sábado, 28 de abril de 2012

Summerhill, Primal Scream y la LOGSE en el tren (El tren de cercanías, Episodio 2)

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011-2012)



Juan Gómez Capuz



SUMMERHILL, PRIMAL SCREAM Y LA LOGSE EN EL TREN
(EL TREN DE CERCANÍAS, EPISODIO 2)

Decía Elvira Lindo en un artículo de opinión aparecido recientemente en las PAU de la Comunidad Valenciana que a las personas de su generación, a las que hoy rondan los 50 años, se les educó como si la vida fuera un valle de lágrimas, como si todo costara mucho más esfuerzo que lo que realmente cuesta. En cambio, esa misma generación educó a sus hijos, a los que hoy tienen entre 10 y 30 años, como si la vida fuera un parque de atracciones, donde todo era lúdico y de color de rosa, donde cada niño era mimado y sobreprotegido por sus padres, los cuales le hacían creer además que él era mejor que todos sus compañeros, a la par que fomentaban su aislamiento y enclaustramiento dotándolo de todos los gadgets tecnológicos que iban surgiendo. Frente a esos dos modelos antitéticos, Elvira Lindo proponía una educación que situara al niño o adolescente en su verdadero marco social y le permitiera interactuar con gente de su edad.

El tren de cercanías de la línea Valencia-Xátiva, que ya nos permitió hacer un retrato coral de la desorientada sociedad actual en un artículo anterior (titulado “El tren de cercanías” y al que podemos denominar a posteriori “Episodio 1”), nos vuelve a ofrecer un ejemplo muy claro de este modo actual de educar. Se trata de un padre de unos treinta años, con una indumentaria cuando menos curiosa: lleva el pelo largo recogido en una coleta, algunas trenzas rastas, los brazos repletos de tatuajes, lleva camisetas de manga corta (incluso en invierno) con eslóganes reivindicativos o propaganda de grupos punk-rock antisistema. Este padre siempre va acompañado de un niño rubio de dos años y medio, al que habla sistemáticamente (en eso no es “antisistema”) en la lengua vernácula y al que le deja hacer todo lo que él niño quiera, como veremos seguidamente. También resulta llamativo el hecho de que todos los días hace un trayecto de al menos 40 kilómetros para llevar a su hijo al colegio: coincido con ellos en el tren de las 7.53 y el otro día, que salí un poco antes para poder llegar a la presentación de mi novela El año de la esquizofrenia, volví a coincidir con ellos en el tren que llega a valencia a las 18 horas. Aquello ya fue sobredosis, aunque la presentación de mi libro no se vio afectada y salió muy bien, quizá porque la esquizofrenia ya la llevaba de casa.

¿Por qué este padre y este hijo hacen casi 100 kilómetros al día? Habida cuenta de sus apariencias, podemos sospechar que el padre lleva a su hijo a una escuela que cumpla con su peculiar modelo de la educación, aunque ello le obligue a hacer tan largos desplazamientos y madrugar tanto. El hecho de que vaya siempre el padre con el hijo también nos permitiría inferir que la madre, cansada de un experimento educativo tan radical, se haya separado y los haya dejado abandonados a su suerte.

Porque, como hemos apuntado, el padre consiente, e incluso alienta, todas las travesuras y salidas de tono de tan tierno infante, con cara de angelito pero que lleva camino de convertirse en todo un diablillo. No pone objeción a que el pequeño corretee a lo largo del vagón ni a que moleste a otros viajeros. Parece que las prohibiciones y los avisos no entran en su paradigma educativo. A mí en seguida me recordó al modelo educativo disparatado de Summerhill, ideado por A.S.Neill. Un modelo donde las aulas son opcionales y los alumnos pueden escoger las que desean frecuentar y las que no desean, como si la educación fuera el menú de un restaurante. Basado en las ideas pseudoanárquicas y falsamente progresistas de Rousseau, Wilhelm Reich, Piaget y Vigotsky, Summerhill también defiende la ausencia de exámenes y calificaciones, la abolición de reprimendas y sermones, la importancia dada al juego y a las actividades creativas, mientras que los libros pasan a un segundo lugar en la educación, y finalmente, como traca final, la idea piagetiana de que el egoísmo infantil es una etapa más del desarrollo del niño, puesto el niño (y por extensión el alumno) siempre tiene razón. Como ven, todo ello parece estar en la base del modelo pedagógico que aplica este padre y del colegio lejano al que lleva a su hijo, posiblemente un Summerhill de La Ribera (igual hasta se llama Coll d´Estiu).

Me imagino que algún profesor que lea este artículo habrá atado cabos y habrá recordado que muchos de los principios de Summerhill estaban también en los aspectos más radicales de la LOGSE, desde la veneración a Piaget y Vigotsky (cómo los sufrimos quienes tuvimos que aprendernos los 14 temas de legislación logsaica) hasta el anatema de los libros y la educación de contenidos, dinamitada a favor de los subjetivos criterios de procedimientos y actitudes, que al final no acababan sirviendo para casi nada.

Pero es que resulta que el otro día que volví un poco antes por la tarde, asistí a una variante más radical todavía del experimento educativo que lleva a cabo este padre. Porque   se dedicaba a animar a su hijo a que gritara todo lo que quisiera (y todo lo alto que quisiera) mientras jugaba con unos animalitos de juguete, sin importar en absoluto la incomodidad que podía producir en los restantes viajeros del vagón. Aquí pienso que este padre había superado los cauces del modelo Summerhill y de la LOGSE y se había precipitado en la teoría del Grito Primario del doctor Arthur Janov. En opinión de tan singular doctor, lanzar gritos espeluznantes, llamados primarios o primales por estar referidos a experiencias reprimidas en las etapas iniciales de la vida, conduce a la solución de la neurosis (a esos gritos yo los llamaría más bien primates, pues parecen propios de monos aulladores). Como podemos sospechar esta teoría está basada en los principios psicoanalíticos de Freud y Reich. Cobró gran popularidad a finales de los años 60, cuando se la relacionó con los aullidos de Janis Joplin y, de manera explícita, con los alaridos pseudoorgásmicos de Yoko Ono mientras Lennon andaba medio dormido (y eso que había dicho que "el sueño había terminado") y amuermado por sustancias varias. Hoy en día se le relaciona más con el grupo indie Primal Scream, que ha tomado el nombre de la denominación inglesa del fenómeno.

Así que la próxima vez que coja el tren de cercanías, intentaré sentarme lejos del padre alternativo y su hijo cada vez más asilvestrado, aunque por muy lejos que esté, seguro que oiré su grito primario.

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