domingo, 20 de octubre de 2013

Lecciones de cultura alemana para españoles que quieren emigrar. Episodio 3. Monográfico cine alemán


LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(VII: 2013)

Juan Gómez Capuz
  
LECCIONES DE CULTURA ALEMANA PARA ESPAÑOLES QUE QUIEREN EMIGRAR. EPISODIO 3. MONOGRÁFICO CINE ALEMÁN.

El cine que se realiza en un determinado país constituye una de sus principales señas de identidad: es revelador de los intereses, filias y fobias que comparten la mayoría de los habitantes de esa nación. Por ello, hemos creído conveniente cerrar nuestra “trilogía alemana” dedicada a los españoles que marchan a trabajar a aquel país ofreciendo una panorámica del cine hecho en Alemania entre 1980 y 2010.

De todas maneras, el telespectador español habrá notado que en los últimos dos o tres años ha aumentado notablemente la presencia de películas alemanas en los canales de televisión españoles, sobre todo A3 y, en menor medida, La 2, Telecinco y las Autonómicas. Es posible que ello se deba a una política de potenciación del cine hecho en la Unión Europea, aunque los teóricos de la conspiración también podrán pensar que se trata de la cláusula adicional de algún tratado secreto para evitar el rescate de nuestro país.

Una de las razones que podría apoyar la tesis de los conspiranoicos, confirmada por quienes hayan visto algunas de esas películas en las que apenas se inserta publicidad (ni siquiera en A3), es que el cine alemán es bastante malo, no tan malo como el español, aunque, eso sí, es bastante más variado. Esta idea es la que pretendo demostrar en el presente artículo, después de haber estado dos meses viendo casi exclusivamente cine alemán y habiendo sobrevivido a la experiencia (aunque en ocasiones me han entrado ganas de suicidarme o de invadir un país).

Para empezar, debemos partir de la idea de que en Alemania no existe el género cinematográfico de la comedia, al menos tal como se entiende en el resto del mundo. Tan sólo algunas muestras de comedia social inglesa y de comedia francesa realizada por directores norteños, alsacianos o judíos se acerca levemente a la peculiar comedia alemana. También están las excepciones de actores/directores que han participado en el cine de Hollywood y que intentan trasladar al cine alemán el modelo de comedia norteamericana. Es el caso del muy americanizado Til Schweiger, inexpresivo actor a medio camino entre Schwarzenegger y Van Damme, quien plantea en Un conejo sin orejas un esquema narrativo muy yanqui, muy a lo Adam Sandler: un exitoso reportero del corazón condenado por intromisión en la intimidad de unos famosos debe cumplir 300 horas de trabajo social en una guardería y allí se va enamorando de una profesora miope y gafotas, antigua vecina suya de la cual él se burlaba en la infancia, todo ello aderezado por una banda sonora de pop-rock anglosajón. O la comedieta juvenil Enredos de chicas, sólo identificable como película alemana por los mensajes que se envían las chicas, escritos en un alemán horroroso lleno de faltas de ortografía. Pero son excepciones. Lo normal es que la comedia alemana derive instintivamente en comedia dramática o negra, con inquietantes tonos sadomasoquistas, y centrada en las vidas de personajes solitarios e inadaptados, artistas frustrados, pervertidos sexuales e inmigrantes aculturados. En este caso, el cine de Tarantino, Guy Ritchie, Almodóvar, Segura o Álex de la Iglesia sería el referente más cercano. Dentro de esta comedia dramática o negra hay varios subgéneros.

a)Uno es la “comedia de restaurantes”, porque la acción transcurre en restaurantes italianos o con cocineros italianos, lo cual permite el “ingrediente” de las diferencias culturales. Soporífera es la película Rossini, donde el restaurante sólo sirve de marco a los tejemanejes sobre las versión cinematográfica de un bestseller escrito por un escritor inadaptado y casi autista, y donde cobran protagonismo los triángulos sexuales con suicidio incluido. Mucho más brillante es Deliciosa Martha, en la cual se observa muy bien el inicial contraste entre Martha, una cocinera berlinesa, espartana, seria, asocial y perfeccionista (obsesionada con aromas, sabores y texturas, lejano eco de El Perfume de Süskind) y Mario, un cocinero italiano extrovertido y de personalidad arrolladora (magníficamente interpretado por Sergio Castellitto). Además, esta película serviría de base al remake norteamericano Sin reservas, donde el papel de cocinero “extranjero” sería paradójicamente interpretado por el alemán Aaron Ekhardt.

b)Otra variante es la “comedia de lucha de sexos”, reflejada en películas como ¿Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas? . En esta película (nueva muestra del “peculiar” sentido del humor alemán) la lucha de sexos es analizada en estrictos términos neodarwinianos de “lucha por la vida”, “voluntad de poder” y “triunfo del más fuerte”, conceptos siempre muy gratos a la mentalidad germánica desde Nietzsche hasta Merkel. Para ello, la escasa trama (repleta de triángulos amorosos, engaños y relaciones sexuales) se interrumpe con frecuencia para dar paso a una voz en off más irritante que la de Alatriste, donde la tediosa explicación "biológica" va a veces acompañada de conversiones de los protagonistas (gente guapa y promiscua del Berlín actual) en prehistóricos neandertales, lo cual convierte a la película en una especie de falso documental a medio camino entre En busca del fuego y Helga, el milagro de la vida.

c)Un paso más es “la comedia negra de triángulo amoroso”, visible en películas como La farmacéutica, donde la catatónica, felina y bizca Katja Riemann comparte vivienda y vida sexual con un heredero disoluto y un exconvicto, una especie de Jules et Jim a la alemana que termina en un esperpéntico Götterdämmerung donde mueren todos menos la chica.

d)Un curioso caso extremo de “comedia negra sexual con tonos sadomaso” son las películas que adaptan los cómics de temática gay de Ralf König. Aparte de El condón asesino (demasiado duro incluso para Ratzinger), destaca la película El Hombre deseado, donde Til Schweiger se ve acosado por varios gays, para desesperación de su sufrida esposa, interpretada de nuevo por la catatónica y bizca Katja Riemann. Sobre la película sobrevuela un continuo aire de decandentismo gay a lo República de Weimar, y de hecho la escena final muestra a Schweiger y los tres homosexuales cantando una canción de cabaret de Kurt Weill. Un tipo de cine complementario, aunque ya plenamente dramático (sin asomo de comedia), son las películas de Doris Dörrie, una curiosa mezcla entre Almudena Grandes e Isabel Coixet a la alemana, quien produce como churros unos panfletos feministas que aburren hasta a las ovejas y en los que, paradójicamente, no paran de salir penes (como Hombres, hombres). Afortunadamente, no tenemos noticia deninguna colaboración entre Ralf König y Doris Dörrie.

[Por cierto, comentaremos de pasada que en el ámbito del cine pornográfico, otro de los “núcleos duros” (hard core) del negocio cinematográfico germano, sobre todo para la exportación (como bien sabe Ali G), los alemanes siempre han sido muy aficionados al sexo anal y al sadomasoquismo. Pero no deberían sorprendernos estas curiosas preferencias, porque es exactamente lo que ellos han estado haciendo con el resto de Europa desde hace 150 años.]

Entrando en terreno del drama propiamente dicho, el cine alemán también ha sabido diversificarse en diversos géneros:

a)La gran afición de los alemanes a los Krimis o historias criminales se refleja en la multitud de dramas romántico-policíacos, en los que vuelven a aparecer inquietantes contenidos sadomasoquistas. Son películas para televisión, de baja calidad, a veces con doble versión (en alemán y en inglés), emitidas en España siempre por A3. Es el caso de El silencio del miedo, donde una abogada pija investiga el crimen de una alumna en una universidad privada ultrapija, lo cual le lleva a descubrir cómo el hijo del rector y su amiguete secuestran, violan y torturan a alumnas en el ático de uno de los edificios de la universidad. En La  extraña, se presenta una panoplia de matrimonio en crisis, jóvenes desinhibidas que se hacen pasar por hijas secretas y vecinos mirones, hasta que todo explota con el consiguiente crimen.

b)La TV movie La extraña se sitúa en un lugar de veraneo indeterminado, aunque podría tratarse de Ibiza. El toque cosmopolita y la ambientación del drama romántico-policíaco en lugares de veraneo frecuentados por alemanes (Ibiza, Croacia, islas griegas, Tailandia) aparece de manera mucho más clara en películas como Las dos caras de Jan Hansen y, sobre todo, en la saga o franquicia del Dream Hotel, ambientado en lugares tan exóticos como Seychelles o Tailandia.

c)La tendencia al exotismo del cine alemán tiene su culmen en lo que podríamos llamar “cine de África”. Curiosamente, el continente negro ha fascinado a alemanes de toda condición. La antigua novela del escritor judío austriaco antinazi Stefan Zweig En un lugar de África ha sido llevada al cine en una notable película (ganadora de un Oscar) en la que cuenta la difícil adaptación de una familia judía que huye de los nazis en su nuevo hogar keniano. Tampoco olvidemos que la controvertida Leni Riefenstahl hizo en los años 60 abundantes reportajes fotográficos sobre la vida de los masái y los juba. Esa tendencia continúa ahora en sagas o franquicias como la de Doctora en África (emitida por las Autonómicas). Lo curioso es que la mayoría de esas películas se ambientan en países africanos que in illo tempore pertenecieron a Alemania, como Tanzania, Camerún o Namibia.

d)También son numerosas las películas que tratan los problemas de adaptación de los inmigrantes, en especial los de origen turco (como vimos, los italianos no son tan problemáticos y sirven más para la comedia de restaurante). Son películas realistas y duras pero políticamente correctas, como la aclamada Contra la pared, porque los directores y actores son de origen turco y saben reflejar muy bien los problemas de los inmigrantes de segunda generación que se ven atrapados entre dos culturas tan opresivas como son la alemana y la turca, sin identificarse plenamente con ninguna de ellas, lo cual se hace especialmente dramático en el caso de las mujeres. Otras películas de este género, como Corto y sin filo, en cambio, frivolizan el tema y presentan a diversos delincuentes de origen inmigrante, con un ritmo narrativo frenético y lleno de palabrotas, clara copia del cine de Tarantino y Guy Ritchie.

e)Los dramas sobre drogas y delincuencia tienen precedentes muy antiguos. Rodada casi como documental, sin actores profesionales, tenemos el durísimo retrato de la adicción a la heroína que constituye la mítica Yo, Cristina F., de Uli Edel, ambientada a finales de los 70 en Berlin Oeste, con cameo incluido de David Bowie (Uli Edel es uno de los muchos directores que luego hizo fortuna en Estados Unidos, donde “armó el cirio” con la polémica El cuerpo del delito, también con una estrella de rock, Madonna, que vierte cera ardiendo sobre el cuerpo del pobre Willem Dafoe, una muestra de estilo sadomasoquista alemán demasiado fuerte para los puritanos yanquis). Más frívola es Corre, Lola, corre, película de ritmo frenético (donde Franka Potente hace honor a su apellido), aunque tiene una estructura narrativa más compleja que Lucía y el sexo de Julio Médem, ya que muestra constantemente dos tramas alternativas en la carrera contrarreloj de Lola por recuperar los 100.000 marcos y salvar a su novio.

f)Los alemanes también se han aprovechado de la moda de la novela negra escandinava y han utilizado estas novelas para realizar películas propias como Nadie lo ha visto y Silencio de hielo. Son buenas versiones, ya que los nombres suecos no disuenan en alemán y el paisaje de Schleswig-Holstein puede pasar por nórdico. Además, los alemanes saben recrear la atmósfera brumosa y de “aquí no pasa nada hasta que hay un crimen” que caracteriza a estas novelas y además consiguen darle ese sabor extra de morbo y sadomasoquismo (tan alemán) que falta en las propias versiones cinematográficas nórdicas. Además, como estamos viendo a lo largo de este artículo, en todas las películas alemanas (incluso en las “comedias negras”) siempre hay algún suicidio, costumbre muy nórdica por otro lado.

g)En un país muy preocupado por la educación, son frecuentes las películas de dramas escolares. El director Dennis Gansel es un verdadero especialista en ese campo, con películas de ritmo narrativo dramático e intenso que cautivan al espectador. Primero se sirvió de un experimento realizado en la California psicodélica para plantear La ola, donde un profesor de filosofía de tendencias anarquistas pone en práctica un experimento para explicar la génesis de los totalitarismos: hace vestir a los alumnos con el mismo uniforme, se inventa un saludo, un logotipo de ese movimiento; a los alumnos les parece todo muy divertido, pero poco a poco se lo van tomando en serio y acaban comportándose como una secta totalitaria, con suicidio incluido de uno de ellos. Si en La ola podíamos rastrear cierta influencia de El club de los poetas muertos y una alusión a la génesis del totalitarismo nazi, estos dos ingredientes se hacen evidentes en la siguiente película de Gansel, Napola, duro retrato (aunque sin la tensión narrativa de La ola) de las elitistas napolas, escuelas de educación nacionalsocialista de donde surgieron los jóvenes fanatizados que resistieron hasta los últimos días del Tercer Reich, de nuevo con dos suicidios hábilmente disimulados y manipulados por las “autoridades educativas”. Estas dos películas de Gansel nos plantean situaciones muy lejanas en el espacio y en el tiempo, pero deberían servir de aviso para navegantes cuando vemos “en tiempo real” cómo las autoridades educativas se adentran en una “senda peligrosa” de la que ya no hay vuelta atrás. En el caso español, deberíamos pensar en leyes educativas que sólo inciden en el igualitarismo y que al final sólo consiguen igualar a todos por lo bajo; o bien otras leyes educativas que sólo inciden en la segregación y la falta de oportunidades para alumnos brillantes pero humildes, y que acabarán creando guetos allí donde no los había; o comunidades autónomas que potencian centros educativos centrados en la segregación por sexo, como si aún estuviéramos en el franquismo o en un país islámico; o comunidades autónomas que se acercan a las napolas nazis al educar a los chavales sobre las bases de un nacionalismo excluyente y agresivo. La conexión entre educación y Tercer Reich también es evidente en el biopic sobre Sophie Scholl (y su movimiento de la Rosa Blanca en la Universidad de Munich), una de las mayores heroínas de la Segunda Guerra Mundial, injustamente olvidada durante décadas, quizá por ser mujer, estudiante, creyente, pacifista y alemana.

Obviamente, la convulsa historia de Alemania en el siglo XX ha sido un auténtico filón para el moderno cine alemán, sobre todo después de la Reunificación. Si el cine español encontró un chollo con la Guerra Civil y el Franquismo, el cine alemán ha encontrado su veta de oro, respectivamente, en el Tercer Reich y en la asfixiante vida de la antigua República Democrática Alemana. Sin embargo, son temas que hay tocar con mucho cuidado y, de hecho, antes de la Reunificación de 1990 eran casi tabú. La primera película alemana que aborda el tema, camuflada en otro género muy alemán como es el “drama claustrofóbico” (aunque su máxima expresión la encontramos en la película holandesa El ascensor), es El submarino/Das Boot deWolfgang Petersen, crudo retrato de las duras condiciones de vida de los tripulantes de submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial (más tarde, Petersen también haría fortuna en Estados Unidos y “saldría a la superficie” con Troya, cuyo plano general de las naves aqueas desembarcando en las playas troyanas recuerda tanto al Día D). El éxito internacional de El submarino dio alas al cine bélico “Made in Germany” (es decir, “películas de alemanes” hechas por alemanes). Poco después de la Reunificación, en 1993, la película que dio el “pistoletazo” a este género bélico autocrítico fue Stalingrado, de Joseph Vilsmaier. Para evitar suspicacias, Stalingrado también se cobijaba bajo el paraguas del subgénero bélico de las “películas hechas por el bando perdedor”, como la australiana Gallipoli o ciertas películas norteamericanas sobre la guerra de Vietnam (La chaqueta metálica, Apocalipse Now o Platoon), lo cual les otorga una pátina de “acto de contrición” y total libertad para echar las culpas de la derrota no a los bravos soldados propios sino a la incompetencia de los mandos y la ceguera estratégica de los políticos. Stalingrado copia de hecho el modelo norteamericano y presenta las andanzas de un pelotón de soldados alemanes en la ratonera de Stalingrado. Ellos acaban dándose cuenta del sinsentido de la guerra y de la extrema crueldad de los suyos y se ganan la animadversión de un fanático coronel gafitas ultranazi hasta que al final son ellos mismos quienes lo matan.

Hemos dicho que el cine alemán se aproxima al de directores muy sui géneris como Tarantino. Entonces surge la pregunta: ¿y si Tarantino hiciera una película sobre la Segunda Guerra Mundial con actores alemanes? La combinación, aunque esperpéntica, se ha dado en la realidad y se llama Malditos bastardos, coproducción entre Estados Unidos y Alemania. A diferencia del cine bélico alemán, fiel a la Historia y políticamente correcto, la película de Tarantino es justo lo contrario: su rigor histórico es menor que el de Águila roja (con sus katanas y gladiadores), su incorrección política es mayor que cualquier película de Baron Cohen y sus dosis de violencia explícita y gratuita son mayores que las de Spartacus. Pero es una buena película, es muy divertida y nos permite conocer a la plana mayor del cine alemán actual: Diane Krüger, Daniel Brühl, Til Schweiger, Gedeon Burkhardt (el segundo comisario de Rex) y, sobre todo, el magnífico actor austriaco Christoph Waltz (los angloamericanos siguen practicando el Anschluss, como ya se podía ver en la selección alemana de filósofos-futbolistas del Flying Circus de los Monty Python, donde figuraba el muy austriaco Wittgenstein).

En cuanto al retrato de la opresiva atmósfera de la RDA, el cine alemán lo enfoca de dos maneras. Por un lado, la visión costumbrista y de crítica política endulzada con una buena dosis de nostalgia retro, visible en la galardonada Good Bye, Lenin (muy semejante en el tono a nuestra serie Cuéntame): es una película bastante “occidental” que en el fondo se burla por igual del capitalismo y del comunismo y que se aproxima al humor esperpéntico, dos aspectos que ya aparecen en la genial comedia de Billy Wilder Uno, dos, tres, también ambientada en el Berlín dividido. Además de la omnipresencia de la Coca-Cola como símbolo del capitalismo, en Good Bye, Lenin encontramos escenas esperpénticas impagables como la alegría por conseguir el magnífico coche de plástico Trabi, el soborno a los niños para que le canten una canción patriótica a la madre que ha despertado del coma después de la caída del Muro y que todavía cree vivir en la “idílica” RDA, la búsqueda griálica de pepinillos de “marca blanca RDA” para que la madre no note nada extraño y la manipulación de los telediarios que hace el amiguete del protagonista, haciendo creer que son los occidentales quienes quieren entrar en masa en la casi extinta RDA y no al revés (siempre me recordó a Urdaci). Todo ello muestra que todas las dictaduras han sido igual de cutres, además de ominosas. En cambio, La vida de los otros muestra el lado más amargo de la RDA: el omnímodo y omnisciente control sobre la vida de los ciudadanos "en tiempo real", especialmente si son artistas, así como los conflictos de conciencia que se manifiestan en algunos miembros del sistema represivo (es magnífica la creciente empatía del comisario que hace las escuchas), todo ello culminado con un par de suicidios al más puro estilo alemán. Aunque no trata la vida en la RDA, la película Los edukadores (traducción libertaria y antisistema de Die vette Jahre vorbei) muestra las profundas diferencias sociales en la Alemania unificada, a través de un comando anarquista que entra en las mansiones de los ricos para hacer trastadas y dejar mensajes políticos. La acción se complica cuando los dos chicos y la chica del comando anarquista (de nuevo un triángulo amoroso) secuestran a un alto ejecutivo que en sus tiempos mozos fue un líder del mayo del 68 berlinés y se crea una creciente empatía entre ellos. En cierto modo, es la secuela de Good Bye, Lenin adaptada a la Alemania unificada del capitalismo salvaje y los mini-jobs y mantiene como tándem protagonista al veterano Burgardt Klaussner y al joven germano-catalán Daniel Brühl.

La prueba de que la distopía nazi no comenzó en 1933 (y su continuadora RDA en 1949) sino que sus raíces eran más antiguas la encontramos en la galardonada película de Michael Haneke (¡otro austríaco metiendo bulla en Alemania!) La cinta blanca. Combinando hábilmente el universo cinematográfico de Igmar Bergman (la película está rodada en un austero blanco y negro), el distanciamiento de Bertold Brecht y el universo literario de Thomas Mann, Haneke hace un sombrío retrato de la vida cotidiana en un pueblo de la Alemania del Norte a finales del II Reich, poco antes de la I Guerra Mundial. Allí el ascetismo luterano y la espartana mentalidad prusiana consiguen convertir la vida de las gentes en un auténtico valle de lágrimas repleto de intromisiones en la intimidad, castigos, obediencias, sumisiones y leyes, totalmente carente de cualquier atisbo de felicidad y alegría. Tan sólo las películas norteamericanas que retratan a la comunidad amish (llamados no por casualidad “alemanes de Pensilvania”) ofrecen un panorama humano tan desolador, hasta el punto de que a su lado la Inglaterra victoriana o la España del Siglo de Oro debían de haber sido la juerga padre. No es de extrañar que esa atmósfera opresiva en blanco y negro continuara durante el Tercer Reich y la RDA (por ello se parecen tanto el enrarecido ambiente social y la gris vida cotidiana mostrados en La cinta blanca, Sophie Scholl y La vida de los otros).

Finalmente, otro género muy productivo en el actual cine alemán son las películas sobre arqueólogos que descubren en Oriente Medio alguna reliquia o la tumba de Jesucristo o de algún personaje próximo. Es el caso de El código de Carlomagno, El enigma de Jerusalén o El informe Gólgota. Estas películas, de discreta factura y baja calidad (en páginas como Filmaffinity reciben puntuaciones inferiores a 3,5 sobre 10), emitidas en España siempre por Cuatro o T5, tienen curiosos elementos comunes. Los protagonistas suelen ser una pareja de arqueólogos, uno joven y otromás mayor y experimentado (recuerdan a Schliemann y Dörpfeld, o quizá también a Indiana Jones y a su padre, y hasta a Batman y Robin), o bien un hombre y una mujer de buena presencia que sin ser arqueólogos se ven arrastrados a esa búsqueda porlazos familiares (esto permite jugar con la tensión sexual no resuelta de los protagonistas). En estas películas es clara la influencia de Dan Brown y su Código da Vinci: el “movimiento browniano” de estos filmes siempre lleva a los protagonistas a Israel en busca de reliquias del cristianismo primitivo, lo cual revela también una curiosa y harto improbable influencia conjunta de Steven Spielberg y la Anhenerbe; los malos malísimos son siempre oscuras órdenes fundamentalistas de la Iglesia Católica, toleradas por el Vaticano, que emplean todos los medios a su alcance para impedir que se divulguen datos que pongan en duda la divinidad de Jesús de Nazaret (¿qué opinaría Ratzinger de todo esto? ¿lo vería como una Doltschoss?); para complicar más aún la trama y hacerla más conspiranoica y políticamente incorrecta, diversos indicios hacen pensar a la policía alemana y al Mossad (nueva combinación improbable) que los arqueólogos buenos son los culpables de los crímenes. El final se dilucida en una oscura gruta, donde las fuerzas del bien triunfan sobre las del mal (todo muy zoroástrico y cátaro, para gusto de Otto Rahn, George Lucas y Spielberg), hasta el punto de queen una especie de anagnórisis de tragedia clásica, la policía alemana, la Interpol, el Mossad e incluso el propio Vaticano reconocen su error y los arqueólogos vuelven a casa y, si son hombre y mujer, se casan y comen sauerkraut.

Una variante del género anterior son los dramones históricos realizados con abundancia de medios y que enlazan con el éxito de la novela histórica entre el público germano. Un buen ejemplo es La ramera errante y, sobre todo, su secuela La venganza de la ramera errante, emitida en España por Antena 3. Se trata de un dramón histórico de tomo y lomo, ambientado en el otoño de la Edad Media, con ciertas semejanzas con nuestra serie Isabel. En el contexto de la lucha del Sacro Imperio contra los husitas checos, la película tiene los ingredientes típicos del drama estándar germano: viaje iniciático, triángulos amorosos, traiciones, las típicas puñaladas por la espalda y el triunfo final de los buenos. Nuevamente, el malo malísimo es un inquisidor que oculta su cara tras una máscara, y que persigue sin tregua a la chica protagonista, la cual cuenta con la curiosa ayuda de una abadesa con carácter (eco de Hildegard von Bingen o de Howritza), la cual resulta ser la última depositaria de las enseñanzas cátaras, en un nuevo guiño a Dan Brown y los conspiranoicos (y también a Otto Rahn). La película es larga pero entretenida, con las dosis justas de sexo y violencia para el gusto alemán, así como una cuidada fotografía y una bella banda sonora cuyo tema principal se parece sospechosamente a una canción de Loreena McKennitt.

En fin, así es el cine alemán actual. No es de muy buena calidad, pero son los que mandan. Por lo menos, tras la lectura de este extenso artículo, no cabe duda de que se trata de un cine muy variado.

2 comentarios:

  1. Me gusta bastante el articulo sobre el cine alemàn.Està bien saber a lo que nos atenemos cuando nos veamos obligados a emigrar fuera.A mi no me gusta este cine,pero es lo que hay.Buen anàlisis Juan.
    Carlos.E.P.

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