lunes, 27 de enero de 2014

El tren de cercanías. Episodio 3: traficantes de ida y vuelta, party line y safari park


LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VIII:2014)


Juan Gómez Capuz


EL TREN DE CERCANÍAS. EPISODIO 3: TRAFICANTES DE IDA Y VUELTA, PARTY LINE Y SAFARI PARK.

El tren de cercanías de la línea Valencia-Xàtiva no deja de darnos sorpresas. Hasta el punto de que los últimos especímenes que he observado dan para una tercera entrega y para completar la trilogía (de hecho, muchos de los individuos que encuentro en el tren son bastante más extraños que los que aparecen en la saga de Star Wars).


En anteriores entregas ya hablamos de un grupo de personas que hacían la vida en el tren, pues las podías ver a cualquier hora del día, en una dirección u otra. También es significativo que la gran mayoría de ellos suben o bajan en la estación de A., que es también el destino de mi trayecto, razón por la cual los siento especialmente “próximos”. Tras varios años de observación empírica sobre este subgrupo humano, he llegado a la conclusión de que se trata de pequeños traficantes de sustancias “que no se venden en farmacia legal”, como decía la canción Carolina de MClan. De hecho, muchos de ellos ya acusan los estragos de la adicción y se les ve demacrados y cojeando (lo que no les impide moverse por el tren más deprisa que los demás). Su “modus operandi” (creo que el latinismo jurídico está bien empleado aquí) es bastante simple: cada día hacen tres o cuatro viajes entre A. y Valencia, aunque desconozco en qué lugar recogen la mercancía y en qué lugar la venden (una hipótesis de trabajo sería que la recogen en Valencia y la venden en A.); siempre suben al tren sin billete, por lo que intentan colarse en los tornos después de que pase otro viajero; una vez en el tren, van directos al único, minúsculo y asqueroso lavabo que se encuentra en el vagón central del convoy; como van casi siempre en parejas, allí se acantonan los dos durante todo el viaje (algunas veces se trata de parejas de hombre y mujer “arrejuntaos”, con lo cual el viaje resulta ser más entretenido); si en ocasiones coinciden dos parejas, la lucha por entrar en el pequeño lavabo es casi un duelo a muerte en O.K. Corral; finalmente, cuando llegan a Valencia, vuelven a saltarse los tornos y se escampan por la ciudad. Normalmente, se mueven en las calles cercanas a la estación, donde el “negocio” es floreciente, pero en ocasiones los he llegado a ver en la zona de Facultades, sobre todo en épocas de exámenes. La mayoría son españoles, muchos de ellos quinquis y medio gitanos, pero suelen hacer negocios en Valencia con individuos de procedencia exótica que además se dedican a “controlar el tráfico” (es decir, a hacer de gorrillas). No obstante, también hay algún extranjero, como el moro mendigo del Episodio 1 y un negrito altísimo, pero parece tratarse de lobos solitarios que trapichean con otro tipo de productos más “normales” (y además nunca se esconden en el lavabo sino que siempre se sitúan en el primer vagón para poder salir los primeros). También creo que el acelerado individuo al que llamamos "El correcaminos" o "El del subidón" en el Episodio 1 de esta trilogía es otro de los traficantes (seguramente de anfetas o speed), pero en vista de su comportamiento parece que la mitad de la mercancía la consume él durante el trayecto. Los demás viajeros ya nos hemos acostumbrado a su presencia en el tren, pero mi consejo para los responsables de Renfe, Adif o la subcontrata de la subcontrata que se encargue de los trenes de cercanías es que se les proporcione un “abono especial para traficantes” con el objeto de evitar que copen el lavabo del tren, para desesperación de los señores mayores que tienen problemas de próstata.

Las modas de las nuevas tecnologías provocan comportamientos cada vez más gregarios entre las personas. Hoy en día el móvil se ha convertido en una extensión de la persona, no sólo para hablar sino para labores alternativas: escuchar música y enviar mensajitos. En este último aspecto, el tren de cercanías se convierte en un microcosmos para palpar el pulso de estas nuevas tendencias. Y lo más de lo más, lo cool por antonomasia, es el whatsapp. Como estoy bastante atrasado en los avances de la telefonía móvil y su conexión con internet, no dispongo de whatsapp. Por ello, he tardado algún tiempo en descubrir su efecto nocivo en el tren, pues desgraciadamente los vagones no actúan como “jaula de Faraday” inhibiendo las ondas electromagnéticas. Así pues, hace algunos meses me llamó la atención la reiteración de un sonido de silbido pajaril que se repetía unas 30 veces durante el trayecto. Primero pensé en que se había puesto de moda entre la gente un determinado tipo de silbido creado por un humorista o por algún anuncio publicitario. Luego llegué a creer que muchos viajeros llevaban secretamente escondido algún pajarito de carne y hueso, pues otra moda creciente (como veremos a continuación) es la de llevar animales en el tren. Pero después de oír el maldito silbido en la propia sala de profesores de mi instituto, caí finalmente en la cuenta que era la señal de llamada de que había entrado un mensaje de whatsapp. Hoy en día, la ratio de silbiditos de whatsapp en el tren de cercanías es de una cada 20 segundos, pues al parecer todo el mundo aprovecha el trayecto para jugar con esa aplicación. Es curioso ver cómo esas modas se difunden de manera tan rápida. Me recuerdan una antigua tira cómica de Julius en El Jueves: no tenía bocadillos con diálogos, pero no hacía falta, pues se veía a un señor (mal dibujado, como si lo hiciera un niño pequeño) que paseando por la calle se topaba con varios individuos que llevaban un pulpo vivo en la cabeza; al principio, este señor se reía de tan absurda manía y veía a estas personas como si fueran frikis, pero conforme iba viendo que todos los demás transeúntes llevaban pulpos en la cabeza (incluso los niños llevaban un pulpito), y él no, empezaba a preocuparse y a pensar que quizá el friki era él; finalmente, entraba en una tienda y se compraba un pulpo y salía a la calle tan ufano, pensando que ya era una persona “normal”. Por tanto, supongo que dentro de poco acabaré usando el whatsapp.

Finalmente, otra moda que está haciendo furor en el tren de cercanías es la de llevar animales en el vagón. Parece que ahora que la crisis está sacando a flote la España cañí que nunca desapareció por completo, no estamos tan lejos de aquellas épocas en que la gente llevaba gallinas vivas en los trenes con asientos de madera. Ahora suelen ser perros, y no sólo de perroflautas sino también de gente más estándar. Casi nadie se preocupa de llevarlos en pequeñas jaulas de plástico, pues algunos animales ya no caben en ellas. Y los seguratas que transitan por el tren, aunque son implacables con los viajeros que ponen los pies en el asiento contrario, suelen hacer la vista gorda con los viajeros que llevan alegremente perros en el vagón. Además, muchos de ellos son de estos blancos, sin pelo y feísimos, con cara rarísima, sin apenas ojos, que parecen sacados de un libro de quimeras o de un manual de criptozoología. A ello cabe añadir el comportamiento casi animal de jóvenes "universitarios" que son de los pueblos y vuelven del botellón del jueves en el tren de los viernes a las 7.23 de la mañana: van tan perjudicados que acaban cantando, potando y tumbándose en medio de los vagones con los restos de la bebida de la noche que acaba.

P.D. Esta última semana he encontrado un nuevo especimen en el tren, prueba definitiva de que la línea Valencia-Xàtiva es casi como el metro de Nuevo York. Se trata de un judío ultraortodoxo, con su quipá, sus trencitas y su barba rizada y desordenada. Incluso atisbé un tupper con comida kosher. Lo único bueno es que seguro que no hará botellón. Bueno, y también podemos suponer que no tenga móvil con whatsapp, pues pensará que se trata de un invento del diablo (en eso coincido con él). Y otra cosa que me ha sorprendido es que no se ha apeado en la estación de A., como suelen hacer todas las personas que se salen de lo normal (yo incluido). La verdad es que casi me estoy alegrando de encontrar un personaje así en mi tren de cercanías.

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