jueves, 5 de julio de 2012

Las minas del Rey Salomón (Reflexiones sobre el papel de España en el mundo)

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011-2012)


Juan Gómez Capuz


LAS MINAS DEL REY SALOMÓN (REFLEXIONES SOBRE EL PAPEL DE ESPAÑA EN EL MUNDO)

Vivimos tiempos de confusión. Tiempos pre-apocalípticos. Y en España, país donde la tragedia siempre se degrada en esperpento, esto se nota todavía aún más. Además de la crisis, el escándalo de Bankia, la prima de riesgo, nos encontramos con la noticia de que el Códice Calixtino de la catedral de Santiago fue robado por un electricista y sus parientes: parece un remake de una película de Berlanga o de alguna de los 70 titulada “El electricista, su mujer y el Códice vuelve a aparecer”.

Pero en toda la Europa meridional suceden cosas parecidas. Pensemos en Grecia, ese país que siempre ha estado en ruinas, como decía Gila. Durante varios meses he albergado la vaga ilusión de que Evangelos Venizelos, ministro de Economía cuando el primer rescate y ahora líder del PASOK, era en realidad Terry Gilliam, y que todo lo que estaba sucediendo en Grecia era el guión de un falso documental surrealista de Gilliam, continuando la tradición de los Monty Phyton y al estilo de los que ahora hace Sacha Baron Cohen o aquél en el que Joaquín Phoenix salía más sonao que un boxeador. Pero no. Desgraciadamente, no era una película de Terry Gilliam sino la cruda realidad.

Volviendo a España a y sus dirigentes, también sería ingrediente de esperpento y película berlanguiana la primera gira de Rajoy por el mundo. Tal como estaba el panorama por España, con la prima de riesgo por las nubes y con los mineros en pie de guerra, el buen hombre decidió poner tierra de por medio, igual que hicieron casi todos sus predecesores. Empalmó la Cumbre Hispanoamericana en Los Cabos con la Cumbre Río+20 de Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro. El problema es que allí ya se hallaba fuera del radio de acción de nuestro idioma español y a merced de gentes extrañas que hablaban otras lenguas. Por ello, cuando un negrito con pinta de no estar muy por la labor (y al que podríamos haberle dicho, como Emilio Aragón, “menos samba e mais trabalhar”), lo presentó en inglés como “primer ministro de las Islas Salomón”, Rajoy no lo entendió y respondió “muchas gracias” en castellano drecho. Incluso da la impresión, cuando conoció el desliz del negrito, que le había hecho gracia ese exótico Anschluss austral (que no austríaco).

Ahora bien, yo pienso que no se trató de una confusión casual ni mucho menos aislada, sino que es el síntoma de algo que está sufriendo España y que debemos reconocer: en el Hemisferio Sur no nos quieren. Y lo de las Islas Salomón no es el primer caso ni el más grave. Están todavía recientes los agravios de las nacionalizaciones de Repsol YPF en Argentina y de Red Eléctrica en Bolivia. Y también podríamos recordar que en el año 2000, cuando la final de Copa Davis de tenis entre Australia y España, un señor con pinta de trompetista borracho interpretó el Himno de Riego en lugar de el Himno Nacional, con el objeto de minarnos la moral y que perdiéramos. Y perdimos. Pero lo más triste fue la cara de pena y confusión de Carlos Moyá y los demás durante aquel bochornoso espectáculo. No nos quieren en el Hemisferio Sur.

Y todavía queda aceptar la parte más dura: en el Hemisferio Norte nunca nos han querido. Qué decir de la temprana Leyenda negra, que siempre nos ha acompañado (hasta los Monty Phyton y The Spanish Inquisition), a pesar de que quemamos muchísimas menos brujas que ellos (y nunca tuvimos ningún "Juanito Gorrión, pirata español", quizá porque los españoles sólo sabemos ser piratas en nuestro propio país). Qué decir del proverbio holandés que anima a los niños a dormirse pronto porque de lo contrario vendrá el duque de Alba para llevárselos (si hubiera dicho “la duquesa de Alba”, se entendería mejor).

Pero habría que hacer algo de autocrítica y pensar cómo son los países que durante algún tiempo formaron parte de ese glorioso Imperio Español donde nunca se ponía el sol (quizá porque nunca salía, hablando en sentido figurado). Parece que durante el periodo de pertenencia a nuestro Imperio se fueron contaminando de la desidia, corrupción, marrullería y desmedido orgullo de nuestra forma de ser, del Volkgeist español que diría la Merkel. Incluso aquellos países que se libraron pronto de nuestro yugo y que hoy en día pasan por ser naciones modernas y avanzadas, aún tienen en su interior ese virus que les inoculamos. Por ejemplo, Holanda, país donde la gente va en bicicleta, las prostitutas se exhiben en escaparates y la marihuana se consume tranquilamente en coffee-shops. Y qué decir de la vecina Bélgica, un Estado más fallido que la propia España, incapaz de formar Gobierno en más de un año (aunque ahora tienen un presenidente de gobierno que se parece a Salvatore Adamo), con dos comunidades lingüísticas y nacionales (valores y flamencos) que hablan entre sí en inglés para no tener que dar su lengua a torcer, un país donde pegas una patada a un seto de bocage y salen cien pederastas, un país donde el plato nacional son los mejillones con patatas fritas. Nápoles y Sicilia, tierra del chanchullo, la mafia y el dolce far niente, tan atrasada respecto del resto de Italia que a su lado Andalucía casi parece Alemania. Tampoco olvidemos que Portugal, país de las toallas, el bacalao (bacalao con nata es su plato nacional) y la ausencia de depilación estuvo casi un siglo unido a la Corona Española, de lo cual se explica el desmedido orgullo (véase Cristiano Ronaldo) de un país tan chiquitito. También tenemos Guinea Ecuatorial, pequeño terrón de azúcar del gran pastel africano gobernado por dictadores a escala sobrehumana. Y toda Hispanoamérica, continente que ha tenido la especial habilidad de adoptar lo peor de las culturas precolombinas y lo peor de la cultura española, destacando la vagancia, los chanchullos y el machismo. Y nos queda Filipinas, un país donde tienen cara de chino, nombre español y hablan en inglés, a pesar de lo cual predomina el componente español y por ello son uno de los países más vagos y pobres del Sudeste asiático.

Ese es el verdadero papel de España en el mundo, y nuestros políticos, siempre tan reacios a aprender idiomas y a conocer la diversidad de las demás naciones, lo siguen demostrando en público.





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