lunes, 16 de enero de 2012

Historia de un funcionario que antes fue becario

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011-2012)


Juan Gómez Capuz


HISTORIA DE UN FUNCIONARIO QUE ANTES FUE BECARIO

A raíz de las numerosas operaciones de acoso y derribo que estamos sufriendo los funcionarios de rentas medias por parte de todo tipo de administraciones, sean locales, autonómicas o nacionales, se han publicado en estos últimos días diversos artículos en los que se pone de manifiesto la divergencia entre los que crearon el caos y la deuda y los que la estamos pagando. Por supuesto, los autores de tales artículos son funcionarios que han visto reducidos en un 25% su poder adquisitivo en los últimos años, pero no así su dedicación en ámbitos tan vitales como la sanidad, la educación y la justicia. Y han tenido que escribirlos los propios funcionarios porque, por lo visto, el resto de la opinión pública española, siempre cainita, parece haberse alegrado con tales medidas, aunque en el fondo atenten contra la calidad de los servicios básicos antes mencionados.

Destacan estos funcionarios que obtener su plaza no fue algo gratuito. Quizá pueda haber alguna leve excepción en la administración local y, sobre todo, en el mundo universitario, todavía dominado por una asfixiante endogamia, pero en el resto de oposiciones las plazas se ganan en buena lid y con mucho esfuerzo. Los que lo conseguimos en los años 90 renunciamos además al dinero fácil del pelotazo de la construcción, de las comisiones ilegales y otros chanchullos, y nos conformamos con un sueldo modesto, ya congelado a finales de los 90 por obra y gracia de Aznar para hacer los deberes y entrar en el euro. Por el contrario fueron años de enclaustramiento, ocho o nueve horas diarias de estudio, sin fines de semana libres, con escasa vida social y nula vida sexual. Pero lo peor venía después. Cuando conseguías una plaza, el problema era dónde. En nuestro actual reino de taifas, presentarte en una comunidad autónoma diferente era hipotecar tu futuro, irte casi al extranjero (me sentí más descolocado en aquella España profunda y rural que cuando estuve de Erasmus en Alemania). Maestros que deambulaban por destinos que ni siquiera aparecían en el mapa, profesores de secundaria que aterrizaban en pedanías remotas en las que los listillos del ayuntamiento habían decidido “construir” un instituto. Para los que somos tan urbanitas neuróticos como Woody Allen, esos pueblos de interior eran como un destierro, como la Tomi del Mar Negro para el sofisticado Ovidio. Zagales por civilizar que te seguían para saber dónde vivías, y al día siguiente cuando llamaban al timbre y abrías, recibías varias pedradas. Supongo que era su forma de dar la bienvenida, porque si te quejabas al Jefe de Estudios, él te respondía como en el chiste de Gila: “al que no le gusten nuestras bromas, que se vaya del pueblo”. El problema es que no te podías ir, que te tenías que chupar al menos dos años en aquella tierra de vándalos. Paisanos que te afeaban la conducta por estar soltero. Zagalas casaderas que se escandalizaban cuando veían que eras más aficionado a la música clásica que a la caza mayor y a bricomanía. Y lo peor de todo, la década prodigiosa del pelotazo inmobiliario, 1998-2008, hasta que aquello petó por todos los lados, como no podía ser de otra forma. El chaval descerebrado que te chuleaba diciendo “en cuanto cumpla los 16, me dejaré toda esta mierda del instituto y me pondré a trabajar en la obra, y ganaré el doble que tú”. Y era verdad. Y para que no quedara duda, se pasaba por delante del instituto con su Audi de alta gama. El sueldo le daba para mucho: para el coche de lujo, para un pisazo, y hasta para varios “nevaditos” los fines de semana (a ti se te quedaba en nada después de pagar el aquiler). Eran analfabetos funcionales y no sabían hacer la O con un canuto, pero las chicas se los rifaban. Más o menos como en Gran Hermano, pero a escala industrial. Incluso los inmigrantes que acababan de llegar, sin conocer el idioma y sin papeles, haciendo horas en el andamio ganaban mucho más que tú. Y de nuevo las chicas se los rifaban. Qué gran visión de futuro la de las mujeres españolas en aquella década prodigiosa: ¿dónde se iba a comparar un funcionario pálido como un vampiro tras meses o años de enclaustramiento, engordado por el esfuerzo intelectual y la falta de ejercicio, con un maromo de color, alto y fibrado, con unos abdominales tipo Ibaka, y que además ganaba casi el doble? ¿importaban las diferencias culturales y de mentalidad? ¿importaban los valores? No importaban nada, sobre todo en las grandes ciudades, donde todo vale. Porque cuando el funcionario urbanita volvía a su ciudad, se encontraba también descolocado, ya que “trabajaba fuera”. Ese era el gran precio de su apuesta: no sólo el sacrificio para ganar una plaza en una oposición, sino el desarraigo posterior. En cambio, todos los demás salían ganando.

Y cuando las cosas vengan mal dadas, la culpa será de los funcionarios, como antes era de los judíos o de Yoko Ono.

A pesar de todo, sentías que habías conseguido algún objetivo, y sentías ilusión y vocación por tu trabajo. En años anteriores, las condiciones laborales habían sido aún peores. Parece que en los últimos meses la Administración está dispuesta a reconocer parte de la antigüedad de los que nos curtimos durante varios años como becarios, con un sueldo inferior a mileurista, sin derecho a paro y sin Seguridad Social, desempeñando además funciones muy inferiores a nuestro cargo (lo que aparece en las series de televisión NO es ficción) como hacer de chófer para catedráticos, limpiar los despachos y traer los cafelitos. Durante ese mismo período de becario de investigación también hice la mili, con lo cual limpié despachos y traje cafelitos por partida doble. Por cierto, que la decisión de la Administración no es gratuita ni altruista: nos reconocerán parte de la antigüedad sólo si nosotros les pagamos ahora las cuotas que hace casi veinte años otros deberían haber pagado por nosotros, lo cual evidencia un claro problema de liquidez de la Seguridad Social (como vemos, la SS nunca da puntada sin hilo). Por cierto, el otro día me pasé por allí para ir moviendo papeles, pero me dijeron "vuelva usted mañana". Ellos sí que son funcionarios de verdad.

Y ahora que las administraciones públicas nos siguen bajando el sueldo y aniquilando sexenios (Vela nos deja a dos velas) para recuperar el dinero que ellos se gastaron irresponsablemente, cada vez tengo la sensación de que nos quitan dinero por pura envidia. Porque después de que petara toda esta gran farsa del pelotazo inmobiliario, los funcionarios hemos perdido buena parte del poder adquisitivo, pero aún conservamos nuestro empleo, parte del sueldo y nuestra ilusión por trabajar en los sectores básicos (educación, sanidad, justicia) de una sociedad cada vez más apática y desnortada. En cambio, me pregunto qué habrá sido de todos aquellos aprovechados del pelotazo. Desgraciadamente, como siempre sucede en este país, los principales responsables han salido casi indemnes: las fundaciones que se "fundían" todo el dinero, los aeropuertos en cada capital de provincia (preferentemente en yermos recalificados), los parques temáticos en secarrales también recalificados, las obras faraónicas con estatuas del proócer de turno, las estrellas de rock en verbenas de pueblo por capricho de un político que quería emular a los sátrapas del Norte de África. Pero, ¿qué habrá sido del zagal descerebrado que se dejó los estudios sin terminar la ESO, se embarcó en cochazo, pisazo y adicciones varias, y que tendrá ahora un mono más grande que King Kong? ¿qué habrá sido de la extraña pareja de mujer española y maromo senegalés, ahora ambos en el paro, con el piso embargado y con varios hijos, y con las diferencias culturales a flor de piel ahora que el dinero y la pasión ya no las pueden tapar? Como dijo el poeta, ¿qué se hicieron? ¿a dó fueron? ¿fueron sino devaneos? ¿qué fueron sino verduras de las eras? ¿ande andarán? ¿qué fue de ellos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario