilla urbana”, aunque por lo que se vio después, ellos pueden defenderse solitos.

Porque ese lunes, hacia las seis de la tarde, al final se armó. La violencia verbal dio paso a la violencia física y el abrumador despliegue policial hizo valor su superioridad. Yo creo que la actuación policial tenía en el fondo una justificación, y que el gran Antonio Moreno había sabido ver la conexión lógica: si los alumnos del Luis Vives se quejan por la falta de calefacción, vamos a calentarlos nosotros gratis. Las escenas de represión policial que se pudieron en ver varios canales de televisión me hicieron pensar que la película La casa de los espíritus que hacía poco había visto con mis alumnos no estaba tan alejada de la realidad que estábamos viviendo en la ciudad. Además, durante todo el día sobrevoló el centro de la ciudad un helicóptero de la policía nacional, haciendo más evidente la analogía con los hechos descritos en La casa de los espíritus o, incluso, con Apocalypsis Now Redux. Esa tarde no vi llover, pero vi gente correr y no estabas tú. Por su parte, en Canal 9 emitían una película del Oeste, quizá porque este género cinematográfico (que odio casi tanto como el cine español) ha sido el favorito de dictadores tan brillantes como Hitler y Kim Jong Il y, también, por una mera cuestión de autodefensa: en una película del Oeste nunca se ha visto a un estudiante, así que no había peligro de que los escasos telespectadores pudieran detectar lo que realmente estaba pasando en el centro de la ciudad.

“¿Qué dirá mañana esa prensa canalla? Lo que le manden”. Aun así, algunos tertulianos conservadores a los que puedes escuchar sin que te suba la tensión, como Germán Yanke y Eduardo San Martín, ponían de relieve los días sucesivos el desproporcionado despliegue policial, su intervención represiva y, sobre todo, la desafortunada alusión de Antonio Moreno a los “enemigos”. Incluso el muy moderado (como Narváez) periódico docente Magisterio  dice en su reciente editorial del 29 de febrero que "por eso mismo, generó la desproporcionada represión policial. Sobre todo en el inicial número de efectivos movilizados, creando una situación de conflicto y, pese a la contención, porrazos que nunca tuvieron que darse".

El martes aún hubo tensión, y algunos incidentes. Los demás días la cosa se calmó, como si ambos bandos (y sus respectivas “manos negras”) se hubieran dado cuenta de que se habían pasado de la raya. También contribuyó a la calma la paulatina sustitución de los antidisturbios de la policía nacional por los policías locales de Lovely Rita, que aportaron un mensaje de paz y amor. Todo pareció disolverse (quizá no sea el verbo más adecuado en estas circunstancias) como azucarillos en el agua, y ya a partir del miércoles el miedoso escritor al que estás leyendo se atrevió a acudir a la parada de autobús habitual.

Ahora parece que el punto caliente se ha desplazado a Barcelona, donde las legítimas protestas de los estudiantes se han visto pronto enturbiadas por la actuación de colectivos antisistema que han gozado de mucha vidilla y total impunidad durante años, especialmente durante el tripartito. Y eso que la policía autonómica, los Mossos d´Esquadra, tampoco se andan con contemplaciones a la hora de reprmir a los manifestantes, aunque algunas personas y ciertos grupos mediáticos los consideran más tolerables porque pegan en catálán (para información de los no catalanohablantes explicaré que los Mossos d´Esquadra se llaman así porque además de pegar, "muerden").

Resumiendo, la verdad es que me sorprendió tan desmesurada actuación policial el lunes 20, pues he de reconocer la buena labor de la policía nacional en estaciones de tren y otros lugares públicos, así como la profesionalidad y la paciencia de los policías nacionales y funcionarios civiles en la Comisaría del DNI electrónico del Hospital (barrio de El Pilar), donde tienen que bregar cada día con cientos de “indocumentados”, en el doble sentido de la palabra. O quizá sea que en el fondo, si se les rasca un poco, si se ven desbordados, si tienen determinados jefes o si hay una “mano negra” de carácter político que los manipula, aunque ahora lleven esos trajes azules tan molones y ajustados, algunos policías nacionales, como Torrente, y como decía Humphrey Bogart en Casablanca, “siempre vestirán de gris”.

lunes, 16 de enero de 2012

Historia de un funcionario que antes fue becario

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011-2012)


Juan Gómez Capuz


HISTORIA DE UN FUNCIONARIO QUE ANTES FUE BECARIO

A raíz de las numerosas operaciones de acoso y derribo que estamos sufriendo los funcionarios de rentas medias por parte de todo tipo de administraciones, sean locales, autonómicas o nacionales, se han publicado en estos últimos días diversos artículos en los que se pone de manifiesto la divergencia entre los que crearon el caos y la deuda y los que la estamos pagando. Por supuesto, los autores de tales artículos son funcionarios que han visto reducidos en un 25% su poder adquisitivo en los últimos años, pero no así su dedicación en ámbitos tan vitales como la sanidad, la educación y la justicia. Y han tenido que escribirlos los propios funcionarios porque, por lo visto, el resto de la opinión pública española, siempre cainita, parece haberse alegrado con tales medidas, aunque en el fondo atenten contra la calidad de los servicios básicos antes mencionados.

Destacan estos funcionarios que obtener su plaza no fue algo gratuito. Quizá pueda haber alguna leve excepción en la administración local y, sobre todo, en el mundo universitario, todavía dominado por una asfixiante endogamia, pero en el resto de oposiciones las plazas se ganan en buena lid y con mucho esfuerzo. Los que lo conseguimos en los años 90 renunciamos además al dinero fácil del pelotazo de la construcción, de las comisiones ilegales y otros chanchullos, y nos conformamos con un sueldo modesto, ya congelado a finales de los 90 por obra y gracia de Aznar para hacer los deberes y entrar en el euro. Por el contrario fueron años de enclaustramiento, ocho o nueve horas diarias de estudio, sin fines de semana libres, con escasa vida social y nula vida sexual. Pero lo peor venía después. Cuando conseguías una plaza, el problema era dónde. En nuestro actual reino de taifas, presentarte en una comunidad autónoma diferente era hipotecar tu futuro, irte casi al extranjero (me sentí más descolocado en aquella España profunda y rural que cuando estuve de Erasmus en Alemania). Maestros que deambulaban por destinos que ni siquiera aparecían en el mapa, profesores de secundaria que aterrizaban en pedanías remotas en las que los listillos del ayuntamiento habían decidido “construir” un instituto. Para los que somos tan urbanitas neuróticos como Woody Allen, esos pueblos de interior eran como un destierro, como la Tomi del Mar Negro para el sofisticado Ovidio. Zagales por civilizar que te seguían para saber dónde vivías, y al día siguiente cuando llamaban al timbre y abrías, recibías varias pedradas. Supongo que era su forma de dar la bienvenida, porque si te quejabas al Jefe de Estudios, él te respondía como en el chiste de Gila: “al que no le gusten nuestras bromas, que se vaya del pueblo”. El problema es que no te podías ir, que te tenías que chupar al menos dos años en aquella tierra de vándalos. Paisanos que te afeaban la conducta por estar soltero. Zagalas casaderas que se escandalizaban cuando veían que eras más aficionado a la música clásica que a la caza mayor y a bricomanía. Y lo peor de todo, la década prodigiosa del pelotazo inmobiliario, 1998-2008, hasta que aquello petó por todos los lados, como no podía ser de otra forma. El chaval descerebrado que te chuleaba diciendo “en cuanto cumpla los 16, me dejaré toda esta mierda del instituto y me pondré a trabajar en la obra, y ganaré el doble que tú”. Y era verdad. Y para que no quedara duda, se pasaba por delante del instituto con su Audi de alta gama. El sueldo le daba para mucho: para el coche de lujo, para un pisazo, y hasta para varios “nevaditos” los fines de semana (a ti se te quedaba en nada después de pagar el aquiler). Eran analfabetos funcionales y no sabían hacer la O con un canuto, pero las chicas se los rifaban. Más o menos como en Gran Hermano, pero a escala industrial. Incluso los inmigrantes que acababan de llegar, sin conocer el idioma y sin papeles, haciendo horas en el andamio ganaban mucho más que tú. Y de nuevo las chicas se los rifaban. Qué gran visión de futuro la de las mujeres españolas en aquella década prodigiosa: ¿dónde se iba a comparar un funcionario pálido como un vampiro tras meses o años de enclaustramiento, engordado por el esfuerzo intelectual y la falta de ejercicio, con un maromo de color, alto y fibrado, con unos abdominales tipo Ibaka, y que además ganaba casi el doble? ¿importaban las diferencias culturales y de mentalidad? ¿importaban los valores? No importaban nada, sobre todo en las grandes ciudades, donde todo vale. Porque cuando el funcionario urbanita volvía a su ciudad, se encontraba también descolocado, ya que “trabajaba fuera”. Ese era el gran precio de su apuesta: no sólo el sacrificio para ganar una plaza en una oposición, sino el desarraigo posterior. En cambio, todos los demás salían ganando.

Y cuando las cosas vengan mal dadas, la culpa será de los funcionarios, como antes era de los judíos o de Yoko Ono.

A pesar de todo, sentías que habías conseguido algún objetivo, y sentías ilusión y vocación por tu trabajo. En años anteriores, las condiciones laborales habían sido aún peores. Parece que en los últimos meses la Administración está dispuesta a reconocer parte de la antigüedad de los que nos curtimos durante varios años como becarios, con un sueldo inferior a mileurista, sin derecho a paro y sin Seguridad Social, desempeñando además funciones muy inferiores a nuestro cargo (lo que aparece en las series de televisión NO es ficción) como hacer de chófer para catedráticos, limpiar los despachos y traer los cafelitos. Durante ese mismo período de becario de investigación también hice la mili, con lo cual limpié despachos y traje cafelitos por partida doble. Por cierto, que la decisión de la Administración no es gratuita ni altruista: nos reconocerán parte de la antigüedad sólo si nosotros les pagamos ahora las cuotas que hace casi veinte años otros deberían haber pagado por nosotros, lo cual evidencia un claro problema de liquidez de la Seguridad Social (como vemos, la SS nunca da puntada sin hilo). Por cierto, el otro día me pasé por allí para ir moviendo papeles, pero me dijeron "vuelva usted mañana". Ellos sí que son funcionarios de verdad.

Y ahora que las administraciones públicas nos siguen bajando el sueldo y aniquilando sexenios (Vela nos deja a dos velas) para recuperar el dinero que ellos se gastaron irresponsablemente, cada vez tengo la sensación de que nos quitan dinero por pura envidia. Porque después de que petara toda esta gran farsa del pelotazo inmobiliario, los funcionarios hemos perdido buena parte del poder adquisitivo, pero aún conservamos nuestro empleo, parte del sueldo y nuestra ilusión por trabajar en los sectores básicos (educación, sanidad, justicia) de una sociedad cada vez más apática y desnortada. En cambio, me pregunto qué habrá sido de todos aquellos aprovechados del pelotazo. Desgraciadamente, como siempre sucede en este país, los principales responsables han salido casi indemnes: las fundaciones que se "fundían" todo el dinero, los aeropuertos en cada capital de provincia (preferentemente en yermos recalificados), los parques temáticos en secarrales también recalificados, las obras faraónicas con estatuas del proócer de turno, las estrellas de rock en verbenas de pueblo por capricho de un político que quería emular a los sátrapas del Norte de África. Pero, ¿qué habrá sido del zagal descerebrado que se dejó los estudios sin terminar la ESO, se embarcó en cochazo, pisazo y adicciones varias, y que tendrá ahora un mono más grande que King Kong? ¿qué habrá sido de la extraña pareja de mujer española y maromo senegalés, ahora ambos en el paro, con el piso embargado y con varios hijos, y con las diferencias culturales a flor de piel ahora que el dinero y la pasión ya no las pueden tapar? Como dijo el poeta, ¿qué se hicieron? ¿a dó fueron? ¿fueron sino devaneos? ¿qué fueron sino verduras de las eras? ¿ande andarán? ¿qué fue de ellos?

jueves, 8 de diciembre de 2011

Lecciones de cultura alemana para españoles que quieren emigrar

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011)


Juan Gómez Capuz


LECCIONES DE CULTURA ALEMANA PARA ESPAÑOLES QUE QUIEREN EMIGRAR

Hace unos meses la ínclita Angela Merkel hizo un llamamiento a los jóvenes licenciados españoles en paro para que fueran a trabajar a Alemania. La propuesta parece haber sido un éxito, si nos atenemos a la espectacular subida de la demanda de cursos de Alemán en las Escuelas de Idiomas y al hecho de que los estudiantes sean jóvenes licenciados en paro, en especial, ingenieros, arquitectos e informáticos.

Por eso creo que los que conocemos la cultura alemana de anteriores estancias como Erasmus o con becas predoctorales debemos hacer la labor social de explicar a los jóvenes españoles cómo son las costumbres de aquel país.

En primer lugar, está la cuestión del idioma. Quienes se hayan apuntado a los cursos de lengua alemana lo estarán sufriendo en carne propia. Hay que decirlo desde el principio: el alemán es una lengua muy difícil. Y a ello hay que añadir la proverbial torpeza de los españoles para aprender lenguas extranjeras (sobran los ejemplos). El alemán reúne en sí mismo todas las dificultades que podemos encontrar en otras lenguas europeas. Para empezar, y conviene saberlo desde el principio, tiene casos, como el latín (y muchas lenguas eslavas modernas): o sea que hay que declinarlo correctamente, como si fuera la famosa escena de la vida de Brian (los alemanes también se enfadan cuando oyen a un extranjero declinar mal su milenario idioma). Además de casos (cuatro), el alemán tiene tres géneros, masculino, femenino y neutro (como el latín, nuevamente), y la atribución de los sustantivos a estos géneros es totalmente arbitraria, o sea, que no hay más narices que aprenderlos de memoria (si los guiris se equivocan que es una gloria con nuestros dos géneros, imagínate con tres). Además, tienen tropecientas formas de hacer el plural, pues el plural en –s es una carambola de las lenguas románicas occidentales (deriva de los acusativos plurales) copiada luego por el inglés, pero el 95% de las lenguas del mundo desconoce el plural en –s . También asusta ver muchas palabras escritas con mayúscula inicial, pero aparte de cierta concesión a la Weltanschauung colosalista y megalómana del Volkgeist alemán (véase Wagner y el castillo de Neuschwanstein), la razón es bien sencilla: todos los sustantivos, sean comunes o propios, se escriben con mayúscula inicial. Pero lo peor de todo es el vocabulario: a su lado, el inglés es una lengua germánica de mentirijillas, repleta de palabras románicas y grecolatinas; todo ese vocabulario común que nos salva el culo cuando intentamos hablar inglés no existe en alemán, pues allí casi todas las palabras son de etimología germánica. Eso significa que el vocabulario te supera, te desborda, nunca sabes las suficientes palabras para iniciar una conversación o hacer una redacción medio decente (aún conservo libros leídos en alemán con los márgenes repletos de anotaciones de vocabulario, como las glosas que hacían los monjes medievales). Y lo peor de todo es que el vocabulario y el género de los sustantivos es lo primero que se olvida, si no lo practicas. El vocabulario básico coincide bastante con el inglés, pero sólo sirve de asidero al principio. Y también coincide con el inglés en otro de los puntos negros de la gramática: el alemán también tiene “phrasal verbs” compuestos por un verbo y una partícula cuyo significado global no equivale a la suma de sus componentes y que por tanto hay que aprender de memoria (además, la partícula no aparece hasta el final absoluto de la frase, con lo cual estás todo el rato en un ay). De todas formas, si alguien se siente totalmente perdido con el idioma, existe un plan B, aunque bastante mal visto por los alemanes: ellos te pueden hablar en inglés (suponiendo que algún español hable bien inglés).

Para ilustrar mejor algunos aspecto de la cultura alemana, pondremos en algunos casos el término alemán entre paréntesis (y con mayúscula inicial, pues casi siempre se trata de sustantivos), como suele ocurrir en los tediosos textos de filosofía sobre Kant, Hegel o Heidegger (vaya trío), donde cada tres palabras te encuentras con el inevitable paréntesis que encierra un larguísimo nombre en alemán.

Dejando el idioma, que ya con esa breve panorámica da bajón, podemos pasar al ámbito de las costumbres. En primer lugar, en Alemania se saluda dando la mano a los hombres… y a las mujeres. Nada de besitos en la mejilla, a no ser que se trate de una alemana (del sur) que ha pasado mucho tiempo de Erasmus en España y ya esté algo achispada. Lo de Merkel y Sarkozy es también la excepción que confirma la regla: en este punto la rígida y luterana Merkel ha claudicado, pero basta ver vídeos de hace dos o tres años en los que Angela huía despavorida de los arrumacos del Petit Nicolas. Incluso quien sea aficionado al cine alemán “alternativo” podrá comprobar cómo hombres y mujeres se saludan educadamente dándose la mano antes de pasar a mayores.

Otro aspecto de las costumbres es la vigencia de la distinción entre el tratamiento de usted (Sie) y (du). El uso de usted tiene muchísima mayor vigencia que en España, donde en los últimos treinta años hemos vivido un auténtico desmoronamiento de las más elementales normas de urbanidad y asistimos a un tuteo generalizado. En Alemania no sólo hay que hablar de usted a personas desconocidas o personas de mayor nivel jerárquico, sino que incluso compañeros de trabajo sin especial amistad se hablan entre ellos de usted . Así que cuidadín con el tuteo.

El mantenimiento de un verdadero civismo y de normas de urbanidad en Alemania se concreta en situaciones donde los españoles actuaríamos de manera anárquica e irresponsable. Allí hay menos normas que aquí, pero se cumplen todas, como si sus habitantes estuvieran imbuidos, desde la niñez, del imperativo categórico kantiano. Por ejemplo, es normal que ningún peatón cruce cuando su semáforo está en rojo, aunque no se vea ningún coche en varios kilómetros a la redonda, e incluso creo que un guardia de tráfico te podría multar por dicha infracción (resulta un poco contradictorio en una nación acostumbrada a invadir otros países, pero así es; me imagino que el ejército alemán siempre ha tenido un cuerpo de zapadores especializado en desconectar todos los semáforos de los pueblos fronterizos de Bélgica). Igualmente, en las autopistas alemanas, tan largas y monótonas como el tema Autobahn de Kraftwerk, no hay límite de velocidad, pero casi todo el mundo conduce con prudencia y hay menos accidentes que en España. También es muy estricto el reciclaje de las basuras y los demás vecinos te reñirán si no colocas la basura orgánica, los plásticos, los cristales y los cartones en sus contenedores adecuados. Por supuesto, no hay casi nunca basura ni cacas de perro esparcidas en la calle. Hay silencio a las horas en las que debe haber silencio. Todo el mundo paga su billete en el metro, autobús o tranvía. Los autobuses suelen ser muy largos y articulados con tres puertas que sirven tanto de salida como de entrada (en España eso sería un caos, pero allí funciona bien); en algunas paradas sueles ver a tres hombres fornidos y cerveceros que charlan animadamente, pero cuando llega el autobús se separan y cada uno entra por una puerta distinta… porque son los revisores y así nadie tiene escapatoria.

Las horas de comer y cenar son diferentes a los de España, como ocurre en casi todos los países civilizados de nuestro entorno (supongo que el tardío horario español será pronto prohibido por alguna directiva comunitaria). Se hace una comida ligera (Mittagessen) a las 12 del mediodía, muchas veces cerca del trabajo o en la Mensa de la universidad. En cambio, como se cena en casa temprano, hacia las 6 de la tarde, esa comida (Abendessen) es más copiosa. Obviamente, el horario de apertura de los comercios se ajusta a ese ritmo de vida y comida. Por tanto, los comercios abrirán de 9 a 12 y de 2 a 5.30. Es casi imposible encontrar un comercio abierto más allá de las 6 de la tarde y eso puede desquiciar a cualquier español. Los alemanes sólo se permiten esa locura una vez al mes, el llamado länger Dönnerstag, el último jueves de cada mes, día casi de carnaval en que los comercios abren hasta las 8.30 de la noche, hora que en Alemania es casi sinónimo de madrugada.

Hablar de las horas de comer y cenar nos lleva de cabeza (o más de boca) al tema de la comida. Los hábitos culinarios alemanes son muy diferentes de los españoles. Para empezar, cocinan con grasa animal y desconocen casi por completo el aceite de oliva. Si el españolito que llega allí tiene morriña del aceite de oliva, sólo lo podrá encontrar, a precios muy caros y de baja calidad italiana, en los ultramarinos turcos. El problema añadido es que si entender a un alemán es muy difícil,  entender a un turco hablando alemán es casi imposible. Y además con ellos no funciona el plan B, pues casi ninguno habla inglés. Así que tendrás que pedir el aceite de oliva por señas. Si al final consigues el aceite de oliva (Olivenöl), el problema siguiente es el de cocinar con él, porque provoca bastante más humo que la grasa animal y entonces tus vecinos alemanes llamarán a la policía pensando que se quema tu piso o que estás preparando un atentado suicida. Olvídate de las sardinas y boquerones porque allí sólo conocen una variedad mucho más grasienta, salada e insabora llamada arenque (Herring), que es necesario condimentar con todo tipo de salsas y perejil para que sepa a algo (por cierto, el término “sugerencia de presentación” que aparece cada vez más en las conservas y platos preparados españoles es una traducción del alemán Servierungvorschlag, ya que una vez una señora alemana demandó a la empresa porque en la lata los arenques no tenían la salsa ni el perejil que aparecían en la fotografía que ilustraba el producto; creo que es obvio decir que esa señora ganó el juicio). Los alemanes son muy adictos a la carne de cerdo, pero desconocen esa Delikatessen que es el jamón serrano y lo reemplazan por mil y un tipos de salchichas. Tienen algo a medio camino entre el jamón serrano y el de York, algo así como el lacón gallego, que sería la chuleta de Sajonia (llamada allí Kasseler Rippchen), pero poco más. Como son muy ecologistas, alternativos y multiculturales (parece que es su nueva ideología oficial), nos llevan mucha ventaja en el consumo de tofu y hamburguesas vegetales (que también actúan como socorrido alimento para los turcos en cantinas varias), así como en todo tipo de restaurantes exóticos (es una manera de reconocer que su cocina es mediocre), entre los que destacan los italianos y los japoneses (quizá por los tradicionales lazos de amistad), los chinos (pero cuidadín, que en ellos la comida es muy picante), los mejicanos (superpicantes) y los argentinos. Los restaurantes españoles sólo sirven para antiguos emigrantes nostálgicos y son tan cutres y anticuados como una película de Cine de Barrio: no vayáis.

Bueno, no quiero extenderme más. Si hace falta y me lo pedís, publicaré una segunda entrega. Espero que con estos consejos os resulte más llevadera vuestra futura vida en Alemania.

domingo, 30 de octubre de 2011

Pixelandia

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011)


Juan Gómez Capuz


PIXELANDIA

Vivimos en Pixelandia. No cabe duda. Una nueva muestra de la moral hipócrita de los tiempos que corren consiste en publicitar las imágenes y fotografías más privadas de las personas (sobre todo a través de Facebook) y a continuación pixelar algunos detalles de esas fotos. Yo pensaba que ya era bastante maldición la señal del TDT, que cada dos por tres se va pixelando y finalmente se queda la pantalla en negro con el letrerito "No hay señal" (Cuán presto se va la señal, que diría el poeta). Pues resulta que ahora pixelan las imgénes a posta.

Para empezar, curioso es también el verbo pixelar. Como otros muchos engendros informáticos, procede del acrónimo o amalgama del inglés americano (ellos lo llaman blending, como si fuera un whisky) consistente en seleccionar las sílabas iniciales del sintagma picture element, convirtiendo en x la pronunciación africada del grupo –ctu- . Esta palabra es un sustantivo, aunque en inglés puede pasar directamente a funcionar como verbo (to pixel ) sin necesidad de cambio formal alguno; en castellano, no obstante, es necesario darle las desinencias verbales de la primera conjugación, y así obtenemos pixelar, que a su vez recuerda a los numerosos verbos de origen caló o gitano que en nuestra lengua acaban en –elar (currelar, camelar, niquelar, etc). Quizá así comprendamos mejor que pixelar una imagen es casi lo mismo que camelar una imagen.

Volviendo a Pixelandia, una de las muestras de hipocresía que más me han llamado la atención en los últimos días es la costumbre de ciertos medios de comunicación (en especial, Tele 5, cadena siempre muy preocupada por la ética y el código deontológico) de pixelar el cigarrillo que está fumando una persona que sale en pantalla. Cuando aún no nos habíamos acostumbrado a la manía de pixelar las caras de los menores, práctica comprensible porque cada vez hay más pederasta informático suelto que puede aprovechar esas imágenes para colocarlas en otras situaciones, ahora viene lo del tabaco.

¡Pobres fumadores! Desde hace algunos años son objeto creciente de acoso y derribo. Cabe recordar que hace 30 años fumaba todo el mundo en los espacios públicos: el profesor en clase, los alumnos de COU y universidad, los funcionarios y hasta el médico de familia que advertía severamente a sus pacientes que “nada de tabaco, nada de alcohol y nada de sexo”. Y los que nunca hemos fumado lo padecíamos con resignación. Pero resulta que ahora los fumadores no pueden fumar en ningún sitio mínimamente cubierto. En las estaciones de tren siempre hay un guardia de seguridad exclusivamente dedicado a llamar la atención a quienes fuman en el espacio ya cubierto por techos o bóvedas; parece que con los carteristas no muestra la misma eficacia. Y por si fuera poco, desde hace escasas semanas se pixelan las imágenes de los cigarrillos por “imperativo legal” (Kant et Bildu dixerunt). Y yo me pregunto, ¿sirve realmente de algo pixelar la imagen de un cigarrillo? Porque cualquier persona con dos dedos de frente (que aún las hay) puede deducir que lo que había en la imagen original era un cigarrillo. Creo más bien que, como otras muchas prohibiciones, su efecto puede resultar contraproducente. Imágenes que pasarían inadvertidas sin pixelar atraen la atención cuando se pixela algo, porque es un índice de “lo prohibido”: la gente dirá, anda, si estaba fumando, e incluso pensará ¿y qué estaba fumando? El foco de la imagen se desplaza automáticamente hacia lo prohibido, lo pixelado, lo ocultado. Un caso muy reciente ha sido el de una foto de Messi en la cubierta de un yate: el reportero, en un exceso de celo, pixeló un pequeño objeto cilíndrico que salía de la boca del jugador pensando que era un pitillo; a partir de ahí se difundió rápidamente el bulo de que Messi fumaba. Tras examinar la foto original sin pixelar, se comprobó que se trataba de una golosina (Rajoy diría chuches) verde fosforito alargada y achatada. No es de extrañar que numerosos internautas hayan señalado el carácter hipócrita de estas ¿pixelaciones? (pixellatio imaginum). Porque, vamos a ver, resulta que en los telediarios y en internet podemos ver hasta la saciedad, en abierto y sin pixelar, las imágenes del satánico sátrapa Gadafi hecho un cristo tras ser linchado por los milicianos; podemos ver las imágenes del joven Simoncelli moribundo sobre el asfalto; podemos ver cuerpos desmembrados después de un atentado suicida; y si tiramos de videoteca, podemos volver a ver una y otra vez las imágenes del valiente Paquirri desangrándose hasta la muerte. Pero ver a una persona fumando, eso sí que no. Como diría Peñafiel, eso no puede ser, María Teresa.

Al igual que muchos internautas, pues todos tenemos mucho tiempo libre y una gran vida interior, también me he preguntado si esta pixelación de cigarrillos tendrá efectos retroactivos. Si se trata de imágenes de hace un año, ¿también habrá que pixelar el pitillo? ¿Y qué pasa con las series y películas? ¿Quizá por ser “obras de ficción” están exentas de la norma pixeladora? Sinceramente, no me imagino la colosal tarea de pixelar todos los cigarrillos que salen en las películas de cine negro (por cierto, si pixelan los cigarrillos de esas películas, ¿pixelarán también las armas y los asesinatos?). O quizá se limiten a poner un aviso del tipo “No hemos pixelado los cigarrillos por respeto a la integridad de estas obras de arte, pero que sepan todos que en aquella época remota los seres humanos desconocían los efectos nocivos del tabaco”. Es lo mismo que ha sucedido con la reciente censura de un cartel publicitario de una película en la que Julia Roberts y Tom Hanks van en una scooter sin el casco puesto, porque refleja una época en la que no era habitual ni obligatorio llevar casco. ¿Qué es más importante? ¿La verosimilitud histórica y aristotélica o el cumplimiento de una normativa actual? ¿Qué harán nuevamente con las películas antiguas? ¿Fotoshopearán cascos inexistentes en el original, como in illo tempore los censores cubrían los escotes generosos de opacas telas virtuales? ¿Por qué los legisladores judiciales y religiosos siempre ha tenido tan nulo sentido del humor y de la realidad histórica?

Tampoco sé a ciencia cierta si esta cruzada pixelatoria contra el cigarrillo es una manía específicamente española (total, como no hay asuntos más graves que resolver) o si de nuevo vamos a remolque de la legislación norteamericana (allí un vecino puede denunciar a otro si está fumando dentro de su propia casa). También podemos decir que esta hipocresía o doble moral tampoco es exclusivamente occidental: en Japón es habitual exhibir falos enormes de madera o cera en ceremonias públicas, pero en cambio se pixela sistemáticamente el miembro masculino (the real thing, como dirían los americanos) en las películas más atrevidas.

Quizá la pixelación del tabaco no sea más que el primer paso de una escalada pixelatoria (hay que ver cómo cunde en castellano esta palabra). ¿Qué será lo siguiente? Posiblemente los toros, otra de las tradiciones que más ha sufrido el acoso y derribo de lo políticamente correcto en los últimos meses. Cuando salgan imágenes de una corrida de toros, pixelarán al toro… ¿o quizá al torero? ¿o quizá al apoderado que está fumando en el burladero? ¿Llegaremos al extremo de que en una imagen se pixele todo ? Cosas veredes, amigo Sancho.

lunes, 8 de agosto de 2011

De proselitistas y apocalípticos

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011)

Juan Gómez Capuz


DE PROSELITISTAS Y APOCALÍPTICOS

En la sociedad urbana moderna, cada vez más caótica, insegura y falta de valores, están proliferando numerosos grupos proselitistas. La verdad es que nunca desaparecieron del todo, desde los Hare Krishna, Mormones y Testigos de Jehová de los 70, pero ahora constituyen toda una pléyade de movimientos diversos y además –ahí es donde quiero ir a parar– sus tácticas de proselitismo son cada vez más ubicuas y agresivas. Quizá sea un síntoma de que nos acercamos a tiempos apocalípticos (por cierto, qué mala leche poner el día del fin del mundo del calendario maya el 21 de diciembre de 2012, justo la víspera de la Lotería de Navidad y de la paga extra cada vez más menguada). Una mala leche típica de todos estos movimientos proselitistas y cuasi-apocalípticos que ahora iremos detallando.

No soy un experto en el tema y se me escapa la multiplicidad de movimientos proselitistas que existen hoy en día. Desde mi humilde condición de sufrido urbanita neurótico y pobrecito hablador, trazaría una primera gran división entre los movimientos laicos, habitualmente denominados ONG, y los movimientos de inspiración religiosa, de signo protestante y católico. Sin duda, se trata de una distinción muy laxa e imprecisa, pues sería plausible la existencia de una ONG laica de cierta inspiración religiosa, como la Fundación Vicente Ferrer, uno de los pocos movimientos que me caen bien y que, por tanto, no trataré en este artículo. Pero como primera aproximación al tema, la dicotomía laico/religioso (enfatizada por estos propios movimientos más que por los sufridos ciudadanos, lo cual prueba la ortodoxia ideológica que los anima) podría funcionar.

Los movimientos de carácter laico son los que más han crecido en los últimos veinte años, coincidiendo con el laicismo progresivo de nuestra sociedad y debido, sobre todo, al descaradísimo apoyo que les han prestado determinados partidos políticos y famosetes varios. Incluso se ha llegado a acuñar en nuestra lengua el neologismo organización no gubernamental y su incómoda sigla ONG para denominarlos (aunque en algunos casos tal denominación roza la ironía y el oxímoron). Las ONG son especialmente activas en los centros urbanos y tienen como víctimas, perdón objetivos, perdón targets, a la gente joven (entre 20 y 45 años) de cierto nivel cultural (es decir, una especie en vías de extinción). Son muy educados (a diferencia de los Indignados, a quienes algunos ingenuos consideran también una ONG) y se identifican con petos de colores que habitualmente representan a su ONG, con lo cual me recuerdan a los auxiliares de los partidos de Champions que llevan en la espalda la palabra Steward (al principio pensaba que todos se apellidaban así). Sin duda, estos proselitistas laicos han seguido un cursillo intensivo para saber cómo abordar a los ciudadanos y, sobre todo, dónde abordarlos. Porque tienen una especial habilidad para ubicarse en aceras de calles muy transitadas, en la entrada a ciertos organismos públicos donde los sufridos ciudadanos ya tenemos bastante con bregar con la burocracia autonómica (como el PROP y la Ciutat de la [in]Justícia) y, sobre todo, en la entrada a ciertos centros comerciales donde parece que estas ONG disponen de carta blanca (en otros grandes almacenes, en cambio, nunca se dejan ver). Sus principales armas son la sorpresa y el miedo (parodiando a McLuhan, "el miedo es el mensaje"). Han recibido también una completa formación “militar”, pues entre tres o cuatro con capaces de copar todos los accesos a los lugares que he mencionado, por lo cual el sufrido ciudadano apenas tiene escapatoria. Incluso dejan a uno de sus efectivos en la entrada secundaria de estos lugares, cuando perciben que hay una fuga de ciudadanos hacia esa “escondida senda”. También han recibido una completa formación retórica, aunque no tan intensa como la de sus primos los proselitistas religiosos: cuando te “cazan” y te sueltan el sermón, sus palabras favoritas son injusticia y sostenibilidad. Hay que luchar –dicen– por evitar las injusticias que se cometen en este mundo globalizado y hay que garantizar la sostenibilidad del planeta. Pero en el fondo la palabra clave es Apocalipsis: si no colaboramos con ellos (cada ONG se arroga la propiedad de la solución perfecta a los males del mundo moderno, faltaría más), nuestro mundo, tanto en el aspecto socioeconómico como medioambiental, llegará al final de sus días. Además, parece que esta palabra Apocalipsis les produce un paradójico placer, como si por el hecho de estar en la “ONG elegida” la cosa no fuera con ellos (a lo mejor les han dicho en su ONG que vendrán los extraterrestres a rescatarlos). De hecho, ahora veremos que, en el fondo, las diferencias que los separan de los proselitistas religiosos no son tan grandes como a primera vista pudiera parecer.

Los movimientos de carácter religioso se han identificado tradicionalmente con ciertas escisiones e iglesias (algunos malpensados las llaman sectas) protestantes como los Mormones y los Testigos de Jehová, a los que se sumaron en los años 70 pintorescos grupos de religiosidad oriental como los Hare Krishna. Pero en la actualidad, lo que más llama la atención es la creciente presencia de grupos católicos preconciliares, muy arropados por la propia jerarquía de la Iglesia Católica desde el monumental golpe de timón ultraconservador protagonizado por Juan Pablo II (santo súbito) tras la breve primavera que representó Juan Pablo I (morto súbito). Otro aspecto curioso es la autodenominación: a pesar de ser más católicos que el Papa y la Inquisición española, ellos prefieren la denominación de cristianos a la de católicos, al igual que los grupos fundamentalistas protestantes también prefieren la denominación de cristianos (sobre todo los born-again Christians, es decir, conversos especialmente peligrosos como G.W.Bush) a la de protestantes. Es una pena que una palabra que siempre había tenido connotaciones tan positivas se esté cargando ahora de intransigencia por ambos lados. Son muy educados y se identifican con pequeñas placas o pins que muestran su adscripción a una de estas organizaciones, como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo o el Camino Neocatecumenal (vulgarmente conocidos como Kikos, en alusión a su ínclito fundador, rasgo común a todas las órdenes religiosas). Estos proselitistas religiosos no son tan meticulosos como los laicos a la hora de buscar lugares donde abordar a los sufridos ciudadanos: suelen optar directamente por presentarse en tu casa (recurso típico de los protestantes) o por servirse de lugares y ámbitos comunes como el lugar de trabajo o el ámbito familiar (caso de los católicos), pues no les importa desarrollar su labor proselitista en estos ámbitos en los que la cortesía exigiría una cierta privacidad. Han recibido una completísima formación retórica; no sé quién les habrá dado clase, pero os puedo asegurar que es un crack, una mezcla entre Demóstenes, Cicerón y Joseph Goebbels (el hecho de que los tres autores citados sean paganos es intencionado). Muchas veces los ves en algún lugar cerrado y comunal (oficina, etc.), haciendo como que hojean un libro, pero –como diría Félix Rodríguez de la Fuente– están preparados para su letal ataque proselitista. No cabe duda de que sus principales armas son la sorpresa y el miedo (como lo siempre lo han sido en “nuestra” religión católica). Dejan caer un tema de conversación banal y cuando piensas que por una vez se han olvidado de su labor proselitista, lanzan su letal ataque y caes en la trampa. Cuando te “cazan” y te sueltan el sermón (nunca mejor dicho), lo primero que te dicen es que “Jesús es amor”. Pero poco a poco se sueltan el pelo y acabas comprobando que su palabra favorita es castigo. Y además te lo argumentan sin ambages: “Es que si no hubiera castigo, todo el mundo haría lo que quisiera y diría mientras no me pillen, yo hago lo que me da la gana”. Por supuesto, todo eso en tercera persona, porque dan por hecho que ellos nunca recibirán el castigo. Es curioso también que al hablar de castigo ya no aluden a Jesús sino a Dios, porque parece que el Padre infunde más miedo que el Hijo. Ellos dicen que quieren volver al cristianismo primitivo (¿al de verdad o al que se inventó San Pablo?), al Nuevo Testamento, pero su mensaje de “Dios es castigo” hace pensar mucho más en el Dios irascible y vengativo del Antiguo Testamento, que arrasaba ciudades sin pararse a pensar si quizá hubiera algún “justo” allí, igual que los inquisidores dominicos arrasaron las ciudades cátaras diciendo que los mataban a todos y que luego Dios sabría distinguir entre los cátaros y los católicos. En este caso, queda mucho más claro todavía que en el fondo la palabra clave de su discurso es Apocalipsis: si no nos convertimos (cada grupo religioso se arroga la propiedad de la verdad absoluta, faltaría más), nuestro mundo llegará al final de sus días y, sobre todo al severo Juicio Final (¿en la Ciutat de la Justícia también?). Además, parece que esta palabra Apocalipsis les produce un paradójico placer, como si por el hecho de estar en la “religión verdadera” la cosa no fuera con ellos, sino con los pobres paganos que no tienen más elección que la conversión o el fuego eterno (para ellos son paganos todos aquellos que no comparten su fe con la misma fuerza, aunque también tengan creencias religiosas). Cuando los oyes hablar y ves que entran en un arrebato de misticismo, llegas a pensar que en décimas de segundo se van a convertir en un nuevo Savonarola y van a exclamar “Arderéis todos en las llamas del Infierno” (recuérdese, a modo de moraleja histórica, que el primero que ardió fue Savonarola).

En fin, estos son los proselitistas con los que debemos enfrentarnos cada día. La mayoría, afortunadamente, son –parodiando a Umberto Eco– apocalípticos integrados que tan sólo pretenden “mejorar” la sociedad. Pero en ocasiones, la distancia entre el proselitista y el verdadero apocalíptico es escasa, como lo demuestran los suicidios colectivos (muchos de ellos “no voluntarios” sino ordenados por el líder supremo) de los judíos de Masada, de los cátaros, de la iglesia del reverendo Jones en la Guyana, de las sectas neotemplarias de países francófonos (y pensar que estas gentes fueron los inventores del Racionalismo), de los davidianos de Koresh y de los atentados suicidas de otras religiones monoteístas (¿por qué –como diría Mouriño– las religiones monoteístas, las que poseen un código deontológico más elaborado y una explicación metafísica más certera, son capaces de lo mejor y también de lo peor?) hasta llegar a la reciente masacre de Noruega por parte de un iluminado neonazi (porque ése sería el lado oscuro de las en principio inofensivas ONG). Y quizá todo eso sea la demostración de que el Apocalipsis no está tan lejano.