sábado, 31 de julio de 2010

Apología de Rodolfo Chiquilicuatre

LOS ARTÍCULOS DE “EL POBRECITO HABLADOR”
(I: 2007-2008)

Juan Gómez Capuz


APOLOGÍA DE RODOLFO CHIQUILICUATRE

NOTA: Este artículo fue redactado en abril de 2008 y enviado a esta revista a finales del mismo mes, sin saber entonces qué papel desempeñaría nuestro representante en Eurovisión.

La reciente elección, por abrumadora mayoría popular, de la canción Baila el chiki-chiki  de Rodolfo Chikilicuatre, no ha dejado indiferente a nadie. Frente al entusiasmo de muchas personas, sobre todo gente joven, sesudos analistas han puesto el grito en el cielo, se han rasgado las vestiduras  y lo han interpretado como una de las señales del fin del mundo.

En la propia gala en la que se eligió la canción ganadora, conducida por una Raffaela Carrà que sigue moviendo las cervicales casi tanto como la niña del Exorcista, el patriarca Uribarri entonó su particular versión del tópico latino del ¡o tempora, o mores!, manifestando su disgusto por la elección de esta canción y llegando a afirmar que hubiera preferido incluso a los Mojinos Escozíos como dignos representantes de la nación española (lo más llamativo del asunto es que un señor mayor como Uribarri conociera quiénes son los Mojinos).

Por lo visto, parece ser que la canción de Baila el chiki-chiki  ha conseguido poner de acuerdo, sea a favor o en contra, a amplios sectores de la población española, lo cual ya es de por sí un enorme mérito, sobre todo si recordamos aquellas palabras de un viajero inglés por la atávica España del siglo XVIII: es más fácil poner de acuerdo a todo el mundo que a una docena de españoles. ¿Están ustedes de acuerdo con esa afirmación?

Ahora bien, la prueba más convincente de que esta canción ha logrado poner de acuerdo a numerosos españoles, e incluso a los que siempre han sido enemigos irreconciliables, la constituye la reacción de dos periódicos que siempre han estado acostumbrados a encontrarse en posesión de la verdad absoluta y a pontificar desde ella: El Mundo  y El País  (aunque también he de reconocer que soy un lector asiduo de ambos periódicos; a lo mejor es que soy masoca ). En sendos titulares, mostrados en su programa por Andreu Buenafuente –“autor intelectual de la canción”, como lo hubieran calificado ambos periódicos, si remedamos sus tediosos y tendenciosos reportajes sobre el juicio del 11-M– los dos medios (¿se llaman así porque sólo dicen “medias” verdades?) se despachan a gusto contra la canción. El Mundo  sentencia diciendo que se trata de “una irresponsabilidad y una tomadura de pelo”, como si el propio Festival de Eurovisión (sobre todo desde que está controlado por los países liliputienses y ruritanos del Este de Europa) no lo fuera, o como si –como apuntó con acierto el propio Buenafuente– este periódico no cometiera también irresponsabilidades. Incluso El Mundo  podría haber llegado más lejos y señalar al culpable de tamaño desafuero: me imagino que habrían mencionado los nombres de Felipe González, Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy, si nos atenemos a la actual línea editorial del periódico; pero parece que los aprendices de Goebbels estaban de bajón y no llegaron a tanto. Ahora bien, el análisis –también desde la verdad absoluta– que hace El País  no tiene desperdicio y resulta mucho más contundente: afirman que esta canción “representa lo más mugriento de la mal llamada música popular”. O sea, que según El País, Buenafuente y sus actores son los epígonos de Paco Martínez Soria, Alfredo Landa y los hermanos Ozores. Parece que ni siquiera el hecho de que, según dicen, la música de la canción la haya compuesto el cantautor Pedro Guerra les salva de tan oprobioso comentario; porque es sabido que todos los cantautores –excepto María Ostiz– son de izquierdas, e incluso –si seguimos las palabras siempre sabias de Miguel Ángel Rodríguez (MAR)– de “extrema izquierda”. Por lo visto, algo hay en los neurotransmisores cerebrales  –Punset dixit – de los redactores de El País  que les ha hecho asociar la letra de esta canción con los estereotipos casposos del cine español del tardofranquismo. En mi opinión, la base de esta asociación es mucho más sencilla: la letra de la canción es políticamente incorrecta, y para El País  todo lo políticamente incorrecto es “facha, casposo y mugriento”, ergo, la letra de esta canción es “facha, casposa y mugrienta”, no importa quiénes sean sus autores o sus patrocinadores. Y si seguimos este razonamiento, de poco hubiera servido la “alternativa Uribarri” de poner en su lugar a los Mojinos Escozíos, porque son los más políticamente incorrectos de todos. Resulta curioso que lo políticamente incorrecto, visto por algunos –entre ellos, Buenafuente en sus monólogos, Mojinos en sus canciones, El Jueves  en su revista y yo mismo en mis artículos– como una liberación frente a las cortapisas de esta nueva censura seudo-progre, sea interpretado sistemáticamente por los apóstoles de lo “progre” como una prueba irrefutable de fascismo casposo y mugriento equiparable al cine del landismo.

De hecho, si nos ponemos a elucubrar extrañas teorías sobre los valores ideológicos de la letra de Baila el chiki-chiki, sería muy fácil encontrar una interpretación que justificaría, entre otras cosas, el hecho de que haya conseguido poner de acuerdo –a favor o en contra– a amplios sectores de la población española. En mi opinión, Baila el chiki-chiki  es un canto a la armonía universal, comparable a la Canción de la Alegría  de Beethoven, himno de la Unión Europea, y por tanto (ergo ) se trata de una canción digna de ganar el glorioso Festival de Eurovisión. Si repasamos la letra de la canción, veremos que el baile del chiki-chiki tiene un poder subyugante e hipnótico capaz de lograr la armonía entre colectivos muy distintos (“lo bailan los heavies y también los freakies”), entre distintas generaciones (“lo baila mi madre y también mi abuela”), entre políticos enfrentados (Zapatero y Rajoy), y entre éstos y caudillos bananeros belicosos (Hugo Chávez), e incluso consigue la tan ansiada armonía interracial (“lo baila mi mulata con las bragas en la mano”) sin tener que recurrir a la Alianza de Civilizaciones. Se trata de una canción capaz incluso de devolver la vida a los muertos, como le ocurre al padre Damián (por cierto, la alusión al velatorio del padre Damián y al tigre puma confieren a la canción un aura de realismo mágico que puede resultar muy grata a los pueblos hispanoamericanos). Así que cuando llegue el 24 de mayo y Rodolfo salga en el puesto 22 (veintidó, veintidó, como decía el dúo Sacapuntas, otra muestra de humor casposo y mugriento, según algunos), sólo cabrá decir: “buenas noches y buena suerte”.

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