jueves, 8 de diciembre de 2011

Lecciones de cultura alemana para españoles que quieren emigrar

LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VI: 2011)


Juan Gómez Capuz


LECCIONES DE CULTURA ALEMANA PARA ESPAÑOLES QUE QUIEREN EMIGRAR

Hace unos meses la ínclita Angela Merkel hizo un llamamiento a los jóvenes licenciados españoles en paro para que fueran a trabajar a Alemania. La propuesta parece haber sido un éxito, si nos atenemos a la espectacular subida de la demanda de cursos de Alemán en las Escuelas de Idiomas y al hecho de que los estudiantes sean jóvenes licenciados en paro, en especial, ingenieros, arquitectos e informáticos.

Por eso creo que los que conocemos la cultura alemana de anteriores estancias como Erasmus o con becas predoctorales debemos hacer la labor social de explicar a los jóvenes españoles cómo son las costumbres de aquel país.

En primer lugar, está la cuestión del idioma. Quienes se hayan apuntado a los cursos de lengua alemana lo estarán sufriendo en carne propia. Hay que decirlo desde el principio: el alemán es una lengua muy difícil. Y a ello hay que añadir la proverbial torpeza de los españoles para aprender lenguas extranjeras (sobran los ejemplos). El alemán reúne en sí mismo todas las dificultades que podemos encontrar en otras lenguas europeas. Para empezar, y conviene saberlo desde el principio, tiene casos, como el latín (y muchas lenguas eslavas modernas): o sea que hay que declinarlo correctamente, como si fuera la famosa escena de la vida de Brian (los alemanes también se enfadan cuando oyen a un extranjero declinar mal su milenario idioma). Además de casos (cuatro), el alemán tiene tres géneros, masculino, femenino y neutro (como el latín, nuevamente), y la atribución de los sustantivos a estos géneros es totalmente arbitraria, o sea, que no hay más narices que aprenderlos de memoria (si los guiris se equivocan que es una gloria con nuestros dos géneros, imagínate con tres). Además, tienen tropecientas formas de hacer el plural, pues el plural en –s es una carambola de las lenguas románicas occidentales (deriva de los acusativos plurales) copiada luego por el inglés, pero el 95% de las lenguas del mundo desconoce el plural en –s . También asusta ver muchas palabras escritas con mayúscula inicial, pero aparte de cierta concesión a la Weltanschauung colosalista y megalómana del Volkgeist alemán (véase Wagner y el castillo de Neuschwanstein), la razón es bien sencilla: todos los sustantivos, sean comunes o propios, se escriben con mayúscula inicial. Pero lo peor de todo es el vocabulario: a su lado, el inglés es una lengua germánica de mentirijillas, repleta de palabras románicas y grecolatinas; todo ese vocabulario común que nos salva el culo cuando intentamos hablar inglés no existe en alemán, pues allí casi todas las palabras son de etimología germánica. Eso significa que el vocabulario te supera, te desborda, nunca sabes las suficientes palabras para iniciar una conversación o hacer una redacción medio decente (aún conservo libros leídos en alemán con los márgenes repletos de anotaciones de vocabulario, como las glosas que hacían los monjes medievales). Y lo peor de todo es que el vocabulario y el género de los sustantivos es lo primero que se olvida, si no lo practicas. El vocabulario básico coincide bastante con el inglés, pero sólo sirve de asidero al principio. Y también coincide con el inglés en otro de los puntos negros de la gramática: el alemán también tiene “phrasal verbs” compuestos por un verbo y una partícula cuyo significado global no equivale a la suma de sus componentes y que por tanto hay que aprender de memoria (además, la partícula no aparece hasta el final absoluto de la frase, con lo cual estás todo el rato en un ay). De todas formas, si alguien se siente totalmente perdido con el idioma, existe un plan B, aunque bastante mal visto por los alemanes: ellos te pueden hablar en inglés (suponiendo que algún español hable bien inglés).

Para ilustrar mejor algunos aspecto de la cultura alemana, pondremos en algunos casos el término alemán entre paréntesis (y con mayúscula inicial, pues casi siempre se trata de sustantivos), como suele ocurrir en los tediosos textos de filosofía sobre Kant, Hegel o Heidegger (vaya trío), donde cada tres palabras te encuentras con el inevitable paréntesis que encierra un larguísimo nombre en alemán.

Dejando el idioma, que ya con esa breve panorámica da bajón, podemos pasar al ámbito de las costumbres. En primer lugar, en Alemania se saluda dando la mano a los hombres… y a las mujeres. Nada de besitos en la mejilla, a no ser que se trate de una alemana (del sur) que ha pasado mucho tiempo de Erasmus en España y ya esté algo achispada. Lo de Merkel y Sarkozy es también la excepción que confirma la regla: en este punto la rígida y luterana Merkel ha claudicado, pero basta ver vídeos de hace dos o tres años en los que Angela huía despavorida de los arrumacos del Petit Nicolas. Incluso quien sea aficionado al cine alemán “alternativo” podrá comprobar cómo hombres y mujeres se saludan educadamente dándose la mano antes de pasar a mayores.

Otro aspecto de las costumbres es la vigencia de la distinción entre el tratamiento de usted (Sie) y (du). El uso de usted tiene muchísima mayor vigencia que en España, donde en los últimos treinta años hemos vivido un auténtico desmoronamiento de las más elementales normas de urbanidad y asistimos a un tuteo generalizado. En Alemania no sólo hay que hablar de usted a personas desconocidas o personas de mayor nivel jerárquico, sino que incluso compañeros de trabajo sin especial amistad se hablan entre ellos de usted . Así que cuidadín con el tuteo.

El mantenimiento de un verdadero civismo y de normas de urbanidad en Alemania se concreta en situaciones donde los españoles actuaríamos de manera anárquica e irresponsable. Allí hay menos normas que aquí, pero se cumplen todas, como si sus habitantes estuvieran imbuidos, desde la niñez, del imperativo categórico kantiano. Por ejemplo, es normal que ningún peatón cruce cuando su semáforo está en rojo, aunque no se vea ningún coche en varios kilómetros a la redonda, e incluso creo que un guardia de tráfico te podría multar por dicha infracción (resulta un poco contradictorio en una nación acostumbrada a invadir otros países, pero así es; me imagino que el ejército alemán siempre ha tenido un cuerpo de zapadores especializado en desconectar todos los semáforos de los pueblos fronterizos de Bélgica). Igualmente, en las autopistas alemanas, tan largas y monótonas como el tema Autobahn de Kraftwerk, no hay límite de velocidad, pero casi todo el mundo conduce con prudencia y hay menos accidentes que en España. También es muy estricto el reciclaje de las basuras y los demás vecinos te reñirán si no colocas la basura orgánica, los plásticos, los cristales y los cartones en sus contenedores adecuados. Por supuesto, no hay casi nunca basura ni cacas de perro esparcidas en la calle. Hay silencio a las horas en las que debe haber silencio. Todo el mundo paga su billete en el metro, autobús o tranvía. Los autobuses suelen ser muy largos y articulados con tres puertas que sirven tanto de salida como de entrada (en España eso sería un caos, pero allí funciona bien); en algunas paradas sueles ver a tres hombres fornidos y cerveceros que charlan animadamente, pero cuando llega el autobús se separan y cada uno entra por una puerta distinta… porque son los revisores y así nadie tiene escapatoria.

Las horas de comer y cenar son diferentes a los de España, como ocurre en casi todos los países civilizados de nuestro entorno (supongo que el tardío horario español será pronto prohibido por alguna directiva comunitaria). Se hace una comida ligera (Mittagessen) a las 12 del mediodía, muchas veces cerca del trabajo o en la Mensa de la universidad. En cambio, como se cena en casa temprano, hacia las 6 de la tarde, esa comida (Abendessen) es más copiosa. Obviamente, el horario de apertura de los comercios se ajusta a ese ritmo de vida y comida. Por tanto, los comercios abrirán de 9 a 12 y de 2 a 5.30. Es casi imposible encontrar un comercio abierto más allá de las 6 de la tarde y eso puede desquiciar a cualquier español. Los alemanes sólo se permiten esa locura una vez al mes, el llamado länger Dönnerstag, el último jueves de cada mes, día casi de carnaval en que los comercios abren hasta las 8.30 de la noche, hora que en Alemania es casi sinónimo de madrugada.

Hablar de las horas de comer y cenar nos lleva de cabeza (o más de boca) al tema de la comida. Los hábitos culinarios alemanes son muy diferentes de los españoles. Para empezar, cocinan con grasa animal y desconocen casi por completo el aceite de oliva. Si el españolito que llega allí tiene morriña del aceite de oliva, sólo lo podrá encontrar, a precios muy caros y de baja calidad italiana, en los ultramarinos turcos. El problema añadido es que si entender a un alemán es muy difícil,  entender a un turco hablando alemán es casi imposible. Y además con ellos no funciona el plan B, pues casi ninguno habla inglés. Así que tendrás que pedir el aceite de oliva por señas. Si al final consigues el aceite de oliva (Olivenöl), el problema siguiente es el de cocinar con él, porque provoca bastante más humo que la grasa animal y entonces tus vecinos alemanes llamarán a la policía pensando que se quema tu piso o que estás preparando un atentado suicida. Olvídate de las sardinas y boquerones porque allí sólo conocen una variedad mucho más grasienta, salada e insabora llamada arenque (Herring), que es necesario condimentar con todo tipo de salsas y perejil para que sepa a algo (por cierto, el término “sugerencia de presentación” que aparece cada vez más en las conservas y platos preparados españoles es una traducción del alemán Servierungvorschlag, ya que una vez una señora alemana demandó a la empresa porque en la lata los arenques no tenían la salsa ni el perejil que aparecían en la fotografía que ilustraba el producto; creo que es obvio decir que esa señora ganó el juicio). Los alemanes son muy adictos a la carne de cerdo, pero desconocen esa Delikatessen que es el jamón serrano y lo reemplazan por mil y un tipos de salchichas. Tienen algo a medio camino entre el jamón serrano y el de York, algo así como el lacón gallego, que sería la chuleta de Sajonia (llamada allí Kasseler Rippchen), pero poco más. Como son muy ecologistas, alternativos y multiculturales (parece que es su nueva ideología oficial), nos llevan mucha ventaja en el consumo de tofu y hamburguesas vegetales (que también actúan como socorrido alimento para los turcos en cantinas varias), así como en todo tipo de restaurantes exóticos (es una manera de reconocer que su cocina es mediocre), entre los que destacan los italianos y los japoneses (quizá por los tradicionales lazos de amistad), los chinos (pero cuidadín, que en ellos la comida es muy picante), los mejicanos (superpicantes) y los argentinos. Los restaurantes españoles sólo sirven para antiguos emigrantes nostálgicos y son tan cutres y anticuados como una película de Cine de Barrio: no vayáis.

Bueno, no quiero extenderme más. Si hace falta y me lo pedís, publicaré una segunda entrega. Espero que con estos consejos os resulte más llevadera vuestra futura vida en Alemania.

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