domingo, 10 de octubre de 2010

La huelguita general



LOS ARTÍCULOS DE "EL POBRECITO HABLADOR"
(V: 2010)



Juan Gómez Capuz




LA HUELGUITA GENERAL

El pasado 29 de septiembre se celebró en España la última Huelga General de la Democracia. A diferencia de otras convocatorias semejantes, ésta resultó bastante floja y descafeinada, quizá porque los sindicatos no se habían movilizado antes (cuando tocaba) y porque el país no está para fiestas.

En mi caso, decidí acudir a trabajar, ya que estoy pagando una hipoteca muy alta, me han recortado el sueldo como a todos los funcionarios y me pareció que la reacción de los sindicatos había sido floja y a destiempo. El problema es que tenía que recorrer 32 kilómetros para acudir a mi puesto de trabajo a las 8.10 de la mañana. Huelga decir que no llegué a tiempo.

Mi primer dilema consistió en la indumentaria. Pensé en ponerme vaqueros, como recomendaron que hicieran los empleados de banca, pero me pareció inútil e inviable por dos razones: primero, porque es normal que un profesor de instituto vaya con vaqueros a clase (a veces agujereados, y hasta con camisetas reivindicativas); segundo, porque hace tiempo que no me entra ninguno de los pocos vaqueros que conservo. Así que decidí ponerme un pantalón normal oscuro y una camisa de verano también oscura, como si fuera un cantautor o alguien que va a un funeral (o ambas cosas a la vez). Huelga decir que mi indumentaria no engañaba a nadie.

El principal problema, no obstante, consistía en intentar disimular las carpetas y libros que habitualmente lleva un profesor. De nuevo mi solución fue bastante poco inteligente. En lugar de llevar el pesado maletín de todos los días, con combinación para abrirlo (mis alumnos piensan que llevo dinero, drogas o una bomba dentro… y les parece muy “molón”), decidí meter lo indispensable en una bolsa grande de la FNAC. Si era un ardid, resultaba muy fácil de descubrir por parte de los piquetes “informativos”: en primer lugar, la tienda de la FNAC no abre hasta las 10 de la mañana, por lo cual yo no podía venir de haber comprado en la tienda de la FNAC; en segundo lugar, la tienda de la FNAC de Valencia siempre tiene la entrada principal (y a veces también la secundaria) “custodiada” por activistas de las más diversas oenegés que te acosan con manifiestos absurdos e ideales utópicos, con una total pasividad y hasta connivencia de los responsables de la tienda (cuestión que ya he tratado en otro artículo); por tanto, de haber estado abierta, habría sido facilísimo para los piquetes apostarse a la entrada de la FNAC y haber impedido la entrada de los empleados y los potenciales clientes esquiroles (entre otras razones porque la policía nunca se pasa por allí a vigilar, cosa que sí hace en otros grandes almacenes). Mi estratagema de la bolsa de la FNAC era de lo más inoperante y sólo confiaba en una conjunción favorable del destino: que los piquetes “informativos” fueran incapaces de reproducir el proceso silogístico que acabo de enunciar. Y parece ser que así ocurrió, pues ni durante el trayecto de ida ni durante el trayecto de vuelta nadie se metió con mi bolsa de la FNAC. Huelga decir que mi tosco ardid acabó siendo todo un éxito.

El siguiente problema (ya he superado los dos anteriores y me siento como Ulises, aunque no sé si el de Homero o el de Joyce) era el de transporte. Como dijo Buenafuente esa noche o la siguiente, “los transportes públicos irán mal… y el día de la Huelga también”. Si llegar a tiempo con el tren de cercanías para entrar a las 8.10 es de normal una odisea (soy Ulises), el día de la Huelga General, con servicios mínimos que normalmente no se cumplen, resultaría una tarea imposible. Además, hace tiempo que no conduzco (aún conservo el coche pero no lo saco nunca, en parte porque no tiene pasada la ITV, no va la batería y me di de baja del seguro obligatorio) y por todo lo anterior resultaba impensable sacarlo esta vez (además, en los últimos años las infracciones de tráfico son objeto de condenas muy superiores a las de terrorismo internacional, aunque esa es otra historia y tema de otro artículo) y me muevo únicamente con transporte público. Salí con tiempo de casa y empecé a ver grupos de gente apiñados en las paradas de autobús, por lo que decidí ir a pie a la estación (como si fueran los días de Fallas). Por lo visto, los piquetes “informativos” habían empleado el grueso de sus fuerzas (que conste que no me refiero a Cándido Méndez) en impedir la salida los pocos autobuses acordados previamente en los servicios mínimos y habían dejado “descubiertos” otros muchos flancos (por ejemplo, funcionaban casi todos los bares, aunque hay que reconocer que los bares son sagrados en este país). También vi muy pocos taxis: es curioso, los taxistas siempre van chuleando por ahí, escuchando a Federico (lo cual te deja ya tocado para el resto del día) y repitiendo hasta la saciedad eso de que “este país lo arreglaba yo en dos patadas”, pero ese día hicieron mutis por el foro. Cuando llegué a la entrada lateral de la estación, de donde salen los cercanías que suelo coger, me llamó la atención que no hubiera nadie (otro flanco descubierto). Y cuando digo nadie, quiero decir nadie: no había piquetes “informativos” que pudieran descubrir el ardid de mi bolsa de la FNAC y me llamaran “ardilla” (cosa que me hubiera extrañado, porque hace tiempo que no como nueces, aunque son buenas para el colesterol y debería comerlas); no había policías que garantizaran el derecho de los que no quisieran hacer huelga; por no haber, no había ni interventores y las cancelas y tornos de los trenes de cercanías estaban completamente abiertas (ese día se colarían más de lo normal). Así que, tranquilamente, con mi uniforme de cantautor y mi bolsa de la FNAC entré en la estación e hice tiempo para el primer tren de los servicios mínimos, el de las 7.53 que me haría llegar 30 minutos tarde al trabajo. Huelga decir que nadie se metió conmigo, en parte porque los que me rodeaban estaban en la misma situación que yo.

Sorprendentemente, el tren acordado por los servicios mínimos (y por el no menos sorprendente acuerdo de última hora entre un gobierno autonómico contra las cuerdas y de unos sindicatos también contra las cuerdas para alivio de un gobierno central también contra las cuerdas) salió a su hora y pude llegar tarde al trabajo (aunque no tan tarde como Ulises).

A la vuelta, hacia las dos del mediodía, la misma historia: un tren de cercanías de servicios mínimos atestado de gente, una estación sin interventores, ni piquetes ni policías, un nuevo recorrido a pie por una Valencia desierta y al final llegué a Ítaca. Huelga decir que todo muy normal y sin incidentes. Más que una Huelga General, fue una Huelguita General (y, si me apuras, teniente coronel, o hasta sargento chusquero).

1 comentario:

  1. Oiga usted, que el correo que me dejaste no funciona. Así que o te empachas con el blog si es que llegas a leer esto, o me paso con cosas impresas un día y te lo dejo en el instituto.

    Pero mejor lo segundo, porque estos meses he tenido unos cuantos desvaríos.

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